PARIS.-¿Por qué ser fiel a una izquierda que se derrumba? ¿Por qué negarse a cruzar la frontera ideológica y pasarse con bandera y banda al sarkozismo triunfal, como hicieron muchos de sus amigos? Esas preguntas sirven de hilo conductor al filósofo francés Bernard-Henri Lévy para hacer un balance sin concesiones del estado de la izquierda en Francia y tratar de identificar las razones de la derrota socialista en las elecciones presidenciales de abril y mayo pasados.
El más célebre, el más mediático de los llamados “nuevos filósofos”, responde a esos interrogantes en su reciente libro Ce grand cadavre tombé à la renverse (“Ese gran cadáver caído de espaldas”), fórmula utilizada por Jean-Paul Sartre para calificar a la izquierda cuando escribió el prefacio del libro Aden Arabie, de Paul Nizan, en 1960.
Solicitado por Nicolas Sarkozy para que publicara un artículo de apoyo a su candidatura durante la reciente campaña electoral –como habían hecho André Glucksmann y Alain Finkielkraut–, Lévy confiesa haber explicado al entonces candidato presidencial que, “a pesar de la amistad que los une” desde 1983, le resultaba imposible apoyarlo. “Después de todo –argumentó–, la izquierda sigue siendo mi familia.”
A partir de esa conversación, BHL –como se lo conoce en Francia– se lanza a un meticuloso análisis interior con el fin de descifrar sus razones más íntimas para ser de izquierda. Desfilan así imágenes, acontecimientos y reflejos que marcaron su vida, transformándose en elementos constitutivos de su personalidad: mayo de 1968, el escándalo Dreyfus, la guerra de España, el anticolonialismo, el antisemitismo –que no consigue separar del antirracismo– y la libertad, que no consigue separar de la igualdad.
Pero la parte más importante del libro quizás sea la última, donde hace un balance de “ese campo de ruinas” en que se ha transformado la izquierda actual.
Es verdad –afirma–, la izquierda rompió con la versión clásica de la tentación totalitaria, “el socialo-comunismo”. Pero de esas ruinas apareció otra tentación totalitaria que ya no se inspira en la extrema izquierda, sino en la derecha, incluso en la extrema derecha. Para Bernard-Henri Lévy, la izquierda está enferma. Es víctima de su fascinación por la nación y la bandera, de su antieuropeísmo, de su antinorteamericanismo, de su antiliberalismo, de su antisemitismo, de su fasci-islamismo…
“La izquierda está enferma de derechismo, ésa es la verdad”, resumió en una entrevista exclusiva con LA NACION en París.
–¿Usted no cree que pedirle a la izquierda que esté a favor del liberalismo y de Estados Unidos es como querer demostrar la cuadratura del círculo?
–De ninguna manera. En lo que atañe al liberalismo, debo recordarle que el liberalismo es patrimonio de la izquierda. El liberalismo es Jacobo Rousseau y su contrato social, Adam Smith o John Locke. Como diría Benedetto Croce, es necesario distinguir entre liberalismo y liberismo. El verdadero liberalismo nunca defendió la ley de la jungla o el mercado desregulado. Por el contrario, el liberalismo exige reglas, pactos, obligaciones que enmarcan la relación de las fuerzas económicas. El liberalismo no es el mercado, es el contrato.
–Cuando los altermundialistas y otros sectores de izquierda que usted denuncia con energía acusan al liberalismo de todos los males, quizás se refieren al ultraliberalismo.
