viernes, 24 de abril de 2009

Revolución cubana hoy: el sueño de unos pocos

Una pregunta en torno a los 50 años de la Revolución Cubana es si se trata del aniversario de lo ocurrido hace medio siglo o del cumpleaños de algo que aún está vivo. Las revoluciones tienen ambiciones de inmortalidad, vocación de parte aguas, ansias destructivas de lo que hubo antes, prisa por el futuro. Cuando una de ellas se jacta de cumplir medio siglo, en realidad su certificado de defunción se ha firmado muchos años atrás. Prolongarse en el tiempo, aferrarse en el poder, tener sueños de eternidad, es la forma de suicidarse que tienen las revoluciones.

Para la generación que fue testigo consciente del triunfo revolucionario y protagonista de los años fundacionales, la palabra “antes” significa lo previo a 1959. Sin embargo los nacidos entre los 70 y los 80 la interpretan de una manera muy diferente; para ellos la revolución es su pasado. Las conquistas que este proceso logró, especialmente las alcanzadas en la época de la subvención soviética, no produjeron en la nueva generación el efecto de salvación mesiánica, porque ellos nacieron en medio de su mejor momento y fueron testigos de su decadencia. Al no sentirse rescatados de ningún mal del pasado, les cuesta identificarse como beneficiarios del socialismo y esto les permite ser más objetivos, lo que los lleva a ser más críticos. Esa es la generación que tendrá en sus manos la decisión de cómo será el futuro y no podrán contar para ello con la experiencia de un “antes”, que no vivieron.

ImageLa revolución, el sistema, el proceso, esto, o como cada cual quiera llamarle, agotó hace mucho tiempo su combustible, su capacidad renovadora. Ya no le queda nada viejo por destruir, pero le falta mucho por hacer. Cincuenta años después del triunfo revolucionario, el país tiene más tierras improductivas que nunca y el más alto déficit habitacional de la historia. La moneda con que se paga el salario a los trabajadores carece de valor real y los dos renglones de mayor prestigio, la educación y la salud transitan por momentos de verdadera crisis. Se observa un índice demográfico en retroceso y una emigración creciente. La que una vez fuera la ideología oficial, el marxismo leninismo, es hoy una curiosidad arqueológica de la que solo se habla en círculos académicos. El Partido Comunista, el único permitido por las leyes, hace más de una década que no realiza un congreso. Nunca más se ha hablado de planes quinquenales y el sueño de contar en el siglo XXI con un hombre nuevo, fruto de una esmerada formación, no es ni siquiera una quimera, más bien parece una broma. Quien lo desee, puede comprobarlo preguntándole a cualquier adolescente sobre el ansiado arquetipo y ya verá cómo se ríe.

La crisis de los valores preocupa a todos, sobre todo la disminución de la responsabilidad ciudadana, la aceptación de lo ilícito como normal, incluso como forma de sobrevivir. Saltan a la vista la devaluación de las más elementales normas de la decencia, la falta de respeto por lo que es ajeno, sobre todo si es un bien común. Los cubanos convivimos con el vandalismo, el arraigo del racismo, el aumento del regionalismo, el culto creciente a todo lo foráneo, el desprecio desmedido a lo nacional, la falta de escrúpulos con el manejo de los recursos públicos, el soborno como método preponderante para solucionar un problema o cumplir una aspiración, las metástasis de la corrupción a todas las esferas de la sociedad. Campean libremente el nepotismo, el beneplácito popular al mercado negro, la pérdida de confianza en las instituciones y en los procesos de presumible solución que éstas generan. Con una población penal que ronda los 80 mil reclusos, Cuba se ha convertido en un país donde trabajar llega a verse como un absurdo y en el mejor de los casos como una formalidad.

Pero lo peor de todo no es la variedad ni la intensidad de estos problemas, sino la falta de perspectiva que hay para encontrarles solución. La sociedad civil está desmembrada y en los medios de difusión solo se proyecta un país que no tiene referentes con la realidad. No hay un debate estructurado sobre los males que aquejan al país. La oposición política, dispersa, perseguida, satanizada y muchas veces instrumentalizada o infiltrada, poco puede hacer para dar a conocer sus programas y propuestas.

ImageLos cambios que reclama la sociedad cubana son impostergables, pero tienen la dificultad de ser considerados pasos atrás, si se analizan desde el punto de vista estrictamente revolucionario. Esto último trae como consecuencia una enorme resistencia para aplicarlos de una vez por todas, fundamentalmente entre aquellos que emplearon sus mejores años en la construcción de un ideal al que nunca se arribó.

Los cambios que espera la sociedad cubana no se limitan al aspecto económico. En el campo de los derechos ciudadanos, la gente aspira a que el gobierno elimine el humillante trámite de “permiso de salida” que limita los viajes al extranjero. Especialmente que termine de una vez el concepto de “salida definitiva” que convierte a los emigrantes en extranjeros sin poder radicarse nuevamente en su propio país y con sus propiedades confiscadas a la salida. Ya se avanzó algo cuando fue permitido a los cubanos hospedarse en los hoteles y hacer contratos para telefonía celular. A mediados de este año se levantó la veda para la venta de algunos artículos electrodomésticos, como hornos de microondas, reproductores de DVD y computadoras, hasta entonces prohibidos, pero todavía queda mucho por conquistar. Entre las demandas en esa dirección están el hecho de que un ciudadano cubano pueda comprar libremente un auto o contratar servicios de Internet y televisión por cable.

Estas “aspiraciones de clase media” son poca cosa si las comparamos con las más esenciales. La necesidad de expresar libremente criterios y el derecho a asociarse alrededor de cualquier tendencia o preferencia, sin temor a represalias. Este es el punto más candente que coloca a Cuba en la lista de países ajenos a las normas democráticas, comúnmente aceptadas por la mayoría de las naciones civilizadas.

ImageLa revolución cubana cumple su medio siglo como el avión achacoso que logra surcar los aires con el piloto automático encendido. La retirada de su líder histórico y la sensación de indefinición sobre quién lleva realmente las riendas del país, se combina con una nueva administración norteamericana. Obama “amenaza” con desactivar al menos una buena parte de los argumentos tradicionales sobre los que se ha basado la represión a la diferencia.

Si el nuevo presidente demócrata se inclina por la tendencia de aflojar las tensiones con la isla, puede crearse un clima de diálogo que favorecería a los elementos más reformistas dentro del gobierno. La solución del diferendo entre Cuba y los Estados Unidos, o al menos la disminución de su perfil, parece una condición indispensable para sacar del juego a los fundamentalistas. Si a eso se sumara la aparición de una nueva generación de dirigentes políticos, podría desencadenarse algo más dinámico que una perestroika y menos controlado que el modelo chino de hacer el socialismo.

Lo que es hoy la Revolución cubana no se parece al sueño de nadie, ni de los que la construyeron y mucho menos de quienes la heredamos. Al menos ya sabemos que no hay tiempo ni deseos de empezar otra vez por el principio.

(descuba.com; la autora es editora del blog generaciony)