Arrancó mal en su nuevo cargo. Pensó mandar un mensaje de hombre fuerte, pero en el fondo fue una señal de debilidad, indefinición y ambigüedad. Porque su primer acto fue ceder a la presión política, sacrificando a uno de sus funcionarios claves, el director general de Centros Penales Nelson Rauda. Parece que funcionó para reducir la presión: Le aplauden, como si mandar al carajo a un súbdito fuera un acto valiente. Pero ojo: Le aplauden precisamente los mismos que siempre querían doblarle el brazo al gobierno para que se retracte de su rol de facilitar, primero la tregua - y luego el intento de convertirla en un proceso de reconciliación entre los pandilleros y la sociedad.
¿Cuál acto valiente? Usted sólo obedeció
las órdenes del presidente, que pidió la cabeza de Rauda porque, tampoco
aguantaba la presión y necesitaba un chivo expiatorio. El presidente y sus
asesores de imagen están leyendo las mismas encuestas que Norman Quijano y
Elías Antonio Saca, quienes ya decidieron mejor apostar nuevamente a consignas
de mano dura...
Usted prometió construir un acuerdo
nacional para reducir la violencia. Pero los acuerdos sólo funcionan cuando se
construyen con liderazgo, claridad y valentía. Usted tuvo la oportunidad de oro
para mostrar que es suficiente hombre para liderar un proceso tan complejo y
controversial. Pudo haberse ganado la confianza que aquí se construye una
política que no va a cambiar con cada encuesta. Para construir esta confianza,
en vez de acobardarse ante la primera tormenta de opinión pública, usted
hubiera tenido que defender la política de diálogo del gobierno. Hubiera tenido
que poner el pecho a la hola de indignación hipócrita que se desató por la
entrevista de los dos pandilleros en el Tabernáculo. Hubiera tenido que decir
sin vacilación: Nosotros estamos fomentando que los pandilleros en público,
ante la gente, se comprometan con la tarea de construir la paz.
No tuvo el valor para defender una
política audaz, correcta y exitosa. ¿No entiende que están atacando a Nelson
Rauda, no por el permiso que dio para que dos reos participaran en un acto
religioso y periodístico en el Tabernáculo de Toby. Lo atacaron tan ferozmente
por los permisos que antes ha dado para facilitar, desde el sistema carcelario,
el diálogo entre pandillas y entre pandilleros y mediadores, y sobre todo el
incipiente diálogo entre pandillas y sociedad civil.
Y ante este ataque, el nuevo ministro (y
el presidente) se acobardan y declaran: “Se acabaron los privilegios de los
pandilleros.” Y sacrifican a uno de sus funcionarios más eficientes y
visionarios. Suspenden, por decreto ministerial y de manera total, cualquier
acceso de la prensa a los cárceles y los internos. Ya el jueves pasado El Faro
no pudo realizar, por “órdenes desde arriba”, una entrevista (debidamente
autorizada por Rauda) a un pandillero encarcelado que quería informar sobre el
acoso ilegal que recibe de parte de personeros de la fiscalía y de la embajada
norteamericana para distanciarse de la tregua. ¿Esta es la nueva política de su
ministerio?
De repente son “privilegios” las facilidades que el anterior ministro y Rauda dieron para que los pandilleros, juntos con los mediadores, podían ejercer la labor diaria de bomberos para reducir la violencia. La reducción de los homicidios de 15 a 5 diarios no es resultado de sólo firmar un comunicado. Es producto de una carpintería permanente que no es posible sin la activa participación de los que dirigen las pandillas adentro y afuera de las cárceles. Sin traslados de reos y reuniones no funcionaría esta labor de cortar las múltiples mechas de la violencia. ¿Y de repente estos traslados son privilegios?
¿Esta en riesgo la tregua? Afortunadamente
no, porque este proceso de reducción de la violencia en el cual están metidos
los pandilleros, y este proceso de reinserción definitiva que están buscando,
nunca dependió del gobierno. Ni de este ni del siguiente. El gobierno puede
facilitar este proceso o complicarlo, hacerlo más rápido o más lento. Pero no
lo puede suspender.
Mucho depende de sus próximo pasos,
ministro.
Saludos de Paolo Lüers
(Más!/EDH)