Recientemente participé en una asamblea. Íbamos a constituir una asociación, supongamos de los Amigos de la Naturaleza. Una asistente tomo la palabra para pedir dos cosas: que la organización, para no ser excluyente para las mujeres, se llamara Asociación de Amigos y Amigas de la Naturaleza; y que en la Junta Directiva se incluyera a algunas mujeres.
Todos estaban convencidos de la validez de la segunda moción. No tanto de la primera. Sin embargo, nadie expresó objeción, y por aclamación se aprobaron el nombre cambiado y una junta de cinco hombres y cuatro mujeres.
Problema resuelto. ¿Realmente resuelto? No. Tal vez el de la participación de las mujeres. Pero el otro, el lingüístico, por nada. Hay una imposición de lo ‘políticamente correcto’. Hay un oportunismo de otros de aceptarlo. Y hay una actitud condescendiente del resto: no contradecir, para evitar discusiones inútiles. En esta ultima categoría me moví en aquella ocasión. Pero ni la imposición, ni el oportunismo, ni la condescendencia ayudan a la causa de los derechos de las mujeres. Lo único que hacen es crear una contaminación insufrible del idioma.
Léase la constitución ‘bolivariana’ de Venezuela. La mandaron a traducir al lenguaje políticamente correcto: ‘Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, Magistrados o Magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República, Fiscal General de la República, Defensor o Defensora del Pueblo, Ministros o Ministras de los despachos relacionados con la seguridad de la Nación, finanzas, energía y minas, educación; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas...’
Si ya lo dicen las constituciones, hay que hablar así: ”El verdadero amigo o la verdadera amiga es un hombre o una mujer con el o la cual nosotros o nosotras siempre podemos contar.”
Los políticos, siempre los primeros en asimilar –por lo menos en público- lo políticamente correcto, ya cambiaron su manera de hablar, por lo menos cuando están en frente de una cámara: ‘Excelentísimos embajadores y excelentísimas embajadoras y sus respectivas y respectivos señoras y señores esposas y esposos, distinguidos y distinguidas diputados o diputadas, ministros y ministras, estimados invitados y estimadas invitadas, queridos amigos y queridas amigas todos y todas....’
Lectoras y lectores todas y todos, no se enojen conmigo porque me niego a emplear este lenguaje. Me comprometo a escribir en contra de la exclusión de la mujer, pero igualmente tengo que cuidar el lenguaje, que es mi herramienta de trabajo. No puedo escribir “querido/as invitado/as” ni mucho menos ‘estimad@s amig@s tod@s’. Ni puedo pronunciar barbaridades como ‘bienvenidos y bienvenidas todos y todas los amigos y las amigas’.
El idioma es una estructura compleja. Siempre cambia, pero nunca por decreto o lineamientos políticos. En Venezuela hicieron un decreto que cambia el nombre de todos los ministerios. Los funcionarios públicos tienen que decir ‘Ministerio del Poder Popular de...’ De un momento al otro, por voluntad de un gobernante, ya no existen ministros, sino ministros del Poder Popular. Gastaron millones para cambiar rótulos, papel membretado, logotipos... Obviamente esta medida no cambia nada, ni la manera de hablar de la gente –excepto los funcionarios-, ni mucho menos la actuación de los ministerios. Sus políticas no son ahora más populares que antes del cambio de nombre.
El idioma cambia con el surgimiento de nuevas realidades, nuevas culturas, nuevas maneras de ver la realidad. Seguramente el profundo cambio cultural que representa el rol que las mujeres se han ganado en la sociedad, a la larga tendrá impactos sobre nuestro lenguaje, pero no son calculables ni mucho menos administrables. Los cambios lingüísticos no se dan porque alguien los exija o en base de acuerdos. Normalmente ni siquiera tenemos conciencia de ellos. De repente hay una nueva forma de expresarse. De repente hay palabras nuevas.
Sin embargo, los cambios gramaticales y sintácticos operan mucho más lentos e imprevisibles que los cambios en el léxico. El género es una categoría gramatical que se ha desarrollado de manera muy diferente en los idiomas. En inglés casi no existe el género gramatical. Toda cosa y persona es ‘the”, mientras el español tiene dos artículos, femenino y masculino. Igual con las terminaciones de los adjetivos: en inglés los adjetivos son iguales cuando se refieren a una mujer o a un hombre, en español existen las formas ‘bueno’ y ’buena’, ‘bello’ y ‘bella’.
En ingles dicen ‘the child’ y esta palabra no define el género. En español es ‘el niño’ y ‘la niña’. Pero existe la regla (la práctica común entre los parlantes) que la forma masculina al mismo tiempo se refiere de manera genérica a ambos géneros. Simplemente, la palabra ‘los niños’ tiene dos aceptaciones que todo el mundo entiende según el contexto. Puede referirse a un grupo de barones, o puede referirse a un grupo de niños de ambos géneros. Depende del contexto. Si alguien dice ‘los niños tienen derechos que los adultos no entendemos’, es obvio que estamos hablando de niños para distinguirlos de adultos y no de niños para distinguirlos de niñas. No hay confusión. Y tampoco hay exclusión ninguna. Todo el mudo que escucha esta frase sabe que estamos hablando de niños indistintamente de su género. Agregar ‘y niñas’ a esta frase no agrega nada.
