Ninguna de estas alianzas logró en las
elecciones parlamentarias de septiembre la mayoría necesaria para formar
gobierno. Alemania es un régimen parlamentario: el que logra construir una
coalición parlamentaria con 50% más 1 diputado puede elegir al jefe de gobierno
(canciller) y formar gobierno. Ninguna de las coaliciones que se habían
presentado en las elecciones logró esta mayoría. Los socios liberales de Merkel
ya ni siquiera lograron los 5% de votos mínimos para ingresar al parlamento. Y
socialdemócratas y verdes quedaron lejos de los 50% de diputados.
Entonces, había 3 coaliciones
matemáticamente posibles: aparte de la gran coalición entre los partidos
mayoritarios, los conservadores podían formar mayoría junto a Los Verdes; y los
socialdemócratas y verdes podían incluir en su alianza a los poscomunistas del
Partido La Izquierda. Resulta que ambas coaliciones carecían de factibilidad
política. Para los conservadores de la Democracia Cristina (CDU/CSU), Los
Verdes, a pesar de su transformación de un movimiento de rebeldes en un partido
de clase media, siguen siendo de extrema desconfianza. Y los socialdemócratas,
igual que Los Verdes, se habían comprometido antes de las elecciones a no
incluir en su gobierno a los poscomunistas, quienes siguen opuestos a las
alianzas que han integrado Alemania al mundo occidental: la OTAN y la Unión
Europea...
El resultado lógico: la gran coalición
entre los dos partidos mayoritarios, los socialdemócratas y los conservadores
(democracia cristiana). Nadie la quería, es un matrimonio de conveniencia.
En las negociaciones entre los dos partidos
inmediatamente quedó evidente algo que aun más complicó la preparación de la
boda: La única manera de justificar esta alianza entre las fuerzas opuestas,
que obliga a ambos a hacer concesiones esenciales, modificando sus respectivos
programas de gobierno y sus promesas electorales, es cuando logre atacar de
raíz los problemas no resueltos del país. Esta coalición o será una frustrante
aberración del oportunismo de la clase política – o será lo mejor del
pragmatismo político: el pacto nacional que necesitaba la República para
enfrentarse a sus principales retos. Esta coalición, que nadie quería, está
obligada a hacer lo que ningún otro gobierno con mayoría precaria y oposición
fuerte puede lograr: arreglar el sistema de pensiones; revertir la creación de una
nueva pobreza de subempleo; una reforma de salud capaz de enfrentar la explosión de costos en una sociedad
cada vez más vieja; poner en práctica el anunciado cambio energético, asegurando sostenibilidad ecológica a largo plazo, pero sin
disparar los costos de energía; pasar de la administración de la crisis del
Euro a la integración política de Europa.
La gran coalición alemana está condenada
no sólo al éxito sino a lograr éxitos extraordinarios y cambios estructurales.
Si se queda en la administración de las crisis, poniendo parches y quedando
corto en las reformas, a la democracia alemana le van a crecer enemigos
peligrosos, tanto en la izquierda antisistema como en la nueva derecha
anti-europea.
Esta gestión gubernamental de una
coalición que tiene respaldo de 85% de los diputados tiene la oportunidad de
abandonar el populismo y hacer reformas dolorosas pero necesarias, por ejemplo
en los sistemas de salud y pensiones. Tiene la fuerza necesaria para parase a
la arrogancia de Estados Unidos en el pleito por las prácticas de espionaje.
Tiene la fuerza necesaria para convertirse en la locomotriz de la unidad
europea. Por parte de los socialdemócratas entra al nuevo gobierno alguna gente
de gran capacidad profesional y política. Juntos con dirigentes de la
Democracia Cristiana como Angela Merkel y Ursula von der Leyden, la primera
mujer a dirigir el ministerio de Defensa, que de todos modos han sido acusados
a llevar su partido del conservadurismo tradicional a posiciones
socialdemócratas, pueden convertirse en el gobierno de las reformas
consecuentes que necesita Alemania.
(El Diario de Hoy)