Querido Epi:
como corresponsal de guerra conociste El Salvador como pocos salvadoreños. No sólo el país y sus montañas, sino a los protagonistas de la guerra. Te hiciste amigo de comandantes de ambos bandos. Dormiste en el piso con combatientes de ambos ejércitos. Escuchaste a las víctimas civiles de ambos lados. Contaste las historias de todos nosotros.
Hoy que regresaste al país, nos dijiste una cosa que me impactó mucho: que los salvadoreños deberíamos sentir un inmenso orgullo por la paz, por la manera cómo superamos la guerra y cómo logramos, contra todo escepticismo, mantener la paz.
Tienes razón, Epi: Aquí no se siente ese orgullo. Para el mundo, la paz negociada de El Salvador es un ejemplo, un éxito, una lección. Aquí muchos han perdido la visión que los Acuerdos de Paz siguen siendo la plataforma de nuestra democracia.
Hay gente de derecha y de izquierda que nunca aceptaron la idea que no ganaron la guerra. Siguen buscando la victoria que no lograron en la guerra. No entienden que el hecho que la guerra terminó sin ganadores y son vencidos era lo mejor que podía pasar al país.
Gracias Epi, por acordarnos a todos -guerrilleros, soldados, izquierda, derecha- las lecciones de nuestra propia guerra. Gracias por decirnos, con la confianza de quienes han compartido balaceras, emborracheras y velorios: No sean pendejos, guanacos, construyan sobre el capital que juntos han construido, que es la paz... No inventen rupturas y nuevas repúblicas, cuiden la democracia que fundaron juntos en 1992 – y cuídenla juntos.
Gracias, Epi, por llamarnos la atención,
tu colega y hermano Paolo Lüers