–Pero entonces que lo digan. ¿Por qué no lo dicen? Que digan que están contra el ultraliberalismo y que quieren arrancarle el buen liberalismo a la derecha. Que quieren reivindicar su herencia. Que digan cómo harán para volver a ponerlo de pie. Mi maestro, Louis Althusser, decía que el gran genio de Marx fue tomar la dialéctica hegeliana, concepto reaccionario, y ponerlo nuevamente de pie. En Francia tenemos cantidad de cretinos que dicen que la nación, la seguridad, la bandera y Juana de Arco -conceptos reivindicados por la derecha- pertenecen también al patrimonio de la izquierda. Pero, entonces, ¿cómo es posible que, tratándose de algo tan importante como el liberalismo, no hagan el mismo trabajo? ¿Que no sean capaces de distinguir entre Silvio Berlusconi y las tres revoluciones fundadoras del modernismo [la inglesa, la norteamericana y la francesa]? Hacer ese trabajo es competencia de una izquierda crítica. Criticar quiere decir separar lo bueno de lo malo. Pero, la izquierda radical, los altermundialistas, todos aquellos que apoyan a Hugo Chávez y a Evo Morales, se declaran antiliberales, no antiultraliberales. Si les resulta difícil esa palabra, que encuentren otra. La verdad es que hay algo en la idea misma de libertad que les da miedo y que detestan. Ese miedo fue el que produjo a Castro ayer y a Chávez hoy.
-¿Usted no cree que Chávez sea de izquierda?
-Naturalmente que no. ¿Cómo puede ser de izquierda un hombre que ejerce un poder personal, que sueña con que ese poder sea vitalicio, que amordaza a los medios de comunicación de su país, que está sentado sobre una montaña de oro que su población no aprovecha y que es el aliado de Ahmadinejad en la guerra planetaria que libran los demócratas y los antidemócratas. Hay actualmente una izquierda que piensa que Chávez es de la familia, el niño turbulento de la familia. Yo no. Yo soy de izquierda y creo que Chávez es mi adversario.
-¿Y no se siente solo en ese planeta de la izquierda ideal? Porque una cosa es lo que uno quisiera y, otra, lo que es en realidad.
-No me importa. Me siento solo con Ingrid Betancourt, con Vaclav Havel, con Huber Matos, con Barak Obama, con una parte de la izquierda argentina que se reconocerá en lo que digo y que debe de estar negándose a verse embanderada junto a Chávez.
-En cuanto a la necesidad de una izquierda pro norteamericana Es posible que su análisis sea adecuado para Francia. Pero, ¿qué decir de América latina, donde Estados Unidos ha hecho y deshecho a su antojo en tantas ocasiones?
-El caso no es el mismo que en Francia, es verdad. Sin embargo, se puede decir cualquier cosa de Estados Unidos, y Dios sabe si yo he criticado algunas desviaciones de ese país que me erizan: Bush, el creacionismo, el conservadurismo duro Pero Estados Unidos también es un país donde las instituciones democráticas, la prensa, la opinión pública funcionan en forma ejemplar. Un presidente norteamericano jamás podría haber tratado de dar marcha atrás sobre el arrepentimiento de los crímenes históricos cometidos por Francia, como hizo Sarkozy con el colonialismo. La reacción ante Abu Ghraib fue inmediata. En tres días, toda la prensa norteamericana, incluido Fox News , hizo su mea culpa. Todos hablaron de la bancarrota del Estado durante el huracán de Nueva Orleáns. Pero nadie mencionó la solidaridad de la gente. No sólo de Hollywood, sino de los rednecks de Texas, que acogieron a los negros, víctimas de Katrina. Eso es Estados Unidos. No se puede afirmar que es la casa del diablo. Es el país de una mala política, de una corriente conservadora que me provoca escalofríos en la espalda, pero es un país formidable, un país que tiene recursos institucionales y democráticos que merecen ser tomados como ejemplo, por lo menos en Francia.
-Volvamos al comienzo de su libro, donde cuenta la llamada telefónica que le hizo el candidato Sarkozy para que usted se sumara a las figuras de izquierda que lo apoyaban. ¿Cómo es posible que usted haga en esas páginas un retrato tan feroz del actual presidente y, sin embargo, siga afirmando que es su amigo?
-Porque la amistad es una cosa y la política es otra. La diferencia entre Sarkozy y yo es que yo sé reconocer la diferencia entre la proximidad amistosa y las distancias ideológicas, y él no. Sarkozy cree que es suficiente ser amigo para estar de acuerdo. Yo creo lo contrario.
