Aceptar a una mujer como presidente les cuesta más a los norteamericanos que aceptar a un negro. Esto es el resultado de las primarias demócratas. Posiblemente con la consecuencia que el presidente, al fin, será un hombre blanco.
Barack Obama se impuso sobre Hillary Clinton, a pesar de que con Obama los demócratas tienen menos seguridad de poder vencer al candidato republicano. Sobre todo, porque John McCain no es ningún retrógrado como George W. Bush, sino un republicano relativamente cercano a posiciones demócratas.
Hillary Clinton tiene su fuerza principal en los sectores y estados que suelen cambiar entre demócratas y republicanos. Unos los llaman “swing voters”, otros los llaman “Reagan democrats”. Son principalmente blancos de los sectores más susceptibles crisis económicas, cambios tecnológicos, consecuencias del los tratados de libre mercado. Son una amalgama de demócratas conservadores. No votan por cualquier candidato demócrata. Con sus victorias contundentes en estados como Ohio, Pensilvana, New Jersey. Kentucky, West Virginia, Clinton mostró que ella es de los candidatos demócratas que no provocan deserción entre estos votantes.
Hay un dato interesante: Hay un porcentaje de los votantes demócratas que participaron en las primarias que dicen que no votarían demócrata en caso que su precandidato preferido no sea candidato. Este porcentaje es mucho más alto entre los votantes de Hillary Clinton que entre los votantes de Barack Obama. Por esto, muchos analistas y dirigentes demócratas dicen que Obama no puede ganar sin Hillary Clinton como candidata a la vicepresidencia. Esto no hubiera sido válido al revés: Si Hillary Clinton hubiera ganado la candidatura, no necesitaría a Obama en su fórmula. Para decirlo en términos bastante planos: Los votantes de Obama de todas formas votan demócrata, pero muchos votantes de Clinton igualmente pueden votar republicano.
Entonces, ¿porque los demócratas al fin se van con Barack Obama? Veo dos razones principales: uno, porque Clinton es mujer. Otro, porque Obama ha logrado definir una tendencia hacía un cambio más profundo, más radical, más generacional que Hillary Clinton promete. Obama logró convencer a los demócratas que tenían que escoger entre pragmatismo, representado por Clinton, y principios, supuestamente representados por él. Lo irónico es que esta preferencia por una renovación radical puede tener como consecuencia que todo quede igual. El menosprecio por las cambios pragmáticos tendrá posiblemente como resultado que no habrá cambio ninguno.
A menos que Hillary Clinton acepte la responsabilidad de incorporarse a la fórmula demócrata encabezada por Obama. Y que el último acepte que sin ella no puede ganar y, por lo tanto, le ofrezca no sólo la candidatura a la vicepresidencia, sino amplias concesiones en la parte programática y un rol decisivo en el gobierno.
En mayo del año 2007 escribí en una columna titulada “Carta a Ségolène Royal” la siguiente frase: “La vi en la televisión debatir contra Nicolás Zarcozy. Me enamoré de Usted. Sin entender mucho del contenido y sin saber mucho de Francia, dije: esta mujer ganó el debate y perdió las elecciones. Una mujer que argumenta fuerte, una mujer agresiva, es vista por la mayoría -no solo de hombres sino también de mujeres- como histérica. Una mujer que muestra mucha seguridad, no se deja intimidar, y llega al colmo de proyectar superioridad frente a un contrincante masculino, es vista como arrogante y poco femenina.”
Lo mismo puedo decir sobre las primarias demócratas en Estados Unidos. Bajo esta óptica, tal vez habrá que relativizar la frase que escribí en la introducción de esta columna. Diría, entonces, así: Aceptar a una mujer fuerte como presidente les cuesta más a los norteamericanos que aceptar a un negro con tal que habla suave...
Barack Obama se impuso sobre Hillary Clinton, a pesar de que con Obama los demócratas tienen menos seguridad de poder vencer al candidato republicano. Sobre todo, porque John McCain no es ningún retrógrado como George W. Bush, sino un republicano relativamente cercano a posiciones demócratas.
Hillary Clinton tiene su fuerza principal en los sectores y estados que suelen cambiar entre demócratas y republicanos. Unos los llaman “swing voters”, otros los llaman “Reagan democrats”. Son principalmente blancos de los sectores más susceptibles crisis económicas, cambios tecnológicos, consecuencias del los tratados de libre mercado. Son una amalgama de demócratas conservadores. No votan por cualquier candidato demócrata. Con sus victorias contundentes en estados como Ohio, Pensilvana, New Jersey. Kentucky, West Virginia, Clinton mostró que ella es de los candidatos demócratas que no provocan deserción entre estos votantes.
Hay un dato interesante: Hay un porcentaje de los votantes demócratas que participaron en las primarias que dicen que no votarían demócrata en caso que su precandidato preferido no sea candidato. Este porcentaje es mucho más alto entre los votantes de Hillary Clinton que entre los votantes de Barack Obama. Por esto, muchos analistas y dirigentes demócratas dicen que Obama no puede ganar sin Hillary Clinton como candidata a la vicepresidencia. Esto no hubiera sido válido al revés: Si Hillary Clinton hubiera ganado la candidatura, no necesitaría a Obama en su fórmula. Para decirlo en términos bastante planos: Los votantes de Obama de todas formas votan demócrata, pero muchos votantes de Clinton igualmente pueden votar republicano.
Entonces, ¿porque los demócratas al fin se van con Barack Obama? Veo dos razones principales: uno, porque Clinton es mujer. Otro, porque Obama ha logrado definir una tendencia hacía un cambio más profundo, más radical, más generacional que Hillary Clinton promete. Obama logró convencer a los demócratas que tenían que escoger entre pragmatismo, representado por Clinton, y principios, supuestamente representados por él. Lo irónico es que esta preferencia por una renovación radical puede tener como consecuencia que todo quede igual. El menosprecio por las cambios pragmáticos tendrá posiblemente como resultado que no habrá cambio ninguno.
A menos que Hillary Clinton acepte la responsabilidad de incorporarse a la fórmula demócrata encabezada por Obama. Y que el último acepte que sin ella no puede ganar y, por lo tanto, le ofrezca no sólo la candidatura a la vicepresidencia, sino amplias concesiones en la parte programática y un rol decisivo en el gobierno.
En mayo del año 2007 escribí en una columna titulada “Carta a Ségolène Royal” la siguiente frase: “La vi en la televisión debatir contra Nicolás Zarcozy. Me enamoré de Usted. Sin entender mucho del contenido y sin saber mucho de Francia, dije: esta mujer ganó el debate y perdió las elecciones. Una mujer que argumenta fuerte, una mujer agresiva, es vista por la mayoría -no solo de hombres sino también de mujeres- como histérica. Una mujer que muestra mucha seguridad, no se deja intimidar, y llega al colmo de proyectar superioridad frente a un contrincante masculino, es vista como arrogante y poco femenina.”
Lo mismo puedo decir sobre las primarias demócratas en Estados Unidos. Bajo esta óptica, tal vez habrá que relativizar la frase que escribí en la introducción de esta columna. Diría, entonces, así: Aceptar a una mujer fuerte como presidente les cuesta más a los norteamericanos que aceptar a un negro con tal que habla suave...