apareciste la noche de la amarga derrota en casa contra Honduras. El restaurante estaba lleno de gente vestida de azul y blanco. La mitad catrachos, celebrando. La otra guanaca, ahogando su dolor. Unos cantando, los otros callando...
De repente, vos te levantaste y fuiste a la mesa vecina poblada de caras tristes: “Como pueden ver, soy hondureña. Quiero decirles dos cosas: primero, vamos a Sudáfrica para poner en alto a Centroamérica. Segundo, ¡nadie quiere de regreso a Zelaya!”
Con eso, armaste una fiesta de reconciliación, con camisetas azules sin H abrazando camisetas azules con H. Las mesas se confundieron en un sólo molote de azul discutiendo fútbol y política...
No había en todo este gentío quien insultara a alguien por tener o no tener una H en su camiseta azul. Y no había nadie quien defendiera al pobre Zelaya...
Muchacha, no sé cómo lo hiciste, pero provocaste -en tierra ajena y potencialmente hostil- una manifestación de bolos en pro del derecho de los hondureños de deshacerse de Zelaya y de ir al mundial.
Gracias, desconocida, te saluda Paolo Lüers
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