Cada día que pasa sigue creciendo el debate internacional sobre la vigencia de la democracia en América Latina. En el centro de la discusión está, a no dudarlo, la falsa democracia participativa que ha estado vendiendo por todas partes, a fuerza de petrodólares, la revolución bolivariana.
Sin embargo, el hecho desencadenante de toda esta discusión ha sido la crisis de Honduras y los errores en cadena cometidos tanto por el Presidente de Venezuela como por sus tres enanitos del ALBA: Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega. Ávidos de petrodólares, el trío de mandatarios se montó en el escenario centroamericano y dio inicio a la función sin haber ensayado lo suficiente. Desde luego, el resultado del montaje fue un fiasco.
En primer lugar, a los tres presidentes actores se les notaba a leguas que no se sabían el papel, que exageraban los gestos y los movimientos y que el vestuario se correspondía más con los payasos de un circo que con protagonistas de un drama. El actor principal, sir Hugo Chávez, desencantó desde el primer momento pues repitió, gesto a gesto, su viejo papel de militar golpista. A mitad de la función, cuando comenzaron las pitas del público, se retiró esgrimiendo el gastado argumento de que en la sala había un francotirador.
Tampoco impactó al público el debut de Mel Zelaya, un viejo terrateniente convertido en predicador rojo rojito, con un costoso sombrero de hacendado millonario y bigotes de charro, haciendo ostentación de un lujo más propio de un narco colombiano que de un mandatario consagrado a su pueblo.
Por algo será, dicen por allí, que Honduras es un gran cementerio de avionetas venezolanas estrelladas. De manera que al público no le extrañó cuando Mel se montó en una avión, con doña Patricia, su canciller íntima, y fue a dar vueltas por Washington, Panamá y Nicaragua. Al final de la escena, se ve a la esposa de Mel cuando lanza furibundos insultos al avión y a sus ocupantes, para correr luego a refugiarse en la embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa. Allí contó todo, incluso las estrechas relaciones de la canciller Patricia con Hugo.
Como suele suceder en estos casos, la obra de teatro no pudo continuar y el público se subió al escenario a discutir.
Entre los puntos más resaltantes discutidos surgió uno que llamó la atención: ¿Puede un golpista confeso, que atentó contra la democracia, acusar a otro militar de ser golpista? La discusión se concentró en Venezuela: el presidente golpista no sólo se sintió orgulloso de lo que hizo, sino que declaró el 4 de febrero como fiesta nacional. Incluso una promoción de oficiales de la FAN adoptó en este mes el nombre de "27 de noviembre", fecha de otro golpe.
Los participantes del debate se preguntaban cuál era la diferencia esencial entre el golpe militar del 4 de febrero contra la democracia, protagonizado por un grupo de oficiales comandado por Chávez, y la acción militar ocurrida en Honduras por orden de la Corte Suprema, de la Fiscalía y del Congreso. El debate sigue.
(El Nacional, Venezuela)
Sin embargo, el hecho desencadenante de toda esta discusión ha sido la crisis de Honduras y los errores en cadena cometidos tanto por el Presidente de Venezuela como por sus tres enanitos del ALBA: Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega. Ávidos de petrodólares, el trío de mandatarios se montó en el escenario centroamericano y dio inicio a la función sin haber ensayado lo suficiente. Desde luego, el resultado del montaje fue un fiasco.
En primer lugar, a los tres presidentes actores se les notaba a leguas que no se sabían el papel, que exageraban los gestos y los movimientos y que el vestuario se correspondía más con los payasos de un circo que con protagonistas de un drama. El actor principal, sir Hugo Chávez, desencantó desde el primer momento pues repitió, gesto a gesto, su viejo papel de militar golpista. A mitad de la función, cuando comenzaron las pitas del público, se retiró esgrimiendo el gastado argumento de que en la sala había un francotirador.
Tampoco impactó al público el debut de Mel Zelaya, un viejo terrateniente convertido en predicador rojo rojito, con un costoso sombrero de hacendado millonario y bigotes de charro, haciendo ostentación de un lujo más propio de un narco colombiano que de un mandatario consagrado a su pueblo.
Por algo será, dicen por allí, que Honduras es un gran cementerio de avionetas venezolanas estrelladas. De manera que al público no le extrañó cuando Mel se montó en una avión, con doña Patricia, su canciller íntima, y fue a dar vueltas por Washington, Panamá y Nicaragua. Al final de la escena, se ve a la esposa de Mel cuando lanza furibundos insultos al avión y a sus ocupantes, para correr luego a refugiarse en la embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa. Allí contó todo, incluso las estrechas relaciones de la canciller Patricia con Hugo.
Como suele suceder en estos casos, la obra de teatro no pudo continuar y el público se subió al escenario a discutir.
Entre los puntos más resaltantes discutidos surgió uno que llamó la atención: ¿Puede un golpista confeso, que atentó contra la democracia, acusar a otro militar de ser golpista? La discusión se concentró en Venezuela: el presidente golpista no sólo se sintió orgulloso de lo que hizo, sino que declaró el 4 de febrero como fiesta nacional. Incluso una promoción de oficiales de la FAN adoptó en este mes el nombre de "27 de noviembre", fecha de otro golpe.
Los participantes del debate se preguntaban cuál era la diferencia esencial entre el golpe militar del 4 de febrero contra la democracia, protagonizado por un grupo de oficiales comandado por Chávez, y la acción militar ocurrida en Honduras por orden de la Corte Suprema, de la Fiscalía y del Congreso. El debate sigue.
(El Nacional, Venezuela)