Todavía queda bastante que decir sobre lo de Suchitoto. No voy a discutir el programa de descentralización, tampoco sobre la problemática del agua. Ya personas mucho más calificadas que yo en estas temáticas, como por ejemplo Sandra de Barraza en dos columnas en la Prensa Gráfica y Rodrigo Samayoa en Siguiente Página, han tomado la palabra. Tampoco voy a hablar de la las ridículas y escandalosas acusaciones de terrorismo contra los 13 detenidos de Suchitoto – ya se está incluso debatiendo una reforma a la ley antiterrorista, para evitar estas confusiones y abusos. Tampoco veo sentido entrar en un debate si los 13 detenidos son presos políticos – no quiero echar agua al vino de quienes están celebrando que ahora, al fin, vuelven a tener presos políticos. Claro, ¿qué es un movimiento revolucionario sin presos políticos? Es como no lo toman en serio.
Voy a hablar de un aspecto del conflicto que ha pasado desapercibido. Voy a hablar de zonas liberadas.
Hay unas mantas atravesando la Panamericana en San Martín, anunciando al viajero que se encuentra en “territorio liberado” gobernado por el FMLN. Por suerte, todavía no hay un puesto fronterizo donde cobran peaje a los que no somos militantes de este partido. Y había, en la discusión sobre las manifestaciones de Suchitoto, un argumento que merece reflexión: Que era una “provocación” la intención del presidente Saca de anunciar su programa de descentralización en Suchitoto. Como si en este lugar viven unos salvajes que ligeramente pueden volverse violentos si alguien los provoca. O como si Suchitoto fuera una especie de zona extraterritorial, donde que no es sujeta al poder central del gobierno. O como si fuera una zona bajo control de una fuerza beligerante, como fue el caso de las zonas bajo control guerrillero durante la guerra. Si al presidente Duarte se le hubiera ocurrido hacer un acto presidencial en Perquín para anunciar su política de ganarse los corazones y las mentes de la población de Morazán, seguramente en la Venceremos lo hubiéramos declarado un acto de provocación, y el comandante Jonás se le hubiera cobrado carísimo este antojo. Pero, cuando firmamos la paz, ratificamos no sólo el fin de los escuadrones de la muerte y de los batallones contrainsurgentes, sino también el fin de las zonas liberadas, donde el gobierno no podía ejercer control militar ni poder civil.
El domingo pasado, en el acto de celebración de los 149 años de la ciudad de Suchitoto, el alcalde Javier Martínez estimó conveniente hablar en su discurso de esta “provocación” del gobierno a Suchitoto (“pero los suchitotenses no nos dejamos provocar ni atacar”). Sin embargo, internamente él y los dirigentes locales en Suchitoto ya habían censurado “la emboscada” que este día 2 de julio hicieron los grupos violentos dentro o alrededor del FMLN, no sólo a la caravana de los invitados al acto presidencial, sino sobre todo a sus propios compañeros de Suchitoto. Estos querían hacer una manifestación pacífica – y terminaron envueltos en una batalla campal. Y claro, la disciplina partidaria –y el sobredimensionado operativo policial y militar- los obliga ahora a solidarizarse en vez de distanciarse de los grupos que bloquearon la carretera y atacaron a los vehículos de los invitados del presidente. La maldita unidad sigue dictando errores...
El 2 de julio simboliza lo absurdo de la confrontación política en El Salvador. Primero se inventa un problema que no existe, mucho menos en Suchitoto, pero tampoco en el resto del país: la privatización del agua. Movilizar por movilizar. Sin motivo real, pero pacífico y civilizado. Segundo, infiltración de la movilización por parte de la violencia organizada. En medio de consignas y reivindicaciones, de repente barricadas y piedras. Tercero, la respuesta de las fuerzas de seguridad, totalmente desmesurada. En vez de simplemente abrirles paso a los invitados y detener a los núcleos violentos, una operación masiva, despliegue de fuerzas y equipos militares, la toma militar de comunidades enteras, lejos del escenario de la batalla. Cuarto, los halcones de la derecha hablando de terroristas y los halcones de la izquierda hablando de presos políticos y activando sus redes de solidaridad internacional...
