La revolución sandinista en tanto proceso social que pretendía lograr cambios cualitativos y una redefinición de la organización socioeconómica y política de Nicaragua dejó muchas y muy profundas huellas en la historia reciente de nuestro país.
Las causas que produjeron este movimiento social, político y militar hace más de tres décadas siguen vigentes en la actualidad. Después de la revolución sandinista, que fue precedida por la revolución liberal y otros intentos de movimientos políticos y militares que han ocurrido en nuestro país la situación no parece haber mejorado en lo más mínimo.
La justificación que dio sustento a la revolución sandinista fue principalmente el derrocamiento de la dictadura somocista en busca de construir una nueva sociedad bajo nuevos ideales de justicia, desarrollo social, integración plena de los sectores marginados a la dinámica socioeconómica del país y hacerlos fundamentalmente partícipes de la riqueza que el país produce.
La exclusión social y la marginación económica históricamente ha azotado a la sociedad nicaragüense que no ha podido encontrar en ninguna forma de gobierno, sea ésta dictadura, revolución o democracia, una respuesta congruente para este desajuste estructural del país que deja por fuera a una inmensa mayoría que sobrevive con casi nada y continúa alentando el enriquecimiento obsceno de una exigua minoría que como clan privilegiado disfruta a manos llenas de la enorme riqueza que nuestro país produce.
Esta fractura social es tan evidente hoy como lo fue en el pasado, sin importar los colores políticos de los gobiernos de entonces ni su forma de ejercer el poder. Esta fractura social inquietante por lo deshumanizante que resulta nos lleva a clasificar a los ciudadanos de nuestro país, que según la Constitución Política deberían ser iguales en derechos, en categorías perfectamente útiles y funcionales para sostener el inicuo sistema político que aflige a la nación nicaragüense. Dentro de esa clasificación hay una categoría, la más pobre y vulnerable, que es tenida en cuenta como el ganado o como borregos con los cuales se puede comerciar y utilizar a conveniencia.
Cabe preguntarnos ¿qué ha pasado con todas estas revoluciones, procesos de cambio, gobiernos democráticos, revoluciones pacíficas en las urnas como la de 1990, nuevas eras anunciadas con bombos y platillos; que en vano han intentado encontrar una respuesta para la sociedad nicaragüense y que han resultado totalmente ineficaces?
Han fallado simplemente porque no han podido cambiar lo esencial como es la mentalidad y los paradigmas éticos de la sociedad nicaragüense. Al llegar al poder en 1979 algunos líderes guerrilleros sandinistas que estaban esperando su momento para medrar indignamente y colocarse en posiciones de poder traicionaron los ideales y la verdadera ética revolucionaria y el compromiso de los auténticos líderes que perseguían un cambio. El oportunismo traicionó, como siempre, a la revolución sandinista. De un liderazgo arribista, excluyente y oportunista a más no poder, no podía nacer ningún nuevo orden social. La construcción del hombre nuevo que tanta falta hace aún a la sociedad nicaragüense, no podía venir de líderes empapados en los rancios métodos de enriquecimiento personal y el ejercicio del poder con lógica de clan, familia o logia ideológica.
La revolución fue traicionada al igual que otras revoluciones en el continente que terminaron siendo verdaderos fracasos por causa de un mal común: el arribismo de líderes inescrupulosos y sin la más elemental ética para ejercer el poder en beneficio del pueblo.
La revolución sandinista sólo existió en la mente imaginativa y en los ideales de un puñado de guerrilleros que, muertos la mayoría, y purgados de los grupos de poder los que sobrevivieron, acabaron en el descrédito y el escarnio. El cálculo político y el plan táctico para ocupar completamente el poder por parte de los infames guerrilleros oportunistas que aguardaban como larvas enquistadas del mal que ha azotado la historia de nuestro país como lo es la dictadura, fue tan preciso y exacto que en muy poco tiempo mataron la esperanza de una revolución y se dedicaron a construir un mito revolucionario y una mampara político-ideológica que fueron a prostituir a la Unión Soviética. ¿Qué tenia que ver la URSS con el cambio que anhelaban los nicaragüenses? La revolución sandinista nació muerta. Fue un aborto más en la historia política de nuestro país.
El mito, sin embargo, sobrevivió y se convirtió en un rentabilísimo partido político con marca registrada que está al servicio de quienes lo concibieron como un eslabón para escalar a la cima del poder como verdaderos mercenarios ideológicos que dieron al traste con el clamor de un pueblo por un cambio. La praxis de los líderes de ayer del partido que se apoderó de la marca revolucionaria es básicamente la misma de todos los dictadores que hemos visto desfilar en la historia de nuestra patria.
Mientras no se genere un cambio sustancial en los paradigmas éticos de la sociedad nicaragüense cualquier intento de revolución llevará intrínseco el enorme riesgo de fracaso que experimentó la revolución sandinista. Rodeando a los muchos jóvenes idealistas que puedan andar por toda Nicaragua, que sueñan con una patria mejor y con un nuevo orden social, seguramente están muchos oportunistas y arribistas como los “comandantes” que desde 1979 hicieron de la revolución y del Frente Sandinista un negocio privado al servicio de intereses mezquinos.
El cambio tiene que venir a través de la educación. La verdadera revolución que cambiará a Nicaragua será del orden ético y moral. En la construcción de esa revolución tenemos mucho por hacer todos y cada uno de los ciudadanos sobre todo en lo que a la educación de nuestros hijos se refiere.
