Washington sabe que nunca podrá ganar la guerra contra el narcotráfico. Lo que Estados Unidos sí ha logrado, con éxito, es evacuar esta guerra y llevarla afuera de sus fronteras, para que cobre víctimas y corrompa sociedades afuera de Estados Unidos. Es mínima la cuota de muertos que esta guerra le cobra a Estados Unidos. La pagamos nosotros en Colombia, México, Guatemala, El Salvador, Honduras...
Mientras los Estados Unidos enfoquen la lucha contra las drogas exclusivamente en la oferta (el narcotráfico) y no en la demanda (el consumo), ellos mismos están creando este mercado lucrativo que mueve miles de millones de dólares. Pero este flujo permanente de dinero sucio y sangriento muy poco compromete y pervierte el sistema político y judicial de Estados Unidos. Por más grande que sea la economía de las drogas, no puede dominar la economía nacional de Estados Unidos. Pero sí las economías, sociedades y estados del Caribe y de América Latina...
Así que no son los Estados Unidos los que pagan la cuota de muertos ni tampoco el precio de sociedades corrompidas en esta guerra contra el narcotráfico. Somos nosotros.
Cuando estos enormes costos de una guerra ajena se juntan con nuestros propios problemas de marginación social y violencia de pandillas, resulta una mezcla química sumamente explosiva. Esto es precisamente lo que estamos observando en Guatemala, Honduras, El Salvador y México.
Para que nuestros países puedan enfrentarse a sus problemas hechos en casa (pandillas, corrupción, pobreza...), Estados Unidos tienen que dejar de ponernos la carga imposible de su guerra contra el narcotráfico que tiene una sola razón de ser: la falta de voluntad de llevar, en su propio país, la guerra contra la drogadicción.
No deberíamos pedir a Washington que nos ayuden a resolver nuestros problemas. Solo nosotros lo podemos lograr. Solicitamos a Obama que deje de exigirnos que resolvamos los problemas suyos. Nada más.
Es tiempo que los múltiples voces en toda América Latina, que critican el concepto de la guerra contra el narcotráfico, se unan y exijan a Estados Unidos que asuman su responsabilidad en el problema internacional de las drogas. La única manera de hacerlo es descriminalizar el consumo de drogas, suspender esta ridícula guerra. Una vez que el crimen organizado ya no pueda contar con las ganancias astronómicas que genera el mercado de drogas ilegales, podrá ser enfrentado y derrotado por nuestros países. Una vez que Estados Unidos le declare la guerra al problema de salud pública que tienen con el consumo de drogas, nosotros podremos reconstruir los estados fallidos y el tejido de los sistema judiciales ahora comprometidos por el narcotráfico.
Muchos ex-presidentes en varios países de América Latina, incluyendo El Salvador, hablan en reuniones privadas del fracaso de la guerra contra el narcotráfico, en que nos han metido Estados Unidos para no tener que asumir su responsabilidad como sociedad consumidora de drogas y generadora del problema. Es tiempo que hablen en voz alta. Es tiempo que obliguen primero a los gobernantes latinoamericanos a enfrentarse a este debate. Y luego a Washington.
Si los países de América Latina no llegan a una posición conjunta y firme, nunca van a obligar a Estados Unidos a cambiar su política anti-drogas. Ningún país solo puede darse el lujo de cuestionar la guerra contra el narcotráfico que Estados Unidos nos impone. Pero tampoco puede Estados Unidos solo pasarse encima de todo el continente unido.
Mientras tanto, Washington nos sigue ofreciendo ‘generosa y solidariamente’ programas de apoyo contra el crimen que todos sabemos que no resuelven el problema.