Nadie se lo ha dicho en público, pero Barack Obama seguramente lo sabe. Afronta un dilema desgarrador, paradójico y, en el fondo, diabólico, que explica las adversidades que lo agobian hoy, dentro y fuera de su país, y que seguramente definirán el destino y el desenlace de su Gobierno. El debate suscitado en Estados Unidos por su premio Nobel de la Paz -emblemático y basado en esperanzas futuras, más que en realizaciones pasadas- lo comprueba sin ambages, al mostrar cómo lo que debiera ser motivo de orgullo para un país entero se vuelve objeto de controversia.
Obama puede ser un gran presidente progresista, o un gran presidente negro; pero no puede ser ambos...
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