Las causas que produjeron este movimiento social, político y militar hace más de tres décadas siguen vigentes en la actualidad. Después de la revolución sandinista, que fue precedida por la revolución liberal y otros intentos de movimientos políticos y militares que han ocurrido en nuestro país la situación no parece haber mejorado en lo más mínimo.
La justificación que dio sustento a la revolución sandinista fue principalmente el derrocamiento de la dictadura somocista en busca de construir una nueva sociedad bajo nuevos ideales de justicia, desarrollo social, integración plena de los sectores marginados a la dinámica socioeconómica del país y hacerlos fundamentalmente partícipes de la riqueza que el país produce.
La exclusión social y la marginación económica históricamente ha azotado a la sociedad nicaragüense que no ha podido encontrar en ninguna forma de gobierno, sea ésta dictadura, revolución o democracia, una respuesta congruente para este desajuste estructural del país que deja por fuera a una inmensa mayoría que sobrevive con casi nada y continúa alentando el enriquecimiento obsceno de una exigua minoría que como clan privilegiado disfruta a manos llenas de la enorme riqueza que nuestro país produce.
Esta fractura social es tan evidente hoy como lo fue en el pasado, sin importar los colores políticos de los gobiernos de entonces ni su forma de ejercer el poder. Esta fractura social inquietante por lo deshumanizante que resulta nos lleva a clasificar a los ciudadanos de nuestro país, que según la Constitución Política deberían ser iguales en derechos, en categorías perfectamente útiles y funcionales para sostener el inicuo sistema político que aflige a la nación nicaragüense. Dentro de esa clasificación hay una categoría, la más pobre y vulnerable, que es tenida en cuenta como el ganado o como borregos con los cuales se puede comerciar y utilizar a conveniencia.
Cabe preguntarnos ¿qué ha pasado con todas estas revoluciones, procesos de cambio, gobiernos democráticos, revoluciones pacíficas en las urnas como la de 1990, nuevas eras anunciadas con bombos y platillos; que en vano han intentado encontrar una respuesta para la sociedad nicaragüense y que han resultado totalmente ineficaces?
Han fallado simplemente porque no han podido cambiar lo esencial como es la mentalidad y los paradigmas éticos de la sociedad nicaragüense. Al llegar al poder en 1979 algunos líderes guerrilleros sandinistas que estaban esperando su momento para medrar indignamente y colocarse en posiciones de poder traicionaron los ideales y la verdadera ética revolucionaria y el compromiso de los auténticos líderes que perseguían un cambio. El oportunismo traicionó, como siempre, a la revolución sandinista. De un liderazgo arribista, excluyente y oportunista a más no poder, no podía nacer ningún nuevo orden social. La construcción del hombre nuevo que tanta falta hace aún a la sociedad nicaragüense, no podía venir de líderes empapados en los rancios métodos de enriquecimiento personal y el ejercicio del poder con lógica de clan, familia o logia ideológica.
La revolución fue traicionada al igual que otras revoluciones en el continente que terminaron siendo verdaderos fracasos por causa de un mal común: el arribismo de líderes inescrupulosos y sin la más elemental ética para ejercer el poder en beneficio del pueblo.
La revolución sandinista sólo existió en la mente imaginativa y en los ideales de un puñado de guerrilleros que, muertos la mayoría, y purgados de los grupos de poder los que sobrevivieron, acabaron en el descrédito y el escarnio. El cálculo político y el plan táctico para ocupar completamente el poder por parte de los infames guerrilleros oportunistas que aguardaban como larvas enquistadas del mal que ha azotado la historia de nuestro país como lo es la dictadura, fue tan preciso y exacto que en muy poco tiempo mataron la esperanza de una revolución y se dedicaron a construir un mito revolucionario y una mampara político-ideológica que fueron a prostituir a la Unión Soviética. ¿Qué tenia que ver la URSS con el cambio que anhelaban los nicaragüenses? La revolución sandinista nació muerta. Fue un aborto más en la historia política de nuestro país.
El mito, sin embargo, sobrevivió y se convirtió en un rentabilísimo partido político con marca registrada que está al servicio de quienes lo concibieron como un eslabón para escalar a la cima del poder como verdaderos mercenarios ideológicos que dieron al traste con el clamor de un pueblo por un cambio. La praxis de los líderes de ayer del partido que se apoderó de la marca revolucionaria es básicamente la misma de todos los dictadores que hemos visto desfilar en la historia de nuestra patria.
Mientras no se genere un cambio sustancial en los paradigmas éticos de la sociedad nicaragüense cualquier intento de revolución llevará intrínseco el enorme riesgo de fracaso que experimentó la revolución sandinista. Rodeando a los muchos jóvenes idealistas que puedan andar por toda Nicaragua, que sueñan con una patria mejor y con un nuevo orden social, seguramente están muchos oportunistas y arribistas como los “comandantes” que desde 1979 hicieron de la revolución y del Frente Sandinista un negocio privado al servicio de intereses mezquinos.
El cambio tiene que venir a través de la educación. La verdadera revolución que cambiará a Nicaragua será del orden ético y moral. En la construcción de esa revolución tenemos mucho por hacer todos y cada uno de los ciudadanos sobre todo en lo que a la educación de nuestros hijos se refiere.
(El Nuevo Diario, Managua/Nicaragua. El autor es especialista en Economía Pública y Administración Financiera Pública.)