Hay dos candidatos. Falta uno. Falta un tercero para evitar que la campaña electoral se convierta en diálogo de sordos. Y no cualquier tercero: El tercer candidato que mucha gente demanda que entre a la contienda para complicarles la vida a Rodrigo Ávila y a Mauricio Funes se llama Arturo Zablah. Es el único con capacidad de topar y no dejarles pasar las falacias a los candidatos que representan los polos del esquema imperante de polarización.
Arturo Zablah tiene la capacidad -y las ganas- de obligar a Mauricio Funes a aterrizar en propuestas realistas de cambio, y a Rodrigo Ávila a concretizar su concepto de “país justo”. Arturo Zablah tiene la solvencia, la independencia y la agudeza académica para obligar a los candidatos a entrar en un debate sincero, de altura, abandonando las posturas populistas que tanto Funes como Ávila están adoptando.
Arturo Zablah y los tres partidos que les toca unirse para lanzarlo como candidato tienen que asumir que no se trata de ganar la presidencia. Parece muy improbable que esto sea factible. Se trata de que gane el país, que gane la cultura política, se ponga el punto de inflexión a la polarización, se construya el pluralismo. Y esto es posible. Siempre y cuando los partidos PDC, CD y FDR asuman esto como su responsabilidad.
No sé en qué punto se encuentran las negociaciones entre los tres partidos y el potencial candidato. Me consta que hay obstáculos serios. Pero los obstáculos que he escuchado mencionar provienen del pasado y no son insalvables, una vez que haya un entendimiento sobre el papel histórico que tienen que jugar la tercera fuerza.
No hay ninguna necesidad de que los tres partidos empeñen su identidad. No se trata del intento de fusionarse. Por lo contrario, se trata de construir una fuerza electoral –y luego parlamentaria- en si pluralista con capacidad de construir el pluralismo como esquema que sustituya al esquema de polarización.
Lo que sí es necesario es supeditar el interés particular de cada partido al interés mayor de constituirse -entre los tres y arrastrando otros- en una tercera fuerza. Entiendo que la discusión está entrampada en el punto de las alianzas municipales que previamente cada uno ha negociado con el FMLN. Para constituirse como tercera fuerza puesta a las dos mayoritarias, es indispensable que acuerden entre los tres partidos una alianza electoral –y más allá de lo electoral, una alianza política a largo plazo- en todos os nivelas: un sólo candidato a la presidencia, listas unificadas para diputaciones, un sólo candidato a alcalde en cada municipio, y consejos municipales plurales.
Para llegar a esto, tienen que acordar el principio de escoger, para cada puesto, al candidato más ganador. Las candidaturas no deben de discutirse con criterios ideológicos, sino simplemente con criterios de fuerza. En este sentido, las candidaturas de Will Salgado en San Miguel, Orlando Mena en Santa Ana, René Canjura en Nejapa, Carlos Molina en La Libertad, Héctor Silva en San Salvador, o Nicolás García en Tecoluca son incuestionables. Igual debería estar fuera de discusión que los mejores dirigentes de cada partido y fuera de los partidos –los probados así como los nuevos liderazgos- deberían encabezar las listas de candidatos a diputaciones donde más posibilidades tengan de elegirse.
¿Qué puede lograr una tercera fuerza así concebida? Primero, ganar varias alcaldías y en ellas mostrar que con concejos plurales se llega a una gobernabilidad mucho más estable que con concejos unitarios. Esta coalición puede defender las alcaldías que ahora están gobernando los tres partidos, y fácilmente ganar una docena más. Segundo, llegar a una fracción parlamentaria suficiente fuerte y calificada para establecer un nuevo esquema de gobernabilidad en el país: en vez de la gobernabilidad comprada, una nueva basada en concertación, debate de contenidos, compromisos con políticas de nación.
