Yo no dudo que sea tentador. Probablemente se trata, incluso, de una de las más recurrentes utopías íntimas de cualquier venezolano: cobrar un sueldo por hablar pajita y tomar café. Que te paguen por conversar sobre modelos políticos, sobre la situación actual, sobre cómo está la vaina y qué hay qué hacer con este país. No está nada mal. Casi es un ideal revolucionario.
Sin embargo, no fue ése el trato que hicimos cuando los contratamos, cuando votamos por ellos el 26 de septiembre del año pasado. La verdad, no están ahí para discutir sobre el Estado burgués o el Estado comunal. No, mientras las cifras de la pobreza ascienden, tal y como lo señalan las propias estadísticas oficiales.
Tampoco, en su estreno, en esta primera semana, el oficialismo nos deslumbró con un extraordinario ejemplo de lo que propone Istúriz. En su primera intervención, el pasado miércoles, Earle Herrera descalificó los planteamientos del diputado Alfonso Marquina acusándolo de los crímenes que, en el pasado, tanto su partido como todos los gobiernos anteriores, cometieron. Su argumentación alcanzó el clímax conceptual cuando toda la bancada del partido de gobierno se puso de pie y comenzó a gritar: "¡Asesinos! ¡Asesinos!", con una enjundia y una hondura hermenéutica que olvídate de Jürgen Habermas y de la Escuela de Franckfurt.
Para ponerse a ese nivel, bastaría recordar a los jóvenes soldados que llevaron, bajo engaño, a la madrugada del 4 de febrero de 1992. Nunca les dijeron que iban a dar un golpe de Estado. Los lanzaron a una guerra sin ningún aviso, con la conciencia vendada. ¿Cuántos de ellos murieron? ¿Les parece ese caso heroico? ¿Creen que el Che Guevara hubiera hecho lo mismo, que estaría orgulloso, que diría que así se comporta el Hombre Nuevo? ¿Quieren discutirlo? Ahora que ya no son mayoría absoluta, los diputados del Gobierno desean restarle importancia a la Asamblea, cuestionan el significado de la representación parlamentaria.
Eso también forma parte de lo que Istúriz llama el "debate ideológico". La democracia sólo parece ser útil a la hora de conseguir una apariencia de legitimidad. Cuando pretende ser una experiencia política auténtica, diversa, que exige el reconocimiento del otro y la negociación, intentan de inmediato someterla, despojarla de todo poder. No deja de ser llamativo que hablen del "pueblo legislador" después de otorgarle al Presidente una Ley Habilitante para que, por año y medio, legisle de manera personal sobre una amplia cantidad de temas. Ahí se acaba el debate ideológico. El único argumento político que tienen es ese orden vertical: Chávez es la autoridad, el pueblo y la ley. Tres en uno.
Quizás quien ha desarrollado con mayor honestidad este planteamiento es el joven diputado Robert Serra. "Si hacer lo que diga el comandante declaró después de la elección del 26 de septiembre, cuando él lo diga y porque él lo diga, por mandato del pueblo, es ser una foca, entonces seré una foca los próximos años de mi vida". Poco importaría esta confesión mamífera si no fuera porque este mismo diputado, esta semana, ha acusado a los parlamentarios de la oposición de "no tener criterio propio". El oficialismo goza de una incoherencia infinita. La paradoja es su naturaleza. Tienen doble moral, doble discurso, doble ideología.
Por eso pueden llenarse la retórica hablando de transparencia y de sinceridad, mientras prohíben que otras cámaras, distintas de la suya, registren lo que ocurre dentro de la Asamblea. Allá adentro sólo hay una mirada, sólo hay un ángulo, una única versión.
Por eso, también, aunque se dicen de izquierda, devalúan y han estado a punto de aumentar el IVA y de aplicar un paquete económico que dejaría pálida a la derecha. Por eso pretendían imponer un control universitario donde, siguiendo la misma disciplina militar, la definición ideológica dependiera no del ejercicio democrático sino de la autoridad jerárquica.
El problema no es lo burgués o lo comunal: en el centro del debate está el Estado militar.
La sociedad disciplinada. Lo bolivarianamente correcto también puede ser muy reaccionario.
Dice Aristóbulo Istúriz que la nueva Asamblea Nacional no está para hablar pendejadas. Tiene razón. El pueblo tampoco espera que ellos lo hagan. No queremos que pierdan más tiempo con la ideología y con el Hombre Nuevo mientras, aquí, todos vivimos entre la inflación y las balas.
(El Nacional/Venezuela)