-Pero, ¿es posible discutir con él?
-Ese día no pude, es verdad. Pero conozco a Sarkozy desde 1983. Lo conozco bien y hemos discutido con frecuencia. Ese día, se encontraba en la fase ascendente de su campaña, estaba acelerado y, en efecto, era incapaz de discutir. Pero, ¿usted cree que hago un retrato feroz?
-Sí. Cuando cuenta que Sarkozy le dice "y cuándo me vas a hacer tu papelito en la prensa como Glucksmann", lo hace de un modo tan despreciativo que el lector se pregunta cómo es posible que usted no reaccione.
-Yo reacciono: no voto por él.
-Usted no vota por él y además escribe el libro. Pero, no es sólo esa conversación sino que, a medida que avanza la escritura, lo demuele cada vez más.
-Porque a medida que avanza la campaña, Sarkozy me consterna cada vez más. Sarkozy hizo una campaña de extrema derecha: sobre la necesidad de que Francia deje de arrepentirse por los crímenes cometidos durante el régimen de Vichy y el colonialismo, sobre la herencia de Mayo 68. Como él los manejó, todos esos y otros muchos temas me resultaron insoportables.
-¿Cuáles son para usted las cualidades del presidente francés?
-La energía, la vitalidad, la voluntad de reformar a Francia: las 35 horas, los regímenes especiales y las universidades, todo eso va en la buena dirección. En política exterior también suele ir en el buen sentido. Pero no cuando recibe a Hugo Chávez y le hace el regalo de un reconocimiento de Estado absolutamente injustificado. No cuando vende centrales nucleares civiles a Muammar Khadafi. Pero hay otros aspectos en los que ya hizo un buen trabajo: en la reconciliación con Estados Unidos, en la amistad con Israel, en la ruptura con la política árabe de la cancillería francesa.
-¿Vio a Sarkozy después de la publicación del libro?
-Sí.
-¿El presidente le dijo algo?
-Nada. Pero sé que está furioso.
-Hablando de Glucksmann, usted califica su gesto de adhesión de "valiente". ¿Por qué? ¿Lo comprende?
-No, la verdad es que no lo comprendo muy bien. No comprendí que lo haya hecho en ese momento. El papel de un intelectual no es el de manifestarse tan rápido. El papel de un intelectual es el de pronunciarse, pero lo más tarde posible, después de haber obtenido lo máximo. Dándose tiempo, Glucksmann podría haber obtenido aún más sobre los temas que le interesan: la causa chechena, la amistad con Estados Unidos, etc. Por eso no comprendo. Lo llamé y se lo dije.
-¿Cree, en todo caso, que el papel de los intelectuales es el de estar "a favor" del rey o del poder?
-No. Ni creo ni comprendo. Yo jamás estuve con un gobierno. Fui amigo de François Mitterrand. El fue testigo de mi boda exactamente un año antes de ganar las elecciones de 1981. Lo primero que hice el día de su victoria fue entrar en oposición. Fui amigo de Sarkozy durante 24 años. Lo primero que hice cuando llegó al Elíseo fue pasar a la oposición. No entiendo por qué hay intelectuales que hacen lo contrario.
-¿Cómo interpreta el gesto de esos otros socialistas -y amigos suyos-, como el actual canciller Bernard Kouchner, que decidieron engrosar las filas sarkozistas?
-No lo sé. Hay numerosas interpretaciones posibles. Quizás crean que podrán influir en el curso de los acontecimientos.
-¿Sarkozy es alguien fácil de convencer?
-Por supuesto que no. Sinceramente, no estoy demasiado impresionado por las realizaciones de Kouchner en su ministerio. Creo que podría haber sido mucho más útil en la oposición que en el gobierno.
-Leí en una entrevista que le resultaba simpática la forma que tiene Sarkozy de hablar de amor
-Sí, me parece emocionante la forma que tenía de decir públicamente que amaba a su mujer.