Lo que al final ha logrado el gobierno y su aparato de seguridad, con su respuesta exagerada y anticonstitucional, es nada menos volver a unir a todo el FMLN y sus bases, y precisamente bajo banderas de confrontación. Lo irónico es que los que habían organizado las protestas pacíficas de Suchitoto –las comunidades locales y organismos como CORDES, CRC y CRIPDES- son precisamente el sector que más se había alejado de las estrategias de desestabilización de la dirección. Hay comunidades en Suchitoto, donde durante años nadie hizo caso a las consignas confrontativas del FMLN, que hoy están diciendo: La próxima vez que entran aquí con armamento de guerra para catear, guerra tendrán. O, como dijo un dirigente local: Somos pacíficos, pero tampoco pendejos.
Regresando al punto de partida: ¿De dónde viene la concepción que el presidente de la República no puede ejercer su cargo en un municipio, sólo porque está gobernado por el FMLN, o sólo porque el gobierno y la mayoría de la población local no está de acuerdo con la política que quiere anunciar? ¿Implica al revés que los militantes de ARENA tienen derecho de impedir que en la UCA se celebre el festival de la verdad, sólo porque en Antigua Cuscatlán gobierna ARENA? ¿Vamos a ver heridos o muertos porque los partidos no van dejar entrar a sus respectivos enemigos a hacer campaña electoral en sus “zonas controladas”?
Si uno está no está de acuerdo con la política del gobierno, tiene todo el derecho de manifestar su desacuerdo, pero no a declarar al presidente y sus invitados personas non gratas en su municipio. Además, como alcalde, recibir al presidente en su municipio no significa, por nada, suscribir las políticas gubernamentales. Significa solamente el respeto a la institucionalidad. Me hubiera gustado ver al alcalde de Suchitoto o recibir al presidente o en la carretera ejerciendo su autoridad para evitar confrontaciones violentas.
Hasta la fecha Suchitoto era, como Sandra de Barraza señala con mucho conocimiento de causa, un ejemplo exitoso de una gestión municipal que sabe negociar con el gobierno, con el FISDL y con fuentes externas proyectos de desarrollo para el municipio y sus comunidades. Las diferencias ideológicas y políticas entre los alcaldes de Suchitoto y el gobierno central hasta ahora no han sido obstáculos para avanzar conjuntamente en los proyectos de agua (¡precisamente descentralización de agua!), medio ambiente, seguridad pública, turismo, etc. ¡Y de repente Suchitoto es zona liberada, donde el alcalde no puede recibir al presidente, sino más bien habla de provocación! No se si se trata de un cambio en la concepción del señor alcalde, o simplemente de un acto de sumisión al discurso oficial de su partido. Las dos cosas serían igualmente lamentables. Sobre todo tomando en cuenta que Javier Martínez fue elegido alcalde por una gran mayoría (más allá del voto duro del Frente), justamente porque en las elecciones primarias se había distanciado claramente de los ortodoxos del Frente.
Suchitoto merece seguir adelante en su tradición de rebeldía, pero no sólo contra el autoritarismo del gobierno central, sino igualmente contra el partido gobernante de la ciudad, que no quiere permitir que un municipio “liberado” rompa la lógica de la confrontación estéril y logre avanzar concertando con el gobierno, convirtiéndose en modelo para otros muncipios que no quieren ser zona liberada sino zonas desarrollada.
Yo entiendo que un alcalde del Frente tiene que protestar por el exceso de violencia mostrado por la policía en Suchitoto. Suscribo la protesta. Pero que también señale el exceso de violencia de los grupos que otros de su propio partido acarrearon de Soyapango, San Salvador y otros lugares para emboscar (literalmente) a la caravana de los invitados del presidente y (políticamente) a los manifestantes pacíficos de Suchitoto.
Claro que el alcalde de Suchitoto tiene que exigir “la libertad de los presos políticos”, sobre todo ante un gobierno que quiere transformar a unos vándalos y rufianes en terroristas, pero que también marque la línea en su propio partido y asegure que los grupos de choque no vuelvan a emboscar a Suchitoto.
La denuncia sigue siendo el discurso preferido de la izquierda. Pero que tampoco sean llorones: Cuando uno se mete con la seguridad de un acto presidencial, atacando a los invitados del presidente, recibe una paliza. En todas partes del mundo. Normalmente es una paliza, una noche de detención - y el día siguiente a la casa. Ya me pasó varias veces, la primera cuando no queríamos permitir que el Shah de Persia, el master de la temible policía secreta Savak, se divierta en la Ópera de Berlín a invitación del presidente alemán. Me dieron la paliza más grande de mi vida. Eso uno ya lo sabe antes. En Cuba, en Venezuela, en Estados Unidos y en El Salvador esta rebeldía resulta más cara, lo convierte a uno de enemigo del Estado - y esto hay que cambiar, por lo menos en El Salvador, antes de que alguien (sea el ministro de seguridad o la comisión política del Frente, o ambos) tome en serio lo de los presos políticos.
