Es interesante como al reflexionar sobre el resultado del proceso electoral salvadoreño se escriba lo siguiente: “no es cierto que esa elección muestra que el país está dividido en dos polos que representan 50% cada uno. Eso es el resultado electoral, pero no refleja la realidad nacional”. Y días después (cinco días para ser precisos), en una nueva columna se escriba: “pero el país sigue dividido. La oposición sigue representando el 49% de la población”.
Lo cierto es, que cada uno de los argumentos es escrito en un contexto diferente, el primero de ellos donde se afirma que el país no está dividido en dos polos, es utilizado para fundamentar la hipótesis que hay un tercio de la población que fue a votar pero que no se siente identificada con el partido al cual dio el voto, al final opto por el más creíble. En cambio, el segundo argumento, donde se afirma que el país está dividido, es usado para cuestionar el uso de palabras que a juicio del columnista son gradilocuentes y megalómanas. Pero los dos argumentos son escritos por el mismo articulista en dos columnas distintas, en fechas diferentes.
El objetivo de esta reflexión no consiste en debatir si El Salvador es un país que se encuentra dividido o no en dos polos antagónicos. El punto es desvelar el uso indiscriminado de argumentos para sostener hipótesis, esto es, si hoy me sirve decir que no se está dividido para resaltar una nueva idea, pues lo digo y no pasa nada, si mañana me sirve decir, ojo el país está dividido para fortalecer una nueva hipótesis, se escribe tal cual y no pasa nada.
Esta forma de escribir es bastante común en varios de los articulistas de este país, solo hay que ser cuidadosos a la hora de leer sus columnas y darán cuenta de estos usos indiscriminados de argumentos. Ya no digamos en las recién pasadas campañas proselitistas, de las cuales muchos quedamos hartos. Y son la gran mayoría de políticos quienes llevan está práctica al extremo.
Ahora bien, para que las propias ideas sean valoradas, tomadas en cuenta o sometidas a crítica deben estar sustentadas de la manera más fuerte posible, esto significa, tener argumentos sólidos que no incurran en contradicción alguna. En cambio, si los argumentos son usados de manera indistinta, se perderá la credibilidad de lo que se escribe y las columnas caerán en la farragosidad de la palabra escrita.
Es hora de que les hagamos saber a los políticos y a los columnistas que no pueden decir lo primero que se les ocurra, que no pueden sostener un argumento de manera utilitaria, es decir, no pueden estar manipulando los argumentos a su antojo, si de algo se dice que es incoloro un día por arte de magia no puede amanecer coloreado.
Lo cierto es, que cada uno de los argumentos es escrito en un contexto diferente, el primero de ellos donde se afirma que el país no está dividido en dos polos, es utilizado para fundamentar la hipótesis que hay un tercio de la población que fue a votar pero que no se siente identificada con el partido al cual dio el voto, al final opto por el más creíble. En cambio, el segundo argumento, donde se afirma que el país está dividido, es usado para cuestionar el uso de palabras que a juicio del columnista son gradilocuentes y megalómanas. Pero los dos argumentos son escritos por el mismo articulista en dos columnas distintas, en fechas diferentes.
El objetivo de esta reflexión no consiste en debatir si El Salvador es un país que se encuentra dividido o no en dos polos antagónicos. El punto es desvelar el uso indiscriminado de argumentos para sostener hipótesis, esto es, si hoy me sirve decir que no se está dividido para resaltar una nueva idea, pues lo digo y no pasa nada, si mañana me sirve decir, ojo el país está dividido para fortalecer una nueva hipótesis, se escribe tal cual y no pasa nada.
Esta forma de escribir es bastante común en varios de los articulistas de este país, solo hay que ser cuidadosos a la hora de leer sus columnas y darán cuenta de estos usos indiscriminados de argumentos. Ya no digamos en las recién pasadas campañas proselitistas, de las cuales muchos quedamos hartos. Y son la gran mayoría de políticos quienes llevan está práctica al extremo.
Ahora bien, para que las propias ideas sean valoradas, tomadas en cuenta o sometidas a crítica deben estar sustentadas de la manera más fuerte posible, esto significa, tener argumentos sólidos que no incurran en contradicción alguna. En cambio, si los argumentos son usados de manera indistinta, se perderá la credibilidad de lo que se escribe y las columnas caerán en la farragosidad de la palabra escrita.
Es hora de que les hagamos saber a los políticos y a los columnistas que no pueden decir lo primero que se les ocurra, que no pueden sostener un argumento de manera utilitaria, es decir, no pueden estar manipulando los argumentos a su antojo, si de algo se dice que es incoloro un día por arte de magia no puede amanecer coloreado.