Barack Obama es electo presidente, no dios. “Que cada niño, cada ciudadano y cada inmigrante nuevo sepa que a partir de este día realmente todo es posible en América.” Así comenta la elección de Barack Obama uno de los columnistas más prestigiosos de Estados Unidos, Thomas L. Friedman del New York Times.
Palabras grandes. Palabras peligrosas.
Son tan mentira y tan verdad como lo que muchos han querido contarnos: que la existencia de hombres como Bill Gates y Steve Jobs (los legendarios fundadores de Microsoft y Apple) comprueba que en Estados Unidos cada estudiante tiene la oportunidad de convertirse en billonario. O que Pelé es la prueba que cada niño en cualquier barrio pobre de América Latina puede salir de la pobreza jugando fútbol. Las historias de estos hombres y sus éxitos son verdaderas, los mitos creados son mentira, engaño, propaganda.
El mismo Obama, en su discurso en la noche electoral ante sus seguidores en Chicago, fue mucho más realista: “This victory alone is not the change we seek - it is only the chance for us to make that change... Esta victoria en sí misma no es el cambio que buscamos - es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio.”
Algunos de los seguidores de Obama –sobre todo los que ahora se quieren subir al tren del éxito y del poder- se dedican a convertir a Obama en mitos. De nada le servirá esto a Obama. Si lo que logre hacer y construir en los próximos años lo convierte en mitos, es otra cosa. Sería un mitos basado en hechos, en logros, en transformaciones exitosas. Convertirlo en mitos sólo por el hecho que haya logrado llegar a la Casa Blanca sólo puede convertirse en obstáculo para lo que se propuso hacer y tiene mandato amplio a buscar: transformar Estados Unidos, devolverle dinámica, dignidad y autoridad. Reconstruir un Estado que puede asumir el desafío de regular el mercado sin hacer más daño que el ya hecho por el mercado desregulado...
Las expectativas que enfrenta Obama son altas. No tiene sentido aumentarlas. No tiene sentido pedirle milagros. Obama puede hacer buen gobierno, puede restablecer el prestigio de su país en el mundo, puede ampliar las oportunidades de los en Estados Unidos y en el mundo. Este es su mandato. Milagros hay que pedir a las instancias correspondientes...
Hay un lado de Obama que provoca que, en vez de apoyarlo, le rindan culto. Tal vez este lado de Obama era indispensable para ganar en un país tan conservador, a los conservadores a la McCain. Pero el presidente, el estadista, el comandante en jefe que tiene que surgir de esta campaña, debe ser diferente. Tengo la sensación que Obama lo sabe perfectamente. El discurso de victoria de Chicago tiene una primera parte que muestra al Obama presidente: palabras mesuradas, palabras que tratan de contrarrestar los fanatismos, los resentimientos y simplificaciones que ha despertado la campaña tan largo, tan dura, tan controversial, tan cargada de emociones, tan cerca de traumas colectivos...
En la segunda parte del discurso de Chicago, Obama –frente a 200 mil seguidores que esta noche a gritos piden emociones, no racionalidades- regresa al tono de campaña. El meeting otra vez se convierte en culto, el candidato en predicador, la frase “Yes we can! ¡Sí podemos!” en el estribillo litúrgico que los feligreses repiten con lágrimas en sus ojos...
Me quedo con el Barack Obama presidente, él de la primera parte del discurso de Chicago, donde dice: “Habrá reveses y salidas en falso. Hay muchos que no estarán de acuerdo con cada decisión o política mía cuando sea presidente. Y sabemos que el gobierno no puede solucionar todos los problemas. Pero siempre seré sincero con ustedes sobre los retos que nos afrontan. Yo los escucharé, sobre todo cuando discrepemos.”
Espero que el Obama candidato, el que a veces cayó en el sermón, el que se presta a idolatría como la de Thomas L. Friedman y miles de intelectuales liberales y de izquierda, el que es sujeto a culto en vez de debate analítico, no llegue a la Casa Blanca, sino quede en la extraordinaria historia de esta campaña seductora que logró lo casi imposible: llevar al poder en Estados Unidos al hijo de un inmigrante africano.
