Son híbridos difíciles. Como los partidos políticos no han sido prohibidos y no hay toques de queda, asesinatos y torturas en masas, no es necesario optar todavía por la organización y la lucha clandestina. Pero, como no hay reglas de juego claras, y la institucionalidad y las libertades personales igual están amenazadas, tampoco se puede actuar con la tranquilidad y transparencia con la que se hace política en las democracias "normales".
Las tiranías del siglo XXI, y Venezuela es un modelo, a pesar de su legitimidad de origen electoral, violan sistemáticamente y sin pudor alguno las constituciones, utilizan el sistema de justicia como aparato de persecución ideológica, ofician descomunales abusos de poder, instauran sistemas de apartheid laboral, desconocen la autonomía de poderes, cercenan el periodismo libre, criminalizan la disidencia, rinden culto a la personalidad de un hombre y, a la manera del nazismo, recurren a violentas bandas de civiles armadas como instrumento de intimidación.
En un contexto como ese no se puede hacer oposición con la "inocencia" con la que se hace por ejemplo en Chile, Brasil, Uruguay o como se hacía en Venezuela antes del arribo de Hugo Chávez. Sería como jugar póker honestamente con alguien que pone en la mesa un mazo de cartas marcadas.
La oposición hay que hacerla, es lo que creo no hemos entendido bien, ineludiblemente de manera tan novedosa como la tiranía. Se requiere por tanto de un gran esfuerzo de imaginación política, sacrificio, preparación anímica y, sobre todo, dotarnos de la serenidad y humildad pero también la la fortaleza para no caer en las tentaciones de la violencia, de una parte, y del miedo, de la otra, que el gobierno y sus aparatos propagandísticos, judiciales, policiales y parapoliciales, tratan de sembrar.
Si a la gente de tu bando la van encarcelando poco a poco mientras a los oficialistas se les perdona toda canallada, incluyendo el asesinato del opositor; si a los gobiernos locales de oposición legítimamente electos se les sabotea desde el gobierno central; si la Asamblea Nacional por órdenes del tirano aprueba leyes fraudulentas para recuperar el gobierno en los espacios donde han sido derrotados; si el Estado petrolero atiborrado de petrodólares desata una guerra contra toda forma de economía privada; obviamente no se puede hacer política democrática "normal".
Por eso el reto del presente es jugar con ambas manos, encontrar nuevas tácticas para defendernos, sin caer en la desesperación y la violencia, que es el pretexto que el gobierno necesita para decretar el sueño mayor de Hugo Chávez: un estado de excepción.
No es fácil. Pero tampoco es imposible encontrar un nuevo camino que no consista sólo en colocar la otra mejilla ni seguir esperando, sin actuar, como rumian algunos por "el día que haya un nuevo levantamiento militar". Hay fuentes de inspiración. La desobediencia civil según Gandhi o Luther King.
La persistencia en el camino electoral con nuevas reglas de juego a la manera de Mandela. Los movimientos de masas conducidos por Havel y Walesa. O los levantamientos populares que pusieron fin a los gobiernos de Bucaram, Collor de Mello o el propio Fujimori sin disparar un solo tiro.
Cada vez son más grandes las cucharadas del amargo jarabe de autoritarismo que el chavismo nos hace tragar. ¿Dejaremos pasivamente que nos atraganten la botella completa hasta que no seamos otra cosa que guiñapos? ¿O tendremos el talento para impedirlo a tiempo? Nuevas tiranías, nuevas resistencias.
(El Nacional, Caracas/Venezuela)