Es probable que el sí quiero del presidente colombiano, Álvaro Uribe, a la candidatura para un tercer mandato no se produzca hasta que el referéndum haya dado, si lo da, el espaldarazo definitivo, hacia febrero de 2010, a esa segunda reelección, tan inédita como contraindicada. El plácet a ese referéndum otorgado por el Congreso el pasado martes causó estragos. Los precandidatos uribistas renuncian o se instalan en el congelador, como Juan Manuel Santos, ex ministro de Defensa. Y la oposición, el Polo, a la izquierda, y el Partido Liberal, no saben qué inventar para no perder frente a Uribe, si efectivamente se presenta.
Para ello quedan dos obstáculos: el primero es la sanción de la Corte Constitucional, que habrá de conocerse en un plazo de tres meses a partir de la inminente promulgación de la ley; pero parece difícil que se oponga a lo que medios uribistas teorizan como "Estado de opinión", ante el que debería inclinarse el Estado de derecho; autoritaria reflexión, según la cual las leyes han de reflejar lo que quiera el votante. ¿Y quién decide eso? ¿Los sondeos?
El segundo es el referéndum. Para validar la consulta ha de votar un cuarto del censo, hoy de 29 millones y medio, con lo que harían falta 7,3 millones de votantes, y una mayoría a favor de la reelección. Y aunque sea cifra asequible, no hay que subestimar la fatiga de las urnas. Pero la legalidad en Colombia es extensible. Según fuerzas uribistas, una depuración del censo lo dejaría en poco más de 16 millones, con lo que la reelección sólo precisaría que votaran cuatro millones, con dos millones de síes.
Uribe se equivoca. Si cede al síndrome del imprescindible y cambia las reglas desde el poder para seguir al frente, no sólo emborronará una trayectoria bastante exitosa (sobre todo contra el terrorismo), sino que habrá imitado los modos populistas de sus peores enemigos en la región.
(El País, Madrid)