Y la fórmula para encarar la cuestión sería una reunión de los países en desarrollo a celebrar en el marco de la ONU. Otros Estados, alejados de ese retórico socialismo del siglo XXI que predica Chávez, como Perú, apoyan, sin embargo, la idea. Pero aquel sin el cual esas propuestas pierden todo su peso, Brasil, se muestra reticente. El presidente Lula, que estuvo sólo unas horas en El Salvador, camino de La Habana, lo que ilustra su convencimiento sólo relativo de la utilidad de estas citas, prefiere esperar a que se celebre la cumbre de Washington del día 15, siempre sobre la crisis, porque, junto con México y Argentina entre los países iberoamericanos, Brasil sí estará allí. El líder brasileño, que subrayó la necesidad de recuperar el Estado para combatir la crisis, se reunió en privado con el presidente Zapatero. Brasil ha hecho, a petición de España, una gestión ante EE UU para que Madrid esté en la cumbre.
Zapatero ofreció, por otro lado, la mediación de su Gobierno para renegociar el contrato de la empresa española Repsol YPF con el Gobierno de Ecuador. El presidente de ese país, Rafael Correa, no tardó ni 24 horas en descartar cualquier cambio en su posición de expulsar a la empresa. El otro gran asunto de la reunión ha sido el del narcotráfico. Todos los participantes suscribieron una declaración para combatirlo, pero la decisión más llamativa se tomó fuera de la cumbre: la suspensión definitiva de la presencia de la Agencia Antidroga de EE UU, la DEA, en territorio boliviano, anunciada el sábado por Evo Morales.
Una cumbre, en definitiva, que ha servido para presentar la reivindicación latinoamericana de una presencia suficiente en los debates del momento, pero en la que la falta de consenso impide iniciativas mayores.