En las constituciones –de naciones, asociaciones, partidos, etc.- hay que incluir una sola frase: ‘Las mujeres tienen los mismos derechos y deberes que los hombres.’ Esto marca la diferencia y define un derecho, no la aburrida e insufrible adición de artículos y adjetivos de género femenino que maltrata el idioma.
Todos estaban convencidos de la validez de la segunda moción. No tanto de la primera. Sin embargo, nadie expresó objeción, y por aclamación se aprobaron el nombre cambiado y una junta de cinco hombres y cuatro mujeres.
Problema resuelto. ¿Realmente resuelto? No. Tal vez el de la participación de las mujeres. Pero el otro, el lingüístico, por nada. Hay una imposición de lo ‘políticamente correcto’. Hay un oportunismo de otros de aceptarlo. Y hay una actitud condescendiente del resto: no contradecir, para evitar discusiones inútiles. En esta ultima categoría me moví en aquella ocasión. Pero ni la imposición, ni el oportunismo, ni la condescendencia ayudan a la causa de los derechos de las mujeres. Lo único que hacen es crear una contaminación insufrible del idioma.
Léase la constitución ‘bolivariana’ de Venezuela. La mandaron a traducir al lenguaje políticamente correcto: ‘Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, Magistrados o Magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República, Fiscal General de la República, Defensor o Defensora del Pueblo, Ministros o Ministras de los despachos relacionados con la seguridad de la Nación, finanzas, energía y minas, educación; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas...’
Si ya lo dicen las constituciones, hay que hablar así: ”El verdadero amigo o la verdadera amiga es un hombre o una mujer con el o la cual nosotros o nosotras siempre podemos contar.”
Los políticos, siempre los primeros en asimilar –por lo menos en público- lo políticamente correcto, ya cambiaron su manera de hablar, por lo menos cuando están en frente de una cámara: ‘Excelentísimos embajadores y excelentísimas embajadoras y sus respectivas y respectivos señoras y señores esposas y esposos, distinguidos y distinguidas diputados o diputadas, ministros y ministras, estimados invitados y estimadas invitadas, queridos amigos y queridas amigas todos y todas....’
Lectoras y lectores todas y todos, no se enojen conmigo porque me niego a emplear este lenguaje. Me comprometo a escribir en contra de la exclusión de la mujer, pero igualmente tengo que cuidar el lenguaje, que es mi herramienta de trabajo. No puedo escribir “querido/as invitado/as” ni mucho menos ‘estimad@s amig@s tod@s’. Ni puedo pronunciar barbaridades como ‘bienvenidos y bienvenidas todos y todas los amigos y las amigas’.
El idioma es una estructura compleja. Siempre cambia, pero nunca por decreto o lineamientos políticos. En Venezuela hicieron un decreto que cambia el nombre de todos los ministerios. Los funcionarios públicos tienen que decir ‘Ministerio del Poder Popular de...’ De un momento al otro, por voluntad de un gobernante, ya no existen ministros, sino ministros del Poder Popular. Gastaron millones para cambiar rótulos, papel membretado, logotipos... Obviamente esta medida no cambia nada, ni la manera de hablar de la gente –excepto los funcionarios-, ni mucho menos la actuación de los ministerios. Sus políticas no son ahora más populares que antes del cambio de nombre.
El idioma cambia con el surgimiento de nuevas realidades, nuevas culturas, nuevas maneras de ver la realidad. Seguramente el profundo cambio cultural que representa el rol que las mujeres se han ganado en la sociedad, a la larga tendrá impactos sobre nuestro lenguaje, pero no son calculables ni mucho menos administrables. Los cambios lingüísticos no se dan porque alguien los exija o en base de acuerdos. Normalmente ni siquiera tenemos conciencia de ellos. De repente hay una nueva forma de expresarse. De repente hay palabras nuevas.
Sin embargo, los cambios gramaticales y sintácticos operan mucho más lentos e imprevisibles que los cambios en el léxico. El género es una categoría gramatical que se ha desarrollado de manera muy diferente en los idiomas. En inglés casi no existe el género gramatical. Toda cosa y persona es ‘the”, mientras el español tiene dos artículos, femenino y masculino. Igual con las terminaciones de los adjetivos: en inglés los adjetivos son iguales cuando se refieren a una mujer o a un hombre, en español existen las formas ‘bueno’ y ’buena’, ‘bello’ y ‘bella’.
En ingles dicen ‘the child’ y esta palabra no define el género. En español es ‘el niño’ y ‘la niña’. Pero existe la regla (la práctica común entre los parlantes) que la forma masculina al mismo tiempo se refiere de manera genérica a ambos géneros. Simplemente, la palabra ‘los niños’ tiene dos aceptaciones que todo el mundo entiende según el contexto. Puede referirse a un grupo de barones, o puede referirse a un grupo de niños de ambos géneros. Depende del contexto. Si alguien dice ‘los niños tienen derechos que los adultos no entendemos’, es obvio que estamos hablando de niños para distinguirlos de adultos y no de niños para distinguirlos de niñas. No hay confusión. Y tampoco hay exclusión ninguna. Todo el mudo que escucha esta frase sabe que estamos hablando de niños indistintamente de su género. Agregar ‘y niñas’ a esta frase no agrega nada.
En las constituciones –de naciones, asociaciones, partidos, etc.- hay que incluir una sola frase: ‘Las mujeres tienen los mismos derechos y deberes que los hombres.’ Esto marca la diferencia y define un derecho, no la aburrida e insufrible adición de artículos y adjetivos de género femenino que maltrata el idioma.
(Publicado en El Diario de Hoy)