Este parece ser el mensaje del Gobierno: los delitos también pasan de moda. Pierden prestigio, dejan de ser importantes. Un asesinato ya no es lo que era hace años. Las balas perdidas ya sólo son un show mediático. Lo ha dicho el diputado Pedro Lander esta semana. "Los medios alteran la realidad (...) venden matrices de opinión sobre la inseguridad".
El problema real no es la violencia sino la manera de contar la violencia. Los homicidios sólo existen en la televisión.
Lo mismo ocurre con la corrupción. Si no fuera por los medios, nadie hablaría de la corrupción. Es un delito francamente demodé. Tan antiguo como un betamax, como la gelatina de frutas, como el papel carbón. Es pavoso, aburrido. A nadie le importa. La culpa es de los medios que se clavan en mencionar esa trivialidad. Eso no es periodismo: es sabotaje.
Porque ahora tenemos nuevos delitos. Nuevas formas de sospecha y, por supuesto, nuevas formas de vigilancia. Todo grupo que se proponga permanecer en el poder de manera indefinida, tarde o temprano termina produciendo sus propias enfermedades, sus paranoias particulares, sus crímenes. El gobierno bolivariano no es una excepción. Mientras seguimos esperando que le digan al país quién mató a Danilo Anderson, el Gobierno busca desesperadamente más delitos, más leyes, más culpas, más maneras de acorralar a los otros.
Los otros: he ahí otro indicador diferente para poder ponderar o valorar la calidad democrática de una sociedad.
Los otros, los distintos, los independientes, los diversos...
¿Existen? ¿Dónde están? ¿Cómo son? ¿Qué dicen? ¿Qué espacio tienen, en qué medio se expresan? Un proyecto dictatorial no entiende a los otros. No sólo no los tolera: ni siquiera los concibe. No puede aceptar su existencia. Eso es aún más importante que la definición de izquierda o derecha con la que pretenda arroparse cualquier proyecto totalitario. Los otros son sólo un objeto, un objetivo, del poder.
El ministro Rafael Ramírez suele ser muy contundente.
Habla poco pero cuando habla mete la lengua hasta el fondo.
Parece desconocer los matices, las estrategias discursivas.
Ya hace años, con su "rojo-rojito", resumió de manera brutal la voluntad de un Estado que apuesta decididamente por el apartheid político. Esta semana, de nuevo, ha soltado otra frase que delata, de forma escandalosa, la concepción que el Gobierno tiene de los ciudadanos y de sus libertades: quien no esté abierta y proactivamente con el Gobierno, puede ser considerado un conspirador.
¿Qué es un conspirador? Según esta definición, es cualquiera. Ya no se trata de abstenerse, de no firmar en contra del Presidente, de vivir y morir callado. Ahora el Gobierno exige más. Conspirador es aquel que no se pone la camisa roja. Es aquel que no apoya de manera decidida el proceso. No sólo el que critica, el golpista y oligarca, sino también aquel que quiere pasar agachadito, el que no se manifiesta a favor. La oferta de Ramírez es muy clara: de entrada, ser funcionario público equivale, ni más ni menos, a militar en el PSUV.
Quien no está con Chávez es un delincuente. Y al que no le guste, que se vaya. Ahora Venezuela es de todos.
Ya hace casi dos semanas, la fiscal Luisa Ortega Díaz planteó la creación de un instrumento legal que pueda sancionar los "delitos mediáticos". Forma parte de lo mismo. Se nos quiere imponer un tipo de sociedad fundada en la censura y en el miedo, regida por el juicio discrecional de un único poder ¿Quién decide qué es información y qué es opinión? ¿En qué quirófano se pueden separar ambas? ¿Con qué tabla se evalúan los contenidos mediáticos que supuestamente dañan la salud mental de los venezolanos? De nuevo: los otros existen. Y tienen derecho de producir y consumir distintas versiones de lo que ocurre. Así es la vida fuera de los cuarteles. Ya deberían saberlo. "Un Estado hambriento es más aterrador que un hombre hambriento", dijo Osip Mandelstam, poeta ruso, muerto en uno de los campos de trabajo del estalinismo. El Estado totalitario no se sacia nunca. Convierte su ansiedad en su destino.
Desea controlarlo todo, conocerlo todo, someterlo todo. Habla de democratizar el espacio radioeléctrico para, justamente, quedarse con él, monopolizarlo. Intenta regir las libertades en materia de opinión para criminalizar la diferencia. Declara que todo aquel que no es devoto es un conspirador, para convertir a los otros en enemigos. Ese es el sentido de su hambre: invadir, ocupar, suprimir a los otros.
Se acabó el relajo. Ya no se puede ser ni-ni. Si te quedas callado serás sospechoso.
Entre el "¡Patria, socialismo o muerte!" y el silencio, ahora también caben algunos años de cárcel.
(El Nacional, Venezuela)