así lo llaman mis hijas adoptadas, sus nietas. Usted me mandó una carta, preguntando porqué yo, a quien conoció como compañero de lucha de su hijo que murió asesinado por la PN, he cambiado tanto.
No he cambiado, papa Luis. Sigo siendo el mismo que luchó por la democracia, contra la represión, contra la censura. Pregunte a sus nietas y espero que le van a decir: “Ya no anda con bandera roja, pero es el mismo que adoptamos de papá cuando éramos chiquitas...”
Yo sé que usted no puede abandonar la bandera del Frente, porque sería como quitarle sentido a la muerte de su hijo que murió resistiendo torturas. Lo entiendo y respeto.
El padre Rogelio, hoy párroco de Perquín, dijo una frase hermosa en el último encuentro de veteranos de la guerrilla: “Al terminar la guerra nos costó años a aprender que no todos que estábamos de un lado éramos buenos, y no todos que estaban del otro lado eran malos...”
Para mi, don Luis, la paz significa que los buenos de los dos lados, los demócratas, los tolerantes, los que detestan el autoritarismo y aman la libertad, trabajemos juntos para construir el país que queremos.
Yo le aseguro, don Luis: No he cambiado. El país ha cambiado. La derecha y la izquierda han cambiado. Para ser fiel a sus ideales, uno ya no puede ser amigo de toda la izquierda y enemigo de toda la derecha. Ni mucho menos al revés...
Lo que yo escribo, aunque sea en los periódicos que usted llama ‘de derecha’, sigue motivado por el deseo de construir una izquierda democrática que reforme el país.
Su amigo u admirador Paolo Lüers
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