La denuncia dada a conocer ayer por la Comisión Permanente de Derechos Humanos de que el gobierno de Ortega está creando bandas para agredir a dirigentes de la sociedad civil, revela la naturaleza patológica, ilegítima y cobarde que caracteriza al presente régimen.
El hecho de que mi nombre esté en esa lista destinada a aterrorizar a un grupo de mujeres que somos voceras de organizaciones ciudadanas, tales como Doña Vilma Núñez de Escorcia, (un verdadero monumento nacional), Luisa Molina, de la Coordinadora Civil, Violeta Granera, del Movimiento por Nicaragua, Juanita Jiménez y Azalea Solís, del Movimiento Autónomo de Mujeres, me ubica en una compañía que me honra, pues son personas de reconocida integridad, inteligencia y coraje, que hoy por hoy representan la reserva moral y política de este país.
La estatura de estas mujeres nos permite valorar la pequeñez humana y la miseria de espíritu de quienes como gran “estrategia política” pretenden agredirlas. Con esta lista, se proponen ejecutar un “feminicidio político”, vapuleando, asaltando o matando como los más degradados delincuentes, a mujeres que representan la conciencia crítica de la nación. Ahí están para comprobarlo el caso de Leonor Martínez, del movimiento juvenil, emboscada y vapuleada casi frente a su casa en días recientes por denunciar el asalto a la Constitución, así como la insólita situación de la periodista independiente María Mercedes Urbina, sometida a abusos por el poder judicial, por investigar irregularidades del gobierno local en Nagarote.
Todo ello muy a tono con la personalidad y el ejemplo del Presidente y su consorte, que tienen el dudoso honor de estar registrados para la historia como emblemas de las pavorosas cifras que sobre abusos y delitos cometidos contra las mujeres se registran en el país.
Y es que el Orteguismo y su expresión partidizada como FSLN, representan un grupo que manifiesta el denominado “Trastorno de la Personalidad Antisocial” (TPA). Se trata pues de un colectivo de sociópatas, cuya condición se caracteriza por conductas persistentes de manipulación, explotación o violación de los derechos de los demás; conducta a menudo implicada también en comportamientos criminales. Un sociópata es un individuo engañoso, manipulativo y narcisista, que carece de remordimiento y empatía. Por eso, suelen deshumanizar a sus víctimas y mostrar irresponsabilidad por las consecuencias de sus actos, siendo irritables y agresivos.
El grave cuadro de personalidad antisocial que presenta el Presidente y sus seguidores, les hace rehuir las normas establecidas y se niegan a adaptarse a ellas, por eso, aunque saben que están haciendo un mal al país o a determinadas personas o sectores, actúan por impulso para alcanzar lo que desean, sin importarles nada. Un rasgo común entre los sociópatas es la distorsión de la autoestima, que suele expresarse en el egocentrismo -creer que sus propias opiniones e intereses son más importantes que las de los demás-, y en la megalomanía. Fíjense nomás en los discursos del Presidente y los delirios místicos e impositivos (por considerarse portadora de una verdad que revelar) de su consorte, así como en el comportamiento de sus más obsecuentes paniaguados: magistrados, diputados, líderes sindicales, presentadores oficialistas, capos de partido y jefes de rotondas.
Tal vez la expresión más palpable son las gigantografías que nos asaltan en cada cuadra con la imagen del Ciudadano-Pueblo Presidente-Daniel que lo anuncian como el “rey de los pobres” y como cornucopia de la abundancia en salud, comida y trabajo, con cifras incomprobables y por lo demás, mentirosas. La megalomanía está asociada con delirios de grandeza, poder u omnipotencia, que dan cuenta de la extravagancia de sus actuaciones y la parafernalia del poder con la que se rodean. Pero principalmente a una obsesión compulsiva por tener el control de todo, que es el mal que aqueja comúnmente a los dictadores, puesto que temen y sospechan de todo aquello que quede fuera de su mando. Cuanto más borrachos de poder están, más recelan de la lealtad de aquellos que le rinden culto, lo que explica por qué suelen despedir inopinadamente hasta a los más abyectos de sus seguidores.