Palabras grandes. Palabras peligrosas.
Son tan mentira y tan verdad como lo que muchos han querido contarnos: que la existencia de hombres como Bill Gates y Steve Jobs (los legendarios fundadores de Microsoft y Apple) comprueba que en Estados Unidos cada estudiante tiene la oportunidad de convertirse en billonario. O que Pelé es la prueba que cada niño en cualquier barrio pobre de América Latina puede salir de la pobreza jugando fútbol. Las historias de estos hombres y sus éxitos son verdaderas, los mitos creados son mentira, engaño, propaganda.
El mismo Obama, en su discurso en la noche electoral ante sus seguidores en Chicago, fue mucho más realista: “This victory alone is not the change we seek - it is only the chance for us to make that change... Esta victoria en sí misma no es el cambio que buscamos - es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio.”
Algunos de los seguidores de Obama –sobre todo los que ahora se quieren subir al tren del éxito y del poder- se dedican a convertir a Obama en mitos. De nada le servirá esto a Obama. Si lo que logre hacer y construir en los próximos años lo convierte en mitos, es otra cosa. Sería un mitos basado en hechos, en logros, en transformaciones exitosas. Convertirlo en mitos sólo por el hecho que haya logrado llegar a la Casa Blanca sólo puede convertirse en obstáculo para lo que se propuso hacer y tiene mandato amplio a buscar: transformar Estados Unidos, devolverle dinámica, dignidad y autoridad. Reconstruir un Estado que puede asumir el desafío de regular el mercado sin hacer más daño que el ya hecho por el mercado desregulado...
Las expectativas que enfrenta Obama son altas. No tiene sentido aumentarlas. No tiene sentido pedirle milagros. Obama puede hacer buen gobierno, puede restablecer el prestigio de su país en el mundo, puede ampliar las oportunidades de los en Estados Unidos y en el mundo. Este es su mandato. Milagros hay que pedir a las instancias correspondientes...
Hay un lado de Obama que provoca que, en vez de apoyarlo, le rindan culto. Tal vez este lado de Obama era indispensable para ganar en un país tan conservador, a los conservadores a la McCain. Pero el presidente, el estadista, el comandante en jefe que tiene que surgir de esta campaña, debe ser diferente. Tengo la sensación que Obama lo sabe perfectamente. El discurso de victoria de Chicago tiene una primera parte que muestra al Obama presidente: palabras mesuradas, palabras que tratan de contrarrestar los fanatismos, los resentimientos y simplificaciones que ha despertado la campaña tan largo, tan dura, tan controversial, tan cargada de emociones, tan cerca de traumas colectivos...
En la segunda parte del discurso de Chicago, Obama –frente a 200 mil seguidores que esta noche a gritos piden emociones, no racionalidades- regresa al tono de campaña. El meeting otra vez se convierte en culto, el candidato en predicador, la frase “Yes we can! ¡Sí podemos!” en el estribillo litúrgico que los feligreses repiten con lágrimas en sus ojos...
Me quedo con el Barack Obama presidente, él de la primera parte del discurso de Chicago, donde dice: “Habrá reveses y salidas en falso. Hay muchos que no estarán de acuerdo con cada decisión o política mía cuando sea presidente. Y sabemos que el gobierno no puede solucionar todos los problemas. Pero siempre seré sincero con ustedes sobre los retos que nos afrontan. Yo los escucharé, sobre todo cuando discrepemos.”
Espero que el Obama candidato, el que a veces cayó en el sermón, el que se presta a idolatría como la de Thomas L. Friedman y miles de intelectuales liberales y de izquierda, el que es sujeto a culto en vez de debate analítico, no llegue a la Casa Blanca, sino quede en la extraordinaria historia de esta campaña seductora que logró lo casi imposible: llevar al poder en Estados Unidos al hijo de un inmigrante africano.
Si es así, ¡bienvenido, presidente Obama! Ya era tiempo.