-Es verdad. Un hombre que ejerce el poder parece humanizado por ese sentimiento.
-Quizás demasiado. Porque se pone en peligro físicamente. Sarkozy se expone demasiado. Hay una teoría, la "teoría de Kantorowicz", sobre los dos cuerpos del rey. Según esa teoría, un presidente tiene dos cuerpos, uno profano y uno sagrado. Así se gobierna: el cuerpo profano está muy cerca de la gente y el sagrado muy lejos. El poder se ejerce en el equilibrio entre ambos cuerpos. El problema de Sarkozy es que hay demasiado cuerpo profano y poco cuerpo sagrado. Esto tiene que ver con esa ambigüedad entre república y monarquía que es Francia, donde es necesario encontrar un equilibrio entre distancia y proximidad, entre la sacralidad del poder y su materialidad. Tuvimos presidentes que iban demasiado lejos en un sentido, como Mitterrand, y otros que van demasiado lejos en el sentido inverso, como Sarkozy.
-¿Usted se refiere a esa tendencia populista de Sarkozy que tantos le critican?
-Lo que más debería preocupar de Sarkozy, en realidad, es que se trata de un verdadero hombre de derecha. Cuando dice basta ya de arrepentirse públicamente por Vichy [la colaboración con la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial] o por la colonización, es auténticamente sincero. Y eso me hiela la sangre.
-Pero un 54 por ciento de los franceses lo votaron sobre esas bases. ¿No cree que Francia es muy en el fondo un país xenófobo, con frecuencia racista y, como decía Mitterrand, muy conservador?
-Sí. Pero había en este país un proceso de reflexión, sobre todo en cuanto a nuestro papel en el marco del colonialismo. Por el contrario, la campaña de Sarkozy, con su negativa a arrepentirse de las faltas cometidas, sirvió para paralizar ese proceso de toma de conciencia. Un país que no tiene vergüenza es un país perdido. Se puede perdonar, pero no olvidar. La vergüenza es un gran sentimiento humano. Yo reivindico dos grandes categorías políticas: la vergüenza y la melancolía.
-¿Melancolía de qué?
-De un cielo vacío. Porque ya no basta mirarlo para encontrar los planos de la Jerusalén celeste.
El más célebre, el más mediático de los llamados “nuevos filósofos”, responde a esos interrogantes en su reciente libro Ce grand cadavre tombé à la renverse (“Ese gran cadáver caído de espaldas”), fórmula utilizada por Jean-Paul Sartre para calificar a la izquierda cuando escribió el prefacio del libro Aden Arabie, de Paul Nizan, en 1960.
Solicitado por Nicolas Sarkozy para que publicara un artículo de apoyo a su candidatura durante la reciente campaña electoral –como habían hecho André Glucksmann y Alain Finkielkraut–, Lévy confiesa haber explicado al entonces candidato presidencial que, “a pesar de la amistad que los une” desde 1983, le resultaba imposible apoyarlo. “Después de todo –argumentó–, la izquierda sigue siendo mi familia.”
A partir de esa conversación, BHL –como se lo conoce en Francia– se lanza a un meticuloso análisis interior con el fin de descifrar sus razones más íntimas para ser de izquierda. Desfilan así imágenes, acontecimientos y reflejos que marcaron su vida, transformándose en elementos constitutivos de su personalidad: mayo de 1968, el escándalo Dreyfus, la guerra de España, el anticolonialismo, el antisemitismo –que no consigue separar del antirracismo– y la libertad, que no consigue separar de la igualdad.
Pero la parte más importante del libro quizás sea la última, donde hace un balance de “ese campo de ruinas” en que se ha transformado la izquierda actual.