Una personalidad narcisista como la de Ortega, supone que él es la guía y medida para todo el mundo y que sus verdades son irrebatibles. En el fondo el pobre diablo narcisista se emborracha con sus propias palabras y necesita admiración y adulación permanente, para remendar la falta de autoestima que padece. Para compensarla, se rodea de un círculo de sociópatas aduladores que le hace la corte y que, como el espejo de la reina de Blancanieves, lo reafirma diciéndole que es el más bonito, el mejor, el único, el imprescindible. Ahora le gritan: ¡No te vas, te quedás! Y un grupo de seis seudo-magistrados, escriben la sentencia ordenada para perennizarlo en el poder.
Así las cosas, no debe extrañarnos que su poder esté fundado en la ilegitimidad y la cobardía, puesto que se sostiene en la “bóveda del miedo” que controla a los sumisos miembros del FSLN, orientándoles perseguir a quien es crítico o no le rinde pleitesía. En la marcha de León, en septiembre del año pasado, pude ver cara a cara a estos sociopatas que pretendieron agredirme: blandiendo garrotes, lanzándome insultos, empujones, líquidos inmundos y pedradas. Eran casi todos funcionarios públicos, algunos conocidos. Hombres que olían a sudor y miedo: un grupo de “valientes” que agredían a mujeres y chavalos desarmados, pero que son eunucos ante el poder.
La enfermedad moral que aqueja al Orteguismo se llama narcisismo maligno. Para esto no hay cura ni terapia posible, ni Constitución, ni leyes ni normas que valgan. Por el carácter de esta enfermedad colectiva, los individuos sólo son capaces de profesar lealtad al grupo específico que los contiene, pero no a toda la sociedad. Cualquier intento de razonamiento, discernimiento, debate democrático, llamado al sentido de la responsabilidad o a la ética política, es inútil. Para ellos no existe Nicaragua ni la sociedad, pues son un grupo cerrado y autoreferenciado en su locura. Viven en una burbuja esquizofrénica que los separa de la realidad y del resto de nosotros, ciudadanos comunes y silvestres que nos damos cuenta de que el rey anda desnudo.
Por ello, el desalojo del poder es necesario e inevitable, por la sanidad de la nación y para detener el asalto totalitario, el caos económico y el terror contra los ciudadanos. Hoy somos un grupo de mujeres las amenazadas por el terror. Mañana será toda la sociedad. Hay que actuar ahora. Ya todo mundo sabe lo que toca hacer con las dictaduras.
El hecho de que mi nombre esté en esa lista destinada a aterrorizar a un grupo de mujeres que somos voceras de organizaciones ciudadanas, tales como Doña Vilma Núñez de Escorcia, (un verdadero monumento nacional), Luisa Molina, de la Coordinadora Civil, Violeta Granera, del Movimiento por Nicaragua, Juanita Jiménez y Azalea Solís, del Movimiento Autónomo de Mujeres, me ubica en una compañía que me honra, pues son personas de reconocida integridad, inteligencia y coraje, que hoy por hoy representan la reserva moral y política de este país.
La estatura de estas mujeres nos permite valorar la pequeñez humana y la miseria de espíritu de quienes como gran “estrategia política” pretenden agredirlas. Con esta lista, se proponen ejecutar un “feminicidio político”, vapuleando, asaltando o matando como los más degradados delincuentes, a mujeres que representan la conciencia crítica de la nación. Ahí están para comprobarlo el caso de Leonor Martínez, del movimiento juvenil, emboscada y vapuleada casi frente a su casa en días recientes por denunciar el asalto a la Constitución, así como la insólita situación de la periodista independiente María Mercedes Urbina, sometida a abusos por el poder judicial, por investigar irregularidades del gobierno local en Nagarote.
Todo ello muy a tono con la personalidad y el ejemplo del Presidente y su consorte, que tienen el dudoso honor de estar registrados para la historia como emblemas de las pavorosas cifras que sobre abusos y delitos cometidos contra las mujeres se registran en el país.
Y es que el Orteguismo y su expresión partidizada como FSLN, representan un grupo que manifiesta el denominado “Trastorno de la Personalidad Antisocial” (TPA). Se trata pues de un colectivo de sociópatas, cuya condición se caracteriza por conductas persistentes de manipulación, explotación o violación de los derechos de los demás; conducta a menudo implicada también en comportamientos criminales. Un sociópata es un individuo engañoso, manipulativo y narcisista, que carece de remordimiento y empatía. Por eso, suelen deshumanizar a sus víctimas y mostrar irresponsabilidad por las consecuencias de sus actos, siendo irritables y agresivos.
