La victoria en el referéndum del 15 de febrero, que le permitirá presentarse a la reelección indefinidamente, ha insuflado nuevas y alarmantes energías a Hugo Chávez. El presidente venezolano, muy alejado de la moderación que caracterizara sus primeros pasos en el poder, hace ya una década, despliega ahora una actitud mucho más agresiva y sin cortapisas. Lo mismo en el terreno económico, donde las nacionalizaciones se suceden en un equivocado intento de contrarrestar los primeros estragos de la recesión, que en el político. Chávez hostiga abiertamente a sus oponentes, especialmente cargos electos en noviembre pasado, y va camino de reducir a escombros a los sindicatos, a los que considera una rémora del pasado capitalista de su país, para sustituirlos por consejos de trabajadores obedientes al partido gobernante.
El llamado socialismo del siglo XXI que Chávez abandera es mucho más que un eslogan oportunista. Se va convirtiendo en un programa concreto para liquidar cualquier oposición articulada al chavismo. Por haber alertado tímidamente de esta clara deriva hacia el poder autoritario, la Organización de Estados Americanos acaba de ser demonizada por el líder venezolano, que cavila ya la puesta en pie por Caracas de una organización alternativa "de pueblos libres".
Es muy improbable que la libertad en Venezuela o en otro lugar del continente pueda ir de la mano de Hugo Chávez. Su último proyecto, en línea con la pasión refundadora de todos los caudillos, se llama Plan Revolucionario de Lectura, y pretende, entre otros objetivos, consolidar el hombre y la mujer nuevos, desmontar el imaginario del capitalismo y recontextualizar la historia (sic); las bibliotecas públicas ya están siendo abastecidas de títulos como El socialismo venezolano y el partido que lo impulsará, ¿Por qué soy chavista? y otros de semejante tenor.
La historia proporciona un apabullante muestrario de adonde conducen estos experimentos masivos en manos de dirigentes sin un apropiado control democrático, cual es el caso pese a las apariencias. La revolución cultural que Chávez dice pretender no se hace poniendo trabas cada vez más insalvables a la importación de libros. Nunca algo llamado Escuadra Revolucionaria de Lectura ha servido para elevar el nivel cultural de un país, estimular su democracia o abrir la mentalidad de sus ciudadanos. Sí para lo contrario.
(El Pais, Madrid)