Es verdad –afirma–, la izquierda rompió con la versión clásica de la tentación totalitaria, “el socialo-comunismo”. Pero de esas ruinas apareció otra tentación totalitaria que ya no se inspira en la extrema izquierda, sino en la derecha, incluso en la extrema derecha. Para Bernard-Henri Lévy, la izquierda está enferma. Es víctima de su fascinación por la nación y la bandera, de su antieuropeísmo, de su antinorteamericanismo, de su antiliberalismo, de su antisemitismo, de su fasci-islamismo…
“La izquierda está enferma de derechismo, ésa es la verdad”, resumió en una entrevista exclusiva con LA NACION en París.
–¿Usted no cree que pedirle a la izquierda que esté a favor del liberalismo y de Estados Unidos es como querer demostrar la cuadratura del círculo?
–De ninguna manera. En lo que atañe al liberalismo, debo recordarle que el liberalismo es patrimonio de la izquierda. El liberalismo es Jacobo Rousseau y su contrato social, Adam Smith o John Locke. Como diría Benedetto Croce, es necesario distinguir entre liberalismo y liberismo. El verdadero liberalismo nunca defendió la ley de la jungla o el mercado desregulado. Por el contrario, el liberalismo exige reglas, pactos, obligaciones que enmarcan la relación de las fuerzas económicas. El liberalismo no es el mercado, es el contrato.
–Cuando los altermundialistas y otros sectores de izquierda que usted denuncia con energía acusan al liberalismo de todos los males, quizás se refieren al ultraliberalismo.
–Pero entonces que lo digan. ¿Por qué no lo dicen? Que digan que están contra el ultraliberalismo y que quieren arrancarle el buen liberalismo a la derecha. Que quieren reivindicar su herencia. Que digan cómo harán para volver a ponerlo de pie. Mi maestro, Louis Althusser, decía que el gran genio de Marx fue tomar la dialéctica hegeliana, concepto reaccionario, y ponerlo nuevamente de pie. En Francia tenemos cantidad de cretinos que dicen que la nación, la seguridad, la bandera y Juana de Arco -conceptos reivindicados por la derecha- pertenecen también al patrimonio de la izquierda. Pero, entonces, ¿cómo es posible que, tratándose de algo tan importante como el liberalismo, no hagan el mismo trabajo? ¿Que no sean capaces de distinguir entre Silvio Berlusconi y las tres revoluciones fundadoras del modernismo [la inglesa, la norteamericana y la francesa]? Hacer ese trabajo es competencia de una izquierda crítica. Criticar quiere decir separar lo bueno de lo malo. Pero, la izquierda radical, los altermundialistas, todos aquellos que apoyan a Hugo Chávez y a Evo Morales, se declaran antiliberales, no antiultraliberales. Si les resulta difícil esa palabra, que encuentren otra. La verdad es que hay algo en la idea misma de libertad que les da miedo y que detestan. Ese miedo fue el que produjo a Castro ayer y a Chávez hoy.
-¿Usted no cree que Chávez sea de izquierda?
-Naturalmente que no. ¿Cómo puede ser de izquierda un hombre que ejerce un poder personal, que sueña con que ese poder sea vitalicio, que amordaza a los medios de comunicación de su país, que está sentado sobre una montaña de oro que su población no aprovecha y que es el aliado de Ahmadinejad en la guerra planetaria que libran los demócratas y los antidemócratas. Hay actualmente una izquierda que piensa que Chávez es de la familia, el niño turbulento de la familia. Yo no. Yo soy de izquierda y creo que Chávez es mi adversario.
-¿Y no se siente solo en ese planeta de la izquierda ideal? Porque una cosa es lo que uno quisiera y, otra, lo que es en realidad.
-No me importa. Me siento solo con Ingrid Betancourt, con Vaclav Havel, con Huber Matos, con Barak Obama, con una parte de la izquierda argentina que se reconocerá en lo que digo y que debe de estar negándose a verse embanderada junto a Chávez.
-En cuanto a la necesidad de una izquierda pro norteamericana Es posible que su análisis sea adecuado para Francia. Pero, ¿qué decir de América latina, donde Estados Unidos ha hecho y deshecho a su antojo en tantas ocasiones?