Y en la contienda presidencial, ya señalé el principio cuál puede ser el aporte estratégico de la tercera fuerza: imponer a los partidos grandes la disyuntiva de o discutir en serio los problemas del país y las soluciones realistas, abandonando el populismo - o perder gran parte de sus votos a esta nueva fuerza política. En ambos casos, el país gana.
Arturo Zablah tiene la capacidad -y las ganas- de obligar a Mauricio Funes a aterrizar en propuestas realistas de cambio, y a Rodrigo Ávila a concretizar su concepto de “país justo”. Arturo Zablah tiene la solvencia, la independencia y la agudeza académica para obligar a los candidatos a entrar en un debate sincero, de altura, abandonando las posturas populistas que tanto Funes como Ávila están adoptando.
Arturo Zablah y los tres partidos que les toca unirse para lanzarlo como candidato tienen que asumir que no se trata de ganar la presidencia. Parece muy improbable que esto sea factible. Se trata de que gane el país, que gane la cultura política, se ponga el punto de inflexión a la polarización, se construya el pluralismo. Y esto es posible. Siempre y cuando los partidos PDC, CD y FDR asuman esto como su responsabilidad.
No sé en qué punto se encuentran las negociaciones entre los tres partidos y el potencial candidato. Me consta que hay obstáculos serios. Pero los obstáculos que he escuchado mencionar provienen del pasado y no son insalvables, una vez que haya un entendimiento sobre el papel histórico que tienen que jugar la tercera fuerza.
No hay ninguna necesidad de que los tres partidos empeñen su identidad. No se trata del intento de fusionarse. Por lo contrario, se trata de construir una fuerza electoral –y luego parlamentaria- en si pluralista con capacidad de construir el pluralismo como esquema que sustituya al esquema de polarización.
Lo que sí es necesario es supeditar el interés particular de cada partido al interés mayor de constituirse -entre los tres y arrastrando otros- en una tercera fuerza. Entiendo que la discusión está entrampada en el punto de las alianzas municipales que previamente cada uno ha negociado con el FMLN. Para constituirse como tercera fuerza puesta a las dos mayoritarias, es indispensable que acuerden entre los tres partidos una alianza electoral –y más allá de lo electoral, una alianza política a largo plazo- en todos os nivelas: un sólo candidato a la presidencia, listas unificadas para diputaciones, un sólo candidato a alcalde en cada municipio, y consejos municipales plurales.
Para llegar a esto, tienen que acordar el principio de escoger, para cada puesto, al candidato más ganador. Las candidaturas no deben de discutirse con criterios ideológicos, sino simplemente con criterios de fuerza. En este sentido, las candidaturas de Will Salgado en San Miguel, Orlando Mena en Santa Ana, René Canjura en Nejapa, Carlos Molina en La Libertad, Héctor Silva en San Salvador, o Nicolás García en Tecoluca son incuestionables. Igual debería estar fuera de discusión que los mejores dirigentes de cada partido y fuera de los partidos –los probados así como los nuevos liderazgos- deberían encabezar las listas de candidatos a diputaciones donde más posibilidades tengan de elegirse.
¿Qué puede lograr una tercera fuerza así concebida? Primero, ganar varias alcaldías y en ellas mostrar que con concejos plurales se llega a una gobernabilidad mucho más estable que con concejos unitarios. Esta coalición puede defender las alcaldías que ahora están gobernando los tres partidos, y fácilmente ganar una docena más. Segundo, llegar a una fracción parlamentaria suficiente fuerte y calificada para establecer un nuevo esquema de gobernabilidad en el país: en vez de la gobernabilidad comprada, una nueva basada en concertación, debate de contenidos, compromisos con políticas de nación.
Y en la contienda presidencial, ya señalé el principio cuál puede ser el aporte estratégico de la tercera fuerza: imponer a los partidos grandes la disyuntiva de o discutir en serio los problemas del país y las soluciones realistas, abandonando el populismo - o perder gran parte de sus votos a esta nueva fuerza política. En ambos casos, el país gana.