(Reproducimos un editorial de El País sobre la visita del cancillero español en Cuba. El título correcto sería: Dudas sobre España)
El ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha declarado que todos los objetivos de su nueva visita a Cuba han sido cumplidos. Faltaría por saber, sin embargo, cuáles eran esos objetivos. Porque lo que el ministro asegura haber obtenido podría no justificar, por sí solo, el viaje a la isla de un miembro del Gobierno español.
Da la impresión de que la apertura de una interlocución al máximo nivel con el régimen castrista no habría servido para ampliar el margen de maniobra diplomático, sino para estrecharlo: si en su anterior visita, el ministro y su delegación estuvieron en condiciones de mantener un contacto con la disidencia, en esta ocasión se han visto obligados a renunciar a cualquier gesto. Y por lo que respecta a las relaciones bilaterales, la delegación española se habría conformado con jugar en el terreno que la parte cubana mejor maneja, anegando la agenda de problemas muchas veces creados de manera artificial para evitar el diálogo sobre las cuestiones decisivas.
La liberación del disidente Nelson Alberto Aguiar Ramírez, además de un empresario español, con que Raúl Castro quiso gratificar la visita del ministro español es una gran noticia desde el punto de vista humanitario. Desde el punto de vista político, sin embargo, podría no ser otra cosa que la repetición del implícito chantaje al que el castrismo pretende someter a sus interlocutores internacionales. Si éstos ponen el acento en las exigencias de democratización, deben abandonar cualquier esperanza de obtener medidas de gracia para los presos políticos, y viceversa. Por eso es discutible la afirmación del ministro Moratinos en el sentido de que la liberación de Aguiar Ramírez sea la prueba de que su estrategia está dando resultados. Lo que tal vez demuestre es que, con visitas como ésta, el régimen cubano está en mejores condiciones de volver por donde solía.
Moratinos anunció su voluntad de trabajar para que la Unión Europea abandone su actual política hacia Cuba. Se trata, sin duda, de una política equivocada. Pero el problema consiste en sustituirla sin que el régimen cubano pueda obtener beneficios del cambio y sin que, por otra parte, los socios europeos se sientan instrumentalizados por los intereses de España. Esta visita no sólo no ha contribuido a alcanzar estos dos objetivos, sino que podría haberlos complicado un poco más.
(El País, Madrid)