El discurso de Barack Obama en Santiago de Chile, anunciado como un gran acontecimiento que marcaría el nacimiento de una nueva era de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, se quedó, para desilusión de los anfitriones, en un vacío mensaje de buenas intenciones que reincidía en los tópicos más frecuentes y esquivaba los verdaderos temas pendientes para un presidente norteamericano en esta región.
Para que el discurso pronunciado ayer hubiera servido verdaderamente para sorprender a los latinoamericanos y convencerles de que Obama, que mañana concluye su gira en El Salvador, traía realmente un nuevo espíritu al continente, debía de haber incluido tres ingredientes esenciales que se echaron desgraciadamente en falta.
-La aceptación de responsabilidades por el pasado. América Latina no necesita humillar al presidente de Estados Unidos. Este continente no busca venganza ni el gozo romántico de hacer claudicar al imperio. Mientras Estados Unidos estaba en otros asuntos, la mayoría de la sociedad latinoamericana ha evolucionado hacia el modernidad y el pragmatismo. Nadie está volviendo la vista hacia el pasado. No necesitan que Obama se lo recuerde. Pero mirar hacia el futuro no debe de ser interpretado por Estados Unidos como una excusa para esconder su pasado. Todos, los del sur y los del norte, necesitan reconciliarse con la historia americana. Cualquier presidente de Estados Unidos que verdaderamente quiera pasar página tiene antes que encontrar una forma de asumir públicamente la responsabilidad de su país en el apoyo a regímenes militares que sembraron de cadáveres la región en la segunda mitad del siglo pasado y condenaron a América Latina a un duro y prolongado declive económico y moral. El Palacio de la Moneda de Santiago era el lugar perfecto para hacerlo, pero Obama no se atrevió.
-El levantamiento del embargo a Cuba. No se puede denunciar en cada discurso la excepcionalidad antidemocrática de Cuba en la región sin aportar ninguna solución novedosa. La única posible, como hasta el propio Obama ha reconocido indirectamente, es el levantamiento del embargo económico. El embargo es una medida arcaica que solo sirve hoy para satisfacer el ánimo revanchista del exilio más fanático y como justificación barata por parte del régimen de Castro. Su eliminación permitiría generar un estado nuevo de presión sincera de parte de toda América Latina a favor de la democracia en Cuba.
-La condena del Gobierno de Hugo Chávez. Con la mención de las dos condiciones precedentes, Obama se hubiera cargado de razón para hacer una imprescindible crítica al sistema chavista. En lugar de eso, optó por no mencionarlo en absoluto. La Casa Blanca, como antes con George Bush, se justifica diciendo que si critican a Chávez se le regala un protagonismo que no merece. A estas alturas, ese es un argumento dudoso. Pero aunque así fuese, Obama no puede pronunciar un discurso exponiendo su doctrina sobre América Latina sin aludir a la anomalía que representa Chávez, no por su presunto izquierdismo, sino por el peligro que significa para la democracia en la región. El riesgo para las ya relativamente maduras democracias de este continente no es el retroceso a regímenes militares; es su degeneración hacia sistemas de democracia formal pero con métodos corruptos y prácticas autoritarias, como las que ya han ido creciendo a la sombra de Venezuela. Hoy no basta con que Obama elogie la democracia latinoamericana; es preciso que defina qué modelo de democracia respalda.
Su esfuerzo de Santiago es, pues, una gran oportunidad perdida. Y quién sabe cuándo habrá otra. Afortunadamente, América Latina ha demostrado estos años que se sabe valer muy bien por sí misma, sin la presencia de Washington. Pero sería ridículo pensar que una mayor colaboración con Estados Unidos no resultaría de gran beneficio para todos.
Es dudoso que eso ocurra durante esta Administración, que en esta gira está demostrando un profundo desconocimiento sobre la realidad de América Latina. Escucharon a Obama el lunes cuatro presidentes chilenos, Patricio Aylwin, Ricardo Lagos, Eduardo Frei y Sebastián Piñera. Cualquiera de ellos, de derecha, centro o izquierda, le podría haber escrito un magnífico discurso. El que de verdad lo hiciera debe de llevar mucho tiempo lejos de estas tierras.
(El País/Madrid)