-El caso no es el mismo que en Francia, es verdad. Sin embargo, se puede decir cualquier cosa de Estados Unidos, y Dios sabe si yo he criticado algunas desviaciones de ese país que me erizan: Bush, el creacionismo, el conservadurismo duro Pero Estados Unidos también es un país donde las instituciones democráticas, la prensa, la opinión pública funcionan en forma ejemplar. Un presidente norteamericano jamás podría haber tratado de dar marcha atrás sobre el arrepentimiento de los crímenes históricos cometidos por Francia, como hizo Sarkozy con el colonialismo. La reacción ante Abu Ghraib fue inmediata. En tres días, toda la prensa norteamericana, incluido Fox News , hizo su mea culpa. Todos hablaron de la bancarrota del Estado durante el huracán de Nueva Orleáns. Pero nadie mencionó la solidaridad de la gente. No sólo de Hollywood, sino de los rednecks de Texas, que acogieron a los negros, víctimas de Katrina. Eso es Estados Unidos. No se puede afirmar que es la casa del diablo. Es el país de una mala política, de una corriente conservadora que me provoca escalofríos en la espalda, pero es un país formidable, un país que tiene recursos institucionales y democráticos que merecen ser tomados como ejemplo, por lo menos en Francia.
-Volvamos al comienzo de su libro, donde cuenta la llamada telefónica que le hizo el candidato Sarkozy para que usted se sumara a las figuras de izquierda que lo apoyaban. ¿Cómo es posible que usted haga en esas páginas un retrato tan feroz del actual presidente y, sin embargo, siga afirmando que es su amigo?
-Porque la amistad es una cosa y la política es otra. La diferencia entre Sarkozy y yo es que yo sé reconocer la diferencia entre la proximidad amistosa y las distancias ideológicas, y él no. Sarkozy cree que es suficiente ser amigo para estar de acuerdo. Yo creo lo contrario.
-Pero, ¿es posible discutir con él?
-Ese día no pude, es verdad. Pero conozco a Sarkozy desde 1983. Lo conozco bien y hemos discutido con frecuencia. Ese día, se encontraba en la fase ascendente de su campaña, estaba acelerado y, en efecto, era incapaz de discutir. Pero, ¿usted cree que hago un retrato feroz?
-Sí. Cuando cuenta que Sarkozy le dice "y cuándo me vas a hacer tu papelito en la prensa como Glucksmann", lo hace de un modo tan despreciativo que el lector se pregunta cómo es posible que usted no reaccione.
-Yo reacciono: no voto por él.
-Usted no vota por él y además escribe el libro. Pero, no es sólo esa conversación sino que, a medida que avanza la escritura, lo demuele cada vez más.
-Porque a medida que avanza la campaña, Sarkozy me consterna cada vez más. Sarkozy hizo una campaña de extrema derecha: sobre la necesidad de que Francia deje de arrepentirse por los crímenes cometidos durante el régimen de Vichy y el colonialismo, sobre la herencia de Mayo 68. Como él los manejó, todos esos y otros muchos temas me resultaron insoportables.
-¿Cuáles son para usted las cualidades del presidente francés?
-La energía, la vitalidad, la voluntad de reformar a Francia: las 35 horas, los regímenes especiales y las universidades, todo eso va en la buena dirección. En política exterior también suele ir en el buen sentido. Pero no cuando recibe a Hugo Chávez y le hace el regalo de un reconocimiento de Estado absolutamente injustificado. No cuando vende centrales nucleares civiles a Muammar Khadafi. Pero hay otros aspectos en los que ya hizo un buen trabajo: en la reconciliación con Estados Unidos, en la amistad con Israel, en la ruptura con la política árabe de la cancillería francesa.
-¿Vio a Sarkozy después de la publicación del libro?
-Sí.
-¿El presidente le dijo algo?
-Nada. Pero sé que está furioso.
-Hablando de Glucksmann, usted califica su gesto de adhesión de "valiente". ¿Por qué? ¿Lo comprende?