El grave cuadro de personalidad antisocial que presenta el Presidente y sus seguidores, les hace rehuir las normas establecidas y se niegan a adaptarse a ellas, por eso, aunque saben que están haciendo un mal al país o a determinadas personas o sectores, actúan por impulso para alcanzar lo que desean, sin importarles nada. Un rasgo común entre los sociópatas es la distorsión de la autoestima, que suele expresarse en el egocentrismo -creer que sus propias opiniones e intereses son más importantes que las de los demás-, y en la megalomanía. Fíjense nomás en los discursos del Presidente y los delirios místicos e impositivos (por considerarse portadora de una verdad que revelar) de su consorte, así como en el comportamiento de sus más obsecuentes paniaguados: magistrados, diputados, líderes sindicales, presentadores oficialistas, capos de partido y jefes de rotondas.
Tal vez la expresión más palpable son las gigantografías que nos asaltan en cada cuadra con la imagen del Ciudadano-Pueblo Presidente-Daniel que lo anuncian como el “rey de los pobres” y como cornucopia de la abundancia en salud, comida y trabajo, con cifras incomprobables y por lo demás, mentirosas. La megalomanía está asociada con delirios de grandeza, poder u omnipotencia, que dan cuenta de la extravagancia de sus actuaciones y la parafernalia del poder con la que se rodean. Pero principalmente a una obsesión compulsiva por tener el control de todo, que es el mal que aqueja comúnmente a los dictadores, puesto que temen y sospechan de todo aquello que quede fuera de su mando. Cuanto más borrachos de poder están, más recelan de la lealtad de aquellos que le rinden culto, lo que explica por qué suelen despedir inopinadamente hasta a los más abyectos de sus seguidores.
Una personalidad narcisista como la de Ortega, supone que él es la guía y medida para todo el mundo y que sus verdades son irrebatibles. En el fondo el pobre diablo narcisista se emborracha con sus propias palabras y necesita admiración y adulación permanente, para remendar la falta de autoestima que padece. Para compensarla, se rodea de un círculo de sociópatas aduladores que le hace la corte y que, como el espejo de la reina de Blancanieves, lo reafirma diciéndole que es el más bonito, el mejor, el único, el imprescindible. Ahora le gritan: ¡No te vas, te quedás! Y un grupo de seis seudo-magistrados, escriben la sentencia ordenada para perennizarlo en el poder.
Así las cosas, no debe extrañarnos que su poder esté fundado en la ilegitimidad y la cobardía, puesto que se sostiene en la “bóveda del miedo” que controla a los sumisos miembros del FSLN, orientándoles perseguir a quien es crítico o no le rinde pleitesía. En la marcha de León, en septiembre del año pasado, pude ver cara a cara a estos sociopatas que pretendieron agredirme: blandiendo garrotes, lanzándome insultos, empujones, líquidos inmundos y pedradas. Eran casi todos funcionarios públicos, algunos conocidos. Hombres que olían a sudor y miedo: un grupo de “valientes” que agredían a mujeres y chavalos desarmados, pero que son eunucos ante el poder.
La enfermedad moral que aqueja al Orteguismo se llama narcisismo maligno. Para esto no hay cura ni terapia posible, ni Constitución, ni leyes ni normas que valgan. Por el carácter de esta enfermedad colectiva, los individuos sólo son capaces de profesar lealtad al grupo específico que los contiene, pero no a toda la sociedad. Cualquier intento de razonamiento, discernimiento, debate democrático, llamado al sentido de la responsabilidad o a la ética política, es inútil. Para ellos no existe Nicaragua ni la sociedad, pues son un grupo cerrado y autoreferenciado en su locura. Viven en una burbuja esquizofrénica que los separa de la realidad y del resto de nosotros, ciudadanos comunes y silvestres que nos damos cuenta de que el rey anda desnudo.
Por ello, el desalojo del poder es necesario e inevitable, por la sanidad de la nación y para detener el asalto totalitario, el caos económico y el terror contra los ciudadanos. Hoy somos un grupo de mujeres las amenazadas por el terror. Mañana será toda la sociedad. Hay que actuar ahora. Ya todo mundo sabe lo que toca hacer con las dictaduras.
(El Nuevo Diario, Managua/Nicaragua)