miércoles, 4 de noviembre de 2009

Columna transversal: El Muro, reflexiones personales



20 años han pasado desde la caída del muro de Berlin. Todo está analizado y reportado sobre el muro, pero no todo está dicho. Quiero agregar unas reflexiones muy personales.

Me enamoré irremediablemente de Berlin cuando visité la metrópolis, por primera vez, con 16 años. Llegué de la más profunda provincia a una ciudad que unía los dos mundos de la Europa polarizada: Este y Oeste. Tomé la decisión de mudarme a Berlin en cuanto saliera del bachillerato.



Cuando dos años después eché anclas en Berlin, primero me sentí defraudado: Habían dividido la ciudad en dos. Es más: La parte que quedaba accesible, Berlin Occidental, la amurallaron completamente. Berlin ya no era puente entre Este y Oeste, sino frontera, punto de confrontación.

Pero también esta nueva ciudad cercada tuvo sus encantos igualmente o aún más irresistibles. Me convertí en isleño, como nos llamábamos los habitantes de Berlin Occidental.

Aun así, en una ciudad convertida en baluarte del anticomunismo, nació en Berlin Occidental la nueva izquierda, la rebelión de los estudiantes, el movimiento antiautoritario que cambiaría el país.


El muro nos separaba a nosotros -los estudiantes rebeldes e izquierdosos de Berlin- no sólo del resto de la ciudad del otro lado, sino del comunismo como tal. No sólo en un sentido físico, sino en el sentido ideológico. Por más radicales que nos volvimos en los años subsiguientes al 1968, el muro era la barrera que nos hizo inmunes contra los comunistas...

El muro se convirtió en el símbolo de la división del mundo en dos bloques: el socialista-oriental y el capitalista-occidental. Este símbolo muy publicitado opacó durante muchos años la otra división que los constructores del muro habían marcado: entre la izquierda comunista y la izquierda democrática.

El muro también era la barrera contra la cual nos estrellamos todos los días quienes en Berlin Occidental queríamos construir una alternativa de izquierda. Las manifestaciones contra la guerra americana en Vietnam no fueron reprimidas por la policía, sino por los obreros de Berlin, quienes nos tiraban piedras y nos gritaron "¿Por qué no van a vivir al otro lado del muro?"


Cuando al fin cayó el muro, el 9 de noviembre de 1989, en El Salvador estábamos en los últimos preparativos de la ofensiva insurgente. Me imagino que yo era el único guerrillero salvadoreño que bailaba de alegría de las noticias de la caída del muro de Berlin. Las discusiones fueron tensas. La izquierda salvadoreña, incluyendo los sectores no comunistas, sentía la caída del imperio soviético como amenaza para su futuro. Incluso los dirigentes del ERP, quienes poco después se declarararon socialdemócratas y salieron del FMLN, me criticaron de ‘anticomunista’ - porque yo festejaba con alegría la caída del muro como inicio de la caída del bloque comunista.

Las discusiones con mis compañeros en Alemania eran aún más complejas. La primera vez que llegué al Berlin reunificado, en 1992, de todos modos tuve una misión algo cuesta arriba: explicar a los comités de solidaridad y la izquierda alemana porqué habíamos firmado la paz en vez de luchar "Hasta vencer por morir"...

Pero el punto más conflictivo de mi reencuentro con mis amigos y compañeros era otro: Ellos sintieron ofensiva mi alegría por la caída del muro y del régimen totalitario en Alemania Oriental. Compañeros que jamás fueron simpatizantes del Partido Comunista y su estado socialista amurallado resultaron traumatizados por la caída del muro. La vieron como triunfo de la derecha, no como triunfo de la humanidad. Ya la vi como oportunidad para la izquierda, ellos como amenaza.



Este extraño viajero quien desde Centroamérica había solicitado su solidaridad activa con la insurgencia, ahora les dice que firmar la paz fue una decisión mucho más revolucionaria que seguir la guerra contra la voluntad popular. Y además les dice: "Ustedes actúan como si el muro de m.... les cayó en la cabeza. El muro les cayó a Erich Honecker y al Partido Comunista, ¡no a nosotros!"

Años después de la caída del muro, me enteré que en los archivos de la Stasi (la Seguridad del Estado de la Alemania Oriental) estaba registrado, en un detallismo detalles ridículo, todo lo que habíamos hecho, dicho, discutido durante la rebelión estudiantil, en la organización de las marchas contra Vietnam, luego durante los subsiguientes años de trabajo organizativo en los barrios, las fábricas y los sindicatos...


Resulta que la izquierda de Alemania Occidental siempre ha sido sujeto de vigilancia, espionaje, infiltración de soplones por parte de la Stasi, la hermana de la KGB soviética. Viendo el dossier que la Stasi acumuló sobre mi persona, al fin entendí porqué de repente no me dejaron entrar a Berlin Oriental, y porqué siempre fui sujeto de controles excesivos en cada viaje de tránsito por la República Democrática de Alemania, para llegar de Berlin Occidental, donde vivía, a Alemania Occidental. La Stasi había llegado a la conclusión que nosotros éramos obstáculos para sus planes de infiltrar e instrumentalizar esta nueva izquierda.



La izquierda espiando a la izquierda. Por todo esto, para mi, hay un muro entre izquierda democrática e izquierda comunista. Este muro no cayó.










Lo único que extraño del muro de Berlin es que haya desaparecido este gigantesco mural, medio de expresión artística, política y rebelde de generaciones de alemanes.







(Fotos de diferentes sitios Web)