“Segunda república”... “Un nuevo país”... “Cambio de época”... “Redefinición del rumbo del país”. .. “Fin de ciclo”... “Segundo Acuerdo de paz”... “Refundación de la democracia”...“El fin de la posguerra...”
Palabras algo grandilocuentes andan flotando en el aire para describir el simple hecho que la oposición ganó las elecciones y gobernará los siguientes cinco años.
¿Estamos presenciando la refundación de la república? Según la Real Academia Española, ‘refundación’ significa “acción y efecto de transformar radicalmente los principios ideológicos de una sociedad o de una institución para adaptarlos a los nuevos tiempos, o a otros fines.
¿Es esa la voluntad popular expresada en las elecciones de enero y marzo de 2009? De ninguna manera. Para reformar radicalmente los principios ideológicos de una sociedad, y para adaptarlos a otros fines, es condición indispensable un amplio consenso nacional, resultado de un proceso de diálogo profundo y transparente. Una refundación de la república o de la democracia no puede ser resultado de una confrontación, sino solamente de una concertación. El intento de refundación, de redefinición del rumbo del país, si es resultado de una confrontación, en la cual una parte logra imponerse vía la mayoría electoral, es condenado a terminar en imposición.
No estoy tratando de minimizar la importancia de la alternancia. Sigue siendo un hecho histórico la llegada del primer gobierno de izquierda en la historia de El Salvador. Pero el país sigue dividido. La oposición sigue representando el 49% de la población.
Tampoco hay que minimizar la importancia de las alianzas que Mauricio Funes ha logrado en la recta final de su campaña. Fueron decisivos para su victoria. Sin embargo, hablar de “Unidad Nacional” es una falacia. La alianza ganadora de Funes no es resultado de un acuerdo nacional, sino es resultado y expresión de la polarización, del efecto centrifuga que fuerza a los sectores del centro a adherirse a los polos.
Los Acuerdos de Paz del 1992 sí significaron una refundación. Son el resultado no de un conflicto, en el cual una parte se impuso, sin de la solución del conflicto en la cual todas las partes -las dos partes beligerantes y la sociedad civil- participaron.
Cualquier intento de refundación, de llevar al país a nuevas épocas, de declarar cerrado ciclos, si no es mediante la concertación entre todos los sectores, no puede producir acuerdos nacionales, sino más confrontación.
Esto precisamente está pasando en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, donde una parte de una sociedad fracturada impone a las otras partes nuevas constituciones, refundaciones, nuevos rumbos de nación. Una nueva constitución, un nuevo rumbo, una nueva república... nada de esto tiene sentido si no es obra del consenso, sino de la imposición. Ganar unas elecciones, ganar un referéndum, con mayoría popular tal vez le da legalidad a nuevas constituciones o rumbos, pero no le da legitimidad ni viabilidad.
Obviamente aquí no estamos frente al intento de cambiar la constitución. No es posible y no está en la agenda. Pero elevar una simple victoria electoral, donde un partido logró el 51% de los votos, a categorías rimbombantes de ‘cambio de época’ o ‘segunda república’ va en la misma dirección equivocada...
Lo que tiene la sociedad salvadoreña por asumir de forma civilizada -la alternancia en el ejercicio del poder ejecutivo- por si ya es suficiente importante y complicado en un país como El Salvador. No hace falta complicarse la vida nacional con expectativas megalómanas de que de un simple cambio de gobierno nos catapulte en época, otro ciclo de la historia, otra república...
Cambia el gobierno. Cambia el partido gobernante. Cambian las políticas públicas. Pero la república seguirá la misma. Y quien quiere sustituirla por otra, sepa que para esto no tiene mandato y se enfrentará con una sociedad que desarrollará miles de formas de oposición para defender la república así como está constituida.
Gobernar -sobre todo gobernar mejor- ya es un gran reto para el partido ganador. Mejorar el sistema político, perfeccionar la economía del mercado, buscar consensos para las políticas públicas, eso es el mandato que resulta de una elección cerrada. Cualquier cambio más radical, más profundo, cualquier cosa que parezca a una segunda edición de los Acuerdos de Paz depende de la capacidad de los nuevos gobernantes de concertar, crear consensos de nación entre todos.
(El Diario de Hoy, Observador Electoral)