Es como el lanzamiento de un cohete en varias fases, hasta situarlo en órbita. El cuerpo que ha entrado ahora en ignición es el último, el que le proyecta como figura internacional, comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo y líder político del planeta. Primero firmó un artículo dominical titulado Mi plan para Irak en el periódico de mayor prestigio, el Times de Nueva York, donde escriben todos los intelectuales que pretenden modelar el mundo con sus ideas. Luego dio una solemne conferencia en Washington sobre la nueva estrategia internacional de Estados Unidos. Pronto partirá en viaje a Oriente Próximo, con paradas en Ammán, Ramala y Jerusalén; a Europa con mítines y entrevistas en Berlín, París y Londres; y finalmente o en medio a Irak y Afganistán, donde se entrevistará con los comandantes militares y diplomáticos estadounidenses sobre el terreno.
La política exterior jugará un papel muy especial en la elección que deberán hacer los norteamericanos el próximo 4 de noviembre. No debiera ser así si nos atuviéramos únicamente al penoso estado en que se encuentra la economía estadounidense. Tampoco si sólo tenemos en cuenta las preferencias demoscópicas de los ciudadanos, que sitúan la economía en primer lugar, los precios de la gasolina y de la energía en el segundo y sólo en tercer lugar la guerra de Irak. Pero tanto la reacción ante la crisis hipotecaria como las causas del doble tsunami en la liquidez y en el incremento de precios permiten albergar la idea de que estamos ante un problema político, o mejor dicho, de falta de política y de conducción del tren desbocado en que se ha convertido el planeta. Este martes, tras la intervención de los dos gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac, Bush reaccionó con la misma estolidez con que se encara la crisis en nuestras latitudes: "Entiendo que haya muchos nervios, pero la economía crece, la productividad es alta, el comercio funciona y la gente trabaja. No todo es tan bueno como quisiéramos, pero en la medida en que encontramos debilidades reaccionamos". Tampoco estaba en la foto de la última producción escenográfica producida para la actualidad internacional, en París, los días 13 y 14 de julio: Sarkozy es quien está chupando cámara a su costa.
Barack Obama ha decidido encarar estos días dos problemas acuciantes que tienen ante sí los candidatos presidenciales. El más grave es que la locomotora mundial corre lanzada sin conductor, en medio de peligros tan agudos como el tsunami económico, la proliferación nuclear en Irán, el recrudecimiento de hostilidades en Afganistán o la crisis de Darfur. Y el segundo es que la imagen de Estados Unidos en el mundo, que corresponde a quien debe llevar el volante del bólido, se halla en estos momentos por los suelos. Aún en plena crisis económica, la política internacional norteamericana se ha convertido, por tanto, en una cuestión central de la propia política interior. Obama lo sabe y sabe que es el territorio donde debe construir también su imagen frente a John McCain, héroe de guerra y senador experimentado y viajado. Un 72% de los preguntados en una encuesta sobre la materia, publicada ayer por The Washington Post, considera que McCain está bien preparado para conducir los asuntos internacionales, cifra que cae a un 56% cuando se trata de Obama. Sólo uno de cada tres encuestados considera que Obama tiene mejor conocimiento del mundo que McCain. En cuanto a confianza sobre su capacidad para gestionar la guerra de Irak, andan raspados: 47% para McCain y 45% para Obama. Pero vence Obama, en una proporción de dos a uno, en cuanto a su capacidad para restaurar la imagen de Estados Unidos en el mundo. Si tenemos en cuenta que también Obama supera a McCain en la confianza que despierta para la recuperación económica (54% a 35%), se entenderá la multiplicidad de razones para que se lance ahora a la fase internacional de la campaña.
Obama quiere salir de Irak, con prudencia y cuidado, para meterse de lleno en Afganistán hasta liquidar el auténtico nido de terrorismo que hay en la frontera y bien adentro de Pakistán. Su principal inspiración arranca de la pléyade de diplomáticos, militares y políticos realistas que forjaron la Doctrina Truman de la contención nuclear frente a la Unión Soviética. Pero el hilo conductor de su esbozo doctrinal es la ruptura con todo lo que ha significado la política exterior de Bush. Con cinco objetivos: terminar la guerra de Irak, liquidar a Al Qaeda y a los talibanes en Afganistán, poner las armas nucleares a salvo de terroristas y Estados fallidos, asegurar el suministro energético y reconstruir las alianzas destruidas por el paso irresponsable de Bush y sus neocons. Es un mensaje duro y enérgico, y nada tiene que ver con la idea de un líder débil y pacifista que han querido cultivar y propagar sus enemigos republicanos.
(El País, Madrid)