Los periodistas que trabajan en países represivos son rutinariamente apresados, agredidos y asesinados. Entonces, ¿cuál es el problema si simplemente se les ignora?
De hecho, la “Ley del silencio” emerge como una amenaza a la libertad de prensa. Una amenaza insidiosa y peligrosa.
Fui testigo de primera mano, cuando visité Nicaragua en abril, como parte de una delegación del Comité para la Protección de Periodistas. El Presidente Daniel Ortega es omnipresente en Nicaragua —su rostro sonriente adorna rótulos rosados, y aparece todas las noches en televisión, dispensando largos discursos—, pero es invisible a la prensa independiente. Aún no ha sostenido una conferencia de prensa oficial, ni ha dado una entrevista extensa a ningún periodista nicaragüense.
¿Por qué no le habla Ortega a los medios? Porque no tiene que hacerlo.
Los medios privados de Nicaragua pertenecen y son administrados por las élites tradicionales del país, con orientación de centro-derecha. En circunstancias normales, Ortega y los sandinistas necesitarían apelar a algunos votantes de ese segmento del electorado para alcanzar una mayoría, y por lo tanto, tendrían interés en interactuar con sus críticos en la prensa. Pero Ortega maquinó cambios en la ley electoral nicaraguense que le permitieron conquistar la presidencia en el 2006 con tan sólo el 38% del voto. Esto significa que puede despreciar sin problema alguno al segmento de la opinión pública representado por los medios privados.
La estrategia política de Ortega es unificar a la base sandinista, a través de retórica encendida, para provocar conflictos con sus oponentes políticos, incluidos aquellos en los medios privados. Se apoya en operaciones mediáticas administradas por su propio partido y su familia para comunicarse directamente con sus seguidores. Estos medios nunca hablan directamente con Ortega. A como nos explicó Dennis Schwartz, el director de la emisora sandinista Radio Ya: “Transmitimos los eventos públicos. No sentimos necesidad de entrevistar a Ortega.”
Nicaragua es quizás el ejemplo más claro de esta tendencia mundial. Líderes alrededor del mundo ignoran a los medios críticos que tratan de medirles las costillas. Esto es posible, parcialmente, porque los medios mismos están debilitados política y económicamente. Los medios tradicionales, particularmente los periódicos, llegan habitualmente a un porcentaje pequeño de la población, y por el ascenso de la internet, ya no influencian a la opinión pública como antes. Usualmente están económicamente disminuidos —y ya no son tan capaces de ofrecer resistencia efectiva a la presión gubernamental.
Ignorar a la prensa es una táctica que cubre todo el ámbito ideológico, y es empleada por países represivos y democráticos. Durante una discusión sobre guerra y propaganda a la que asistí recientemente, dos panelistas hablaron sobre las estrategias de administración de medios durante los recientes conflictos en Sri Lanka y Gaza. Tanto el gobierno de Sri Lanka como el israelí simplemente bloquearon el acceso a la zona de guerra, aceptando las inevitables críticas que recibieron en círculos internacionales. Aunque los medios de Israel son vigorosos y frecuentemente críticos, apoyaron ampliamente la incursión militar de Gaza en enero. En Sri Lanka, la emisora de radio en lengua Sihnhala que llega a la mayoría de la población se alineó detrás de la operación militar contra los separatistas tamil. Con los medios locales alineados tras ellos, ambos países simplemente se negaron a responder a los críticos fuera de su país.
En Rusia, el Primer Ministro Vladimir Putin y el presidente Dmitry Medvedev han utilizado leyes fiscales punitivas y asaltos accionarios corporativos para subyugar al control del Kremlin a medios otrora críticos.
La admiradora cobertura de estos medios ha sido tan exitosa a la hora de construir apoyo para el proyecto político Putin-Medvedev, que ahora pueden ignorar con tranquilidad al puñado de medios críticos que quedan, cuyo alcance esta confinado a grupos de la élite moscovita.
En Latinoamérica el presidente conservador Álvaro Uribe y el izquierdista venezolano Hugo Chávez confían ambos en medios afines para comunicarse directamente con sus partidarios, al tiempo que atacan a sus críticos. (Uribe describió al principal periodista investigativo del país como cobarde, mentiroso, cerdo, y calumniador profesional.)
Al igual que el Kremlin, Chávez esta atrayendo a los medios radio-eléctricos al control gubernamental, y su blanco mas reciente es el último bastión crítico en televisión, Globovisión. Los medios impresos en Venezuela se mantienen estridentemente críticos de Chávez, pero apelan a un segmento de la población que Chávez no necesita. Como en Nicaragua, los periodistas de medios privados son usualmente excluidos de eventos gubernamentales.
Aún en Irán, donde el reporteo internacional se ha enfocado en nuevos medios y redes sociales como poderosas armas de organización política, la realidad es que muchos iraníes acceden a información a través de periódicos y estaciones de televisión tradicionales, leales al gobierno conservador de Mahmoud Ahmadinejad. Ethan Zuckerman, del Centro Berkman para Internet y Sociedad de la Universidad de Harvard, destacó en un artículo reciente de su blog, que fotos y videos tomados en las calles de Teherán pueden estar llegando al mundo entero, pero el gobierno ha sido exitoso al limitar su distribución en Irán, al menos fuera de la élite de Teherán. Aún así, el tumulto post-electoral seguramente recordará a líderes represivos alrededor del mundo lo que puede pasar cuando pierden control de la agenda informativa.
La habilidad de los líderes políticos para evadir a los medios independientes también supone nuevos retos a los grupos de defensa de derechos humanos y otras organizaciones internacionales, algo que presencié durante mi visita a Nicaragua. Los grupos de derechos humanos tradicionalmente han trabajado documentando abusos y llamando la atención de las instituciones que crean percepción, incluyendo a los medios.
Pero ¿qué hacer cuando el gobierno simplemente se niega a interactuar? En Nicaragua, tratamos repetidamente de programar una reunión con el Presidente Ortega para presentarle nuestras preocupaciones sobre la hostilidad de su gobierno hacia los medios críticos. El único oficial de gobierno que nos recibió fue Omar Cabezas, Procurador de Derechos Humanos, ex combatiente sandinista y autor del libro “La Montaña es Algo Mas Que Una Inmensa Estepa Verde”. Cabezas es muy carismático, y su imitación de la ex Presidenta Violeta Chamorro nos mató de la risa. Pero cuando le preguntamos por qué el gobierno no nos quería hablar, se puso mortalmente serio. “Nosotros establecemos nuestra propia agenda”, dijo.
“No respondemos a presión de la comunidad internacional, gobiernos extranjeros, o la prensa. Hablamos cuando queremos, y decimos lo que queremos.”
Lo que es más perturbador de su visión obtusa es que Cabezas tiene un punto a su favor. Mientras la cínica estrategia mediática de Ortega se enraiza en Nicaragua, los medios mismos, debilitados económicamente y menos esenciales políticamente, han perdido su habilidad para demandar acceso. Para Ortega, los medios se han vuelto desechables. Peor aún, lo que vemos hoy en Nicaragua parece el presagio de una tendencia más amplia, extendiéndose por toda Latinoamérica y alrededor del mundo.
(Director Ejecutivo del Comité de Protección de Periodistas, que emitió el reporte ¨La guerra de Daniel Ortega contra los medios¨ el 1 de Julio. Columna publicada en Confidencial/Nicaragua)