Voy a hablar de un aspecto del conflicto que ha pasado desapercibido. Voy a hablar de zonas liberadas.
Hay unas mantas atravesando la Panamericana en San Martín, anunciando al viajero que se encuentra en “territorio liberado” gobernado por el FMLN. Por suerte, todavía no hay un puesto fronterizo donde cobran peaje a los que no somos militantes de este partido. Y había, en la discusión sobre las manifestaciones de Suchitoto, un argumento que merece reflexión: Que era una “provocación” la intención del presidente Saca de anunciar su programa de descentralización en Suchitoto. Como si en este lugar viven unos salvajes que ligeramente pueden volverse violentos si alguien los provoca. O como si Suchitoto fuera una especie de zona extraterritorial, donde que no es sujeta al poder central del gobierno. O como si fuera una zona bajo control de una fuerza beligerante, como fue el caso de las zonas bajo control guerrillero durante la guerra. Si al presidente Duarte se le hubiera ocurrido hacer un acto presidencial en Perquín para anunciar su política de ganarse los corazones y las mentes de la población de Morazán, seguramente en la Venceremos lo hubiéramos declarado un acto de provocación, y el comandante Jonás se le hubiera cobrado carísimo este antojo. Pero, cuando firmamos la paz, ratificamos no sólo el fin de los escuadrones de la muerte y de los batallones contrainsurgentes, sino también el fin de las zonas liberadas, donde el gobierno no podía ejercer control militar ni poder civil.
El domingo pasado, en el acto de celebración de los 149 años de la ciudad de Suchitoto, el alcalde Javier Martínez estimó conveniente hablar en su discurso de esta “provocación” del gobierno a Suchitoto (“pero los suchitotenses no nos dejamos provocar ni atacar”). Sin embargo, internamente él y los dirigentes locales en Suchitoto ya habían censurado “la emboscada” que este día 2 de julio hicieron los grupos violentos dentro o alrededor del FMLN, no sólo a la caravana de los invitados al acto presidencial, sino sobre todo a sus propios compañeros de Suchitoto. Estos querían hacer una manifestación pacífica – y terminaron envueltos en una batalla campal. Y claro, la disciplina partidaria –y el sobredimensionado operativo policial y militar- los obliga ahora a solidarizarse en vez de distanciarse de los grupos que bloquearon la carretera y atacaron a los vehículos de los invitados del presidente. La maldita unidad sigue dictando errores...
El 2 de julio simboliza lo absurdo de la confrontación política en El Salvador. Primero se inventa un problema que no existe, mucho menos en Suchitoto, pero tampoco en el resto del país: la privatización del agua. Movilizar por movilizar. Sin motivo real, pero pacífico y civilizado. Segundo, infiltración de la movilización por parte de la violencia organizada. En medio de consignas y reivindicaciones, de repente barricadas y piedras. Tercero, la respuesta de las fuerzas de seguridad, totalmente desmesurada. En vez de simplemente abrirles paso a los invitados y detener a los núcleos violentos, una operación masiva, despliegue de fuerzas y equipos militares, la toma militar de comunidades enteras, lejos del escenario de la batalla. Cuarto, los halcones de la derecha hablando de terroristas y los halcones de la izquierda hablando de presos políticos y activando sus redes de solidaridad internacional...
Lo que al final ha logrado el gobierno y su aparato de seguridad, con su respuesta exagerada y anticonstitucional, es nada menos volver a unir a todo el FMLN y sus bases, y precisamente bajo banderas de confrontación. Lo irónico es que los que habían organizado las protestas pacíficas de Suchitoto –las comunidades locales y organismos como CORDES, CRC y CRIPDES- son precisamente el sector que más se había alejado de las estrategias de desestabilización de la dirección. Hay comunidades en Suchitoto, donde durante años nadie hizo caso a las consignas confrontativas del FMLN, que hoy están diciendo: La próxima vez que entran aquí con armamento de guerra para catear, guerra tendrán. O, como dijo un dirigente local: Somos pacíficos, pero tampoco pendejos.