-No, la verdad es que no lo comprendo muy bien. No comprendí que lo haya hecho en ese momento. El papel de un intelectual no es el de manifestarse tan rápido. El papel de un intelectual es el de pronunciarse, pero lo más tarde posible, después de haber obtenido lo máximo. Dándose tiempo, Glucksmann podría haber obtenido aún más sobre los temas que le interesan: la causa chechena, la amistad con Estados Unidos, etc. Por eso no comprendo. Lo llamé y se lo dije.
-¿Cree, en todo caso, que el papel de los intelectuales es el de estar "a favor" del rey o del poder?
-No. Ni creo ni comprendo. Yo jamás estuve con un gobierno. Fui amigo de François Mitterrand. El fue testigo de mi boda exactamente un año antes de ganar las elecciones de 1981. Lo primero que hice el día de su victoria fue entrar en oposición. Fui amigo de Sarkozy durante 24 años. Lo primero que hice cuando llegó al Elíseo fue pasar a la oposición. No entiendo por qué hay intelectuales que hacen lo contrario.
-¿Cómo interpreta el gesto de esos otros socialistas -y amigos suyos-, como el actual canciller Bernard Kouchner, que decidieron engrosar las filas sarkozistas?
-No lo sé. Hay numerosas interpretaciones posibles. Quizás crean que podrán influir en el curso de los acontecimientos.
-¿Sarkozy es alguien fácil de convencer?
-Por supuesto que no. Sinceramente, no estoy demasiado impresionado por las realizaciones de Kouchner en su ministerio. Creo que podría haber sido mucho más útil en la oposición que en el gobierno.
-Leí en una entrevista que le resultaba simpática la forma que tiene Sarkozy de hablar de amor
-Sí, me parece emocionante la forma que tenía de decir públicamente que amaba a su mujer.
-Es verdad. Un hombre que ejerce el poder parece humanizado por ese sentimiento.
-Quizás demasiado. Porque se pone en peligro físicamente. Sarkozy se expone demasiado. Hay una teoría, la "teoría de Kantorowicz", sobre los dos cuerpos del rey. Según esa teoría, un presidente tiene dos cuerpos, uno profano y uno sagrado. Así se gobierna: el cuerpo profano está muy cerca de la gente y el sagrado muy lejos. El poder se ejerce en el equilibrio entre ambos cuerpos. El problema de Sarkozy es que hay demasiado cuerpo profano y poco cuerpo sagrado. Esto tiene que ver con esa ambigüedad entre república y monarquía que es Francia, donde es necesario encontrar un equilibrio entre distancia y proximidad, entre la sacralidad del poder y su materialidad. Tuvimos presidentes que iban demasiado lejos en un sentido, como Mitterrand, y otros que van demasiado lejos en el sentido inverso, como Sarkozy.
-¿Usted se refiere a esa tendencia populista de Sarkozy que tantos le critican?
-Lo que más debería preocupar de Sarkozy, en realidad, es que se trata de un verdadero hombre de derecha. Cuando dice basta ya de arrepentirse públicamente por Vichy [la colaboración con la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial] o por la colonización, es auténticamente sincero. Y eso me hiela la sangre.
-Pero un 54 por ciento de los franceses lo votaron sobre esas bases. ¿No cree que Francia es muy en el fondo un país xenófobo, con frecuencia racista y, como decía Mitterrand, muy conservador?
-Sí. Pero había en este país un proceso de reflexión, sobre todo en cuanto a nuestro papel en el marco del colonialismo. Por el contrario, la campaña de Sarkozy, con su negativa a arrepentirse de las faltas cometidas, sirvió para paralizar ese proceso de toma de conciencia. Un país que no tiene vergüenza es un país perdido. Se puede perdonar, pero no olvidar. La vergüenza es un gran sentimiento humano. Yo reivindico dos grandes categorías políticas: la vergüenza y la melancolía.
-¿Melancolía de qué?
-De un cielo vacío. Porque ya no basta mirarlo para encontrar los planos de la Jerusalén celeste.
(La Nación, Argentina)