Un amigo argentino que siempre está tratando de pescar noticias para intentar entender lo que ocurre en el país me escribe un correo con la siguiente pregunta: ¿Podés explicarme qué es lo que pasa con el oso disecado? En algún nudo de la red, se tropezó con el caso de Guillermo Zuloaga. Visto así, con la distancia que puede dar Internet, me sentí ante una breve película, un cortometraje que retrata muy bien el absurdo nacional.
La historia podría comenzar con el rostro del Presidente, mirando a cámara, diciéndole al país que o cierra Globovisión o él deja de llamarse como se llama. Es sólo un chispazo.
Como el león de la Metro Golden Mayer, rugiendo, ¡grruao!, Hugo Chávez Frías presenta...
De inmediato, empieza la acción: sombras, voces, ruidos diminutos y cortantes, tomas cerradas de armas, botas, miradas, cuerpos agazapados... un enorme dispositivo de oficiales de diferentes cuerpos de seguridad realizan una acción especial. Se trata de un despliegue inaudito, importante, dirigido por funcionaros de alto rango. El suspenso debe durar lo más posible. Hasta abrir la puerta, hasta descubrir que el ejército de valientes sólo quiere sorprender y enfrentar a un grupo de camionetas dormidas.
Porque, obviamente, un esfuerzo de tal magnitud supone otro tipo de objetivos, llena de preguntas a cualquier habitante de los sectores populares, indefenso ante la violencia cotidiana, sintiéndose siempre una prevíctima, una vida que depende de la estadística de las balas perdidas. Las prioridades del Estado son otras.
Pero por supuesto que las autoridades van detrás de un caso. Y tal vez, al final, tengan razón. Por eso la película funciona y resulta emblemática.
Si no hubiera nada, si Zuloaga fuera ostensiblemente inocente, estaríamos ante una pieza épica, sin ese aderezo de pillería que también somos. Pero no. Algo raro queda flotando en el aire. Y es obvio que la justicia puede preguntarse qué hace esa cantidad de carros en ese domicilio. Así sea un asunto menor, tienen todo el derecho y el deber de averiguar, de investigar. Detrás del show, detrás de toda la sesgada intencionalidad política, hay también una sospecha, titila más de una duda. Es la otra parte de la trama. Cuando el empresario aparece ante las cámaras, ensayando una rara sonrisa, tratando de minimizar el hecho, diciendo que son tan poquitas camionetas... Mientras, toda la audiencia se pregunta por qué, si sabe que está en la mira del Gobierno, se permitió este descuido. Siempre es un poco melancólico resignarse a que la vida se parezca a los refranes: guerra avisada.
El espectáculo, de inmediato, envuelve a todo el mundo.
Se disparan los acting, las diferentes versiones, las complicidades. La industria de la videocracia desarrolla todos sus talentos. Hasta el ministro Tareck el Aissami, con una imagen hasta ahora más contenida, apocada, parece haberse soltado, en estos días, repartiendo adjetivos e insultos desde los micrófonos de las ruedas de prensa.
Pero lo más sorprendente de todo, lo que le da al libreto de repente un giro inesperado, es la captura de los animales disecados. Es un sensacional punto de quiebra en el argumento. Cuando el público ya piensa que aquí estamos, otra vez, con más de lo mismo, de repente, reaparecen las fuerzas del orden, con un nuevo despliegue, muy combativo, deteniendo el safari congelado que tiene Guillermo Zuloaga en una de sus casas.
En un país donde el hacinamiento carcelario podría considerarse, de por sí, un delito, donde la inoperancia y lentitud del sistema judicial es ya una emergencia, la Fiscalía designa cuatro fiscales para investigar los supuestos crímenes de un cazador en tierras extranjeras. Como si fuera una victoria popular, con un estridente efecto simbólico, las noticias oficiales resaltaron además que el allanamiento y detención de los animales se realizó en el Día del Ambiente.
En este momento de la historia, ya sin duda, no es necesaria ninguna lógica. La propia narrativa del cuento establece su sentido de verosimilitud. Es aquí donde entra mi amigo argentino que de pronto se tropieza con la foto de un oso disecado y un titular que dice: "Acoso a televisora privada en Venezuela". No hay manera de explicar esto sin sentirse ridículo.
Suena poco enjundioso afirmar que en nuestro país el Ministerio Público, más que una institución seria, a veces parece una franquicia de Brigitte Bardot.
La película termina con la misma imagen inicial.
La justicia es políticamente selectiva. El hampa, no.
(El Nacional, Venezuela)