Regresando al punto de partida: ¿De dónde viene la concepción que el presidente de la República no puede ejercer su cargo en un municipio, sólo porque está gobernado por el FMLN, o sólo porque el gobierno y la mayoría de la población local no está de acuerdo con la política que quiere anunciar? ¿Implica al revés que los militantes de ARENA tienen derecho de impedir que en la UCA se celebre el festival de la verdad, sólo porque en Antigua Cuscatlán gobierna ARENA? ¿Vamos a ver heridos o muertos porque los partidos no van dejar entrar a sus respectivos enemigos a hacer campaña electoral en sus “zonas controladas”?
Si uno está no está de acuerdo con la política del gobierno, tiene todo el derecho de manifestar su desacuerdo, pero no a declarar al presidente y sus invitados personas non gratas en su municipio. Además, como alcalde, recibir al presidente en su municipio no significa, por nada, suscribir las políticas gubernamentales. Significa solamente el respeto a la institucionalidad. Me hubiera gustado ver al alcalde de Suchitoto o recibir al presidente o en la carretera ejerciendo su autoridad para evitar confrontaciones violentas.
Hasta la fecha Suchitoto era, como Sandra de Barraza señala con mucho conocimiento de causa, un ejemplo exitoso de una gestión municipal que sabe negociar con el gobierno, con el FISDL y con fuentes externas proyectos de desarrollo para el municipio y sus comunidades. Las diferencias ideológicas y políticas entre los alcaldes de Suchitoto y el gobierno central hasta ahora no han sido obstáculos para avanzar conjuntamente en los proyectos de agua (¡precisamente descentralización de agua!), medio ambiente, seguridad pública, turismo, etc. ¡Y de repente Suchitoto es zona liberada, donde el alcalde no puede recibir al presidente, sino más bien habla de provocación! No se si se trata de un cambio en la concepción del señor alcalde, o simplemente de un acto de sumisión al discurso oficial de su partido. Las dos cosas serían igualmente lamentables. Sobre todo tomando en cuenta que Javier Martínez fue elegido alcalde por una gran mayoría (más allá del voto duro del Frente), justamente porque en las elecciones primarias se había distanciado claramente de los ortodoxos del Frente.
Suchitoto merece seguir adelante en su tradición de rebeldía, pero no sólo contra el autoritarismo del gobierno central, sino igualmente contra el partido gobernante de la ciudad, que no quiere permitir que un municipio “liberado” rompa la lógica de la confrontación estéril y logre avanzar concertando con el gobierno, convirtiéndose en modelo para otros muncipios que no quieren ser zona liberada sino zonas desarrollada.
Yo entiendo que un alcalde del Frente tiene que protestar por el exceso de violencia mostrado por la policía en Suchitoto. Suscribo la protesta. Pero que también señale el exceso de violencia de los grupos que otros de su propio partido acarrearon de Soyapango, San Salvador y otros lugares para emboscar (literalmente) a la caravana de los invitados del presidente y (políticamente) a los manifestantes pacíficos de Suchitoto.
Claro que el alcalde de Suchitoto tiene que exigir “la libertad de los presos políticos”, sobre todo ante un gobierno que quiere transformar a unos vándalos y rufianes en terroristas, pero que también marque la línea en su propio partido y asegure que los grupos de choque no vuelvan a emboscar a Suchitoto.
La denuncia sigue siendo el discurso preferido de la izquierda. Pero que tampoco sean llorones: Cuando uno se mete con la seguridad de un acto presidencial, atacando a los invitados del presidente, recibe una paliza. En todas partes del mundo. Normalmente es una paliza, una noche de detención - y el día siguiente a la casa. Ya me pasó varias veces, la primera cuando no queríamos permitir que el Shah de Persia, el master de la temible policía secreta Savak, se divierta en la Ópera de Berlín a invitación del presidente alemán. Me dieron la paliza más grande de mi vida. Eso uno ya lo sabe antes. En Cuba, en Venezuela, en Estados Unidos y en El Salvador esta rebeldía resulta más cara, lo convierte a uno de enemigo del Estado - y esto hay que cambiar, por lo menos en El Salvador, antes de que alguien (sea el ministro de seguridad o la comisión política del Frente, o ambos) tome en serio lo de los presos políticos.