El artículo de Paolo Flores d'Arcais sobre La traición de la socialdemocracia (EL PAÍS, 25 de octubre) tiene más el tono de una denuncia profética que el de un análisis político, y tales denuncias pueden ser bastante irritantes, como prueba el infeliz destino de algunos profetas del Antiguo Testamento. La razón fundamental es que en ellas se mezclan elementos heterogéneos en una argumentación circular, lo que no sólo deja poco espacio a la discusión, sino que impide buscar soluciones a los males expuestos.
En este caso, el autor nos habla a veces de la socialdemocracia como un ente moral que existe más allá de los partidos y de los gobiernos socialdemócratas, y que además tendría capacidades por encima de las de los gobiernos y los organismos internacionales. Así, Flores d'Arcais denuncia que la socialdemocracia no ha hecho nada concreto para resolver el problema de los medios de comunicación como condición para la existencia de una opinión pública bien informada, o para acabar con los paraísos fiscales.
Cabe imaginar que el autor se siente agraviado por la situación de los medios en Italia, y es muy posible que su exasperación provenga de las dificultades del centro-izquierda italiano para ofrecer una respuesta política a Berlusconi y su imperio mediático. Pero pedir a la socialdemocracia que resuelva el problema de los paraísos fiscales, algo que exige un acuerdo entre los principales gobiernos desarrollados, incluyendo el de Estados Unidos, es demasiado pedir, o lo era antes del comienzo de la era Obama y del nuevo G-20.
Para encontrar una base de discusión más ordenada se puede distinguir entre el balance de los gobiernos socialdemócratas antes del ciclo neoconservador y durante éste (1978-2008). Y lo menos que se puede decir de la perspectiva histórica de Flores d'Arcais es que es un tanto imprecisa. Comienza ignorando que la socialdemocracia nació antes del comunismo (en el sentido de bolchevismo), y que sólo desde la perspectiva de la historiografía comunista, o de la paranoia de la guerra fría, cabe sostener que la socialdemocracia surgió para ser una alternativa al comunismo.
Pero además parece ignorar las evidentes disparidades entre las sociedades de Europa occidental y el resto del planeta en términos de igualdad de oportunidades y de igualdad real. Lo que se ha llamado "consenso socialdemócrata" de posguerra tuvo unas muy importantes consecuencias, independientemente del signo (socialdemócrata o no) de los gobiernos de turno.
¿Cómo se pueden considerar triviales los avances del periodo 1945-1973 porque los sistemas públicos de salud se hayan burocratizado -como si pudiera ser de otro modo- o porque los gobiernos del SPD no transformaran "las relaciones de fuerza sociales"?
Flores d'Arcais asume la actual crítica de la partitocracia, y cree que la burocratización y profesionalización de la política hacen "progresivamente vana la relación de representación entre diputados y ciudadanos", como si el caso Berlusconi no mostrara de sobra los peligros de la política no profesionalizada. Pero al hacerlo así corre el riesgo de aceptar todos los tópicos que esta crítica conlleva.
Llama así la atención que si la explicación última del abandono de la búsqueda de la igualdad fuese "el carácter de aparato, de burocracia, de nomenclatura, de casta" de los partidos socialdemócratas, entonces "los raros momentos en los que la socialdemocracia alimentó esperanzas" ocurriesen precisamente en tiempos en los que un dirigente socialdemócrata tipo duraba 2,4 años más en el cargo que en la actualidad, el sistema de primarias era desconocido -a diferencia de ahora donde, por volver a su país, el nuevo líder del centro-izquierda italiano ha sido elegido en un proceso donde han votado tres millones de italianos-, y cuando los máximos dirigentes socialdemócratas eran elegidos sin competidores, como por cierto sigue ocurriendo en la inmensa mayoría de los partidos de derechas. Cuesta más creer que los partidos socialdemócratas sean ahora, a diferencia de antes, castas cerradas.
Al hablar de la socialdemocracia durante el período conservador Paolo Flores d'Arcais puede tener mejores argumentos: no es casual que éste sea el periodo en el que él -y muchos otros- han escrito repetidamente sobre la "crisis de la socialdemocracia". El auge de las ideas neoliberales y la globalización de la economía han creado un terreno de juego en el que la socialdemocracia ha estado a la defensiva. Su denuncia de la traición de la socialdemocracia, sin embargo, está basada en la creencia de que eran posibles políticas radicalmente distintas que pusieran en primer plano la igualdad.
¿Qué podía haber hecho el Gobierno de François Mitterrand en el año 1981 para evitar el efecto desestabilizador de su inicial política redistribuidora? ¿Salir de las Comunidades Europeas?
Al hablar de la deslocalización de empresas, Flores d'Arcais no toma en cuenta que ésta también se produce ahora dentro de la Unión Europea, por las diferencias salariales entre el este y el oeste de Europa. El voluntarismo del autor conduce como conclusión lógica a repudiar la integración europea y la globalización comercial -la financiera es otra historia-, y a olvidar que la cara positiva del estancamiento de los salarios en los países desarrollados ha sido un mayor crecimiento en otros países.
Se puede entender su crítica de Tony Blair y Schröder, porque hasta cierto punto ambos hicieron de la necesidad virtud, pero no se puede ignorar que la necesidad -mantener el empleo y el crecimiento en un contexto de globalización- existe y condiciona las políticas de los gobernantes, también de los socialdemócratas. No se puede defender la igualdad al precio de ponerse a la mayoría social en contra, y el éxito de las ideas neoconservadoras ha sido lograr que amplios sectores de la clase media hayan apoyado políticas que daban prioridad al crecimiento a expensas de la igualdad.
Aun así, no es cierto que hayan desaparecido las diferencias entre las políticas socialdemócratas y las conservadoras. Sí lo es que los programas de los partidos socialdemócratas se movieron hacia el centro en los años ochenta, y en mucho menor medida en los noventa. Pero su análisis muestra que siguen diferenciándose de los programas de los partidos liberales, democristianos, conservadores o ex agrarios, los únicos donde se observa un verdadero proceso de convergencia.
Que amplios sectores de la opinión pública piensen que no hay diferencias sustanciales entre las políticas de izquierda y de derecha puede ser uno de los factores de más peso para explicar el malestar actual ante la democracia representativa. Pero es paradójico que se descalifique como traidora a la socialdemocracia -como lo hiciera en su momento la Internacional comunista- en un momento en que esta denominación política es la que mejor define a quienes defienden un modelo de sociedad cohesionada frente al modelo neoliberal que ha sido el paradigma durante el ciclo conservador.
Con la crisis de 2008, la urgencia de políticas anticíclicas en los principales países ha creado una nueva oportunidad para coordinar las políticas económicas y regular mejor el sistema financiero global, incluyendo el buen propósito de acabar con los paraísos fiscales. Ahora la situación es mucho más favorable para una agenda socialdemócrata de políticas. En este nuevo contexto, y pese a su título descalificatorio, quizá sea mejor interpretar el texto de Flores d'Arcais como una llamada a la sociedad para recuperar la bandera de la igualdad, y a impulsar una nueva fase de política socialdemócrata.
(El País, Madrid. Javier Astudillo es profesor asociado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universitat Pompeu Fabra y Ludolfo Paramio es profesor de Investigación del CSIC y director del programa de América Latina del Instituto Universitario Ortega y Gasset.)