Lo que aprendimos los venezolanos y todos los demócratas de América Latina, es que el truco de inventar una Constituyente para destruir las instituciones civiles es una de las jugarretas políticas más perversas que se haya conocido en las últimas décadas en la región. Ni siquiera a la CIA se le ocurrió semejante treta siniestra, aunque debemos reconocer que el comandante Fidel Castro sí supo prever estratégicamente que era un arma de doble filo para los desprevenidos pueblos del sur del Río Grande.
Que la Constituyente fuera en sus comienzos, y todavía, un arma de doble filo, significa que era posible usarla tanto para crear la falsa ilusión de que, a través de ella, la sociedad iba a dotarse de instituciones civiles cada vez más robustas y sinceras, o que también el Estado se convirtiera en un instrumento servil de las ambiciones de un militar orientado a erigirse en el único poder posible.
Esto último queda condensado en el intento de crear una república militar y autoritaria, basada en el incremento diario del odio, de la división social y política entre hermanos y de la entrega a una ideología caduca y extranjera como la cubana. Hoy más que nunca somos una nación frágil, incapaz de defenderse a sí misma ante los peligros del exterior, y sometida a una gran red de corrupción organizada a gran escala.
Ahora los jueces reciben órdenes directas del Poder Ejecutivo para argumentar sus sentencias, la Contraloría sólo investiga a los críticos del régimen y no a los corruptos que mercadean desde los ministerios y la industria petrolera, haciendo negocios entre hermanos, cuñados y suegras. Nada escapa al hambre de dinero de los nuevos ricos del comunismo del siglo XXI.
Aunque el Presidente no se da por enterado, los policías ya no se distinguen de los ladrones, los guardias nacionales son hoy las fuerzas represivas más odiadas, incluso por encima de la Disip y la DIM. Por si fuera poco la Fiscalía, la Defensoría y el Tribunal Supremo son el hazmerreír de los gobiernos serios del continente y de Europa. Venezuela se ha convertido en una nación de payasos, en un país que va por allí de chiste en chiste, de burla en burla y de humillación en humillación.
(El Nacional, Venezuela)