El Faro cumplió 16 años, que son por lo menos 15 más que todos le dimos cuando lo lanzaron al espacio cibernético. ¿Un periódico digital? Tienen que estar locos. Nadie lo leerá... Esta fue la reacción de todos los periodistas, incluyendo la mía.
Pero ustedes lograran que El Faro
sobreviviera. Económicamente sobrevivió en un nicho que ustedes lograron
sistemáticamente consolidar - con mucho marketing, no hacia el mercado de
lectores y de publicidad donde de hecho nunca penetraron mucho, sino hacia el
mundo de las fundaciones internacionales que incansablemente apoyan lo
“políticamente correcto”.
Periodísticamente no sólo sobrevivieron -
se hicieron indispensables. Identificaron y desarrollaron temas que los medios
tradicionales no tocan ni con profundidad, ni con investigación, ni con
necedad, ni con independencia: la migración, las violencia, la corrupción...
Se hicieron indispensables. Esto es, para
mi, lo mejor que se puede decir de un medio de comunicación. Y yo lo digo, sin
nunca haberme tragado la crítica que tengo a su trabajo. A veces me preguntan
cuál es mi pedo con El Faro de criticarlo tanto. Mi respuesta: lo critico
porque es importante, juega un papel que nadie más cumple.
Ustedes salieron con la prepotencia de
los jóvenes rebeldes que quieren revolucionar su profesión. Y siguen así, con
esta prepotencia difícil de soportar. El día del cumpleaños de El Faro, uno de
ustedes puso en twitter estas palabras: “Hace 16 años, El Faro abrió los ojos
para intentar abrir al mundo los ojos.”
No sólo es arrogante, es peligroso. Son
una amenaza no solo los políticos que piensan que son los dueños de la verdad y
necesitan “abrir al mundo los ojos”, sino también los intelectuales y
periodistas que se arrogan esta función. ¿Qué pasó con la revolucionaria idea
de un periodismo que se propone servir al ciudadano informado, crítico e
independiente?
Siempre he expresado mi crítica a la
manera elitista cómo ustedes se relacionan con el medio y con el público. Me
simpatiza la manera irreverente en que ustedes encaran a los poderes,
cuestionándolos, interrogándolos, criticándolos – ahí es donde El Faro se hizo
indispensable en nuestra cultura política. Pero detesto cómo se relacionan con
el público: sermoneándole, queriéndolo educar – o como dice el tuit: abriéndole
los ojos al ciego.
Mientras no superen esta distancia
jerárquica de sus lectores, nunca van a salir del nicho donde subsisten. Si
logran convertirse en un medio que es parte y expresión de una ciudadanía informada,
despierta, crítica, ustedes podrían llegar lejos.
Pero esta carta no es para regañarlos,
sino para darles ánimo: con todos los errores que cometen, y a pesar de esta
terrible tendencia de actuar como órgano oficial de lo políticamente correcto
que a veces me hace hervir la sangre, hace falta terrible El Faro. Nadie más
que ustedes trata de entender los fenómenos de la migración, de la violencia,
de las pandillas, del fracaso de las políticas de inclusión social y de
Seguridad. Gracias, farolitos, por ser tan tercos con estos temas. Solo por
esto les puedo perdonar que de vez en cuando recaen en los sermones sobre
algunos temas donde han agarrado llave ideológica: el fantasma del crimen
organizado, el peligro del estado fallido, la amnistía como pecado original de
la posguerra...
Incluso les perdono las veces cuando se dejaron manipular por fuentes de inteligencia, sea para tejer historias sobre el Cártel de Texis, o sobre el origen de la tregua - o incluso sobre la muerte de monseñor Romero.
Por favor, sigan jodiendo, incluso a mi.
Paolo Lüers
(Mas!/EDH)