Publicado en EL DIARIO DE HOY, 28 julio 2019
A cualquiera que sigue ejerciendo el monitoreo crítico del gobierno que acaba de asumir el poder le llueven insultos y amenazas en las redes sociales, aquel campo de batalla donde los nuevos gobernantes siguen dominando y ganando batallas. Es incómodo, sobre todo para quienes no entendieron a tiempo el carácter diferente del grupo que ahora ascendió al poder. De repente se dan cuenta de que criticar a este presidente provoca reacciones diferentes y más violentas de lo que estábamos acostumbrados de nuestros gobernantes. Tony Saca tenía dos formas de tratar a sus críticos: a los comprables los compró, y a los no comprables los trató de seducir con su franqueza y con su don de buena gente. Pero no sé de ningún caso que amenazara o maltratara a sus críticos.
Funes, en cambio, puso inmediatamente en su “shitlist“ a quienes lo criticaban. Una vez en esta lista, uno tenía que aguantar ataques personales del presidente, por ejemplo en sus monólogos radiales de todos los sábados. Algunos personajes muy prominentes sufrieron persecuciones jurídicas serias que tenían sus orígenes en Casa Presidencial de Funes. Pero los periodistas que insistimos en criticarlo abiertamente simplemente quedamos en su lista negra, pero no era una lista negra del gobierno y de todos los partidarios del presidente.
Cuando llegó a Casa Presidencial Salvador Sánchez Cerén, nunca retomó el tono agresivo de Funes. Él y sus funcionarios se abstuvieron de llevar listas negras y de atacar a sus críticos, y tampoco sé de persecuciones jurídicas. La última y más infame de estas persecuciones, contra don Billy Sol y los otros acusados del caso CEL-Enel, iniciada por Funes, la terminó Sánchez Cerén con acuerdo que respetaba la dignidad e inocencia de los involucrados.
El actual gobierno de Nayib Bukele, en su trato a adversarios o críticos, es diferente a todos los anteriores. Apareció nuevamente la lista negra, pero ahora quien tiene el honor de entrar ahí se vuelve persona non grata de todo el entorno del presidente: sus ministros (con pocas honrosas excepciones), los líderes de sus partidos GANA y Nuevas Ideas, y de la mafia que coordina y conduce todo el aparato comunicacional alrededor del presidente, su familia, su gobierno y su organización de seguidores. Quien no entiende este ADN específico de este grupo gobernante obviamente se va a asustar e indignar por las olas de insultos que le caen, provocados por una simple nota investigativa o de opinión.
Estamos lidiando con un gobierno donde la imagen del presidente, la comunicación y la propaganda juegan un rol muy diferente. Este gobierno no toma decisiones políticas y luego usa su aparato comunicativo para venderlas bien. En este gobierno, las decisiones sobre políticas públicas no nacen de criterios políticos o del impacto social, sino que nacen del criterio de cómo conseguir el mayor impacto propagandístico para vender al presidente y su equipo como gobernantes diferentes a los mismos de siempre y como cercanos a los intereses de la gente. El de Bukele no es un proyecto político, por esto siempre ha sido tan indefinido ideológica y políticamente. Es un proyecto de poder, un poder construido y cimentado por la fuerza de la comunicación.
Ni una sola vez este presidente ha hablado de conceptos como concertación, negociación interpartidaria, estrategia legislativa. No buscan diálogos o intercambios de ideas. Estos conceptos no caben en una estrategia que apuesta a la imposición de sus “nuevas ideas” y a la confrontación abierta con los partidos establecidos y con los medios independientes, y menos abierta con las instituciones que no controla: Órgano Judicial, Fiscalía, Asamblea Legislativa. En la relación con los partidos, Bukele no apuesta a buscar acuerdos con sus direcciones, sino a tratar de chantajear a las bases con el alto porcentaje de apoyo popular alcanzado por él como presidente.
En todo este esquema, para este proyecto de poder es esencial mantener el absoluto dominio “aéreo” (redes sociales), y de explotarlo sistemáticamente para debilitar la influencia de los medios de comunicación profesionales y de los sectores intelectuales independientes. El método es el ataque permanente, con dos propósitos: aislar a las voces críticas de los sectores cuya opinión ellos logran influenciar, y que por el momento son mayoritarios; e intimidar, desgastar a sus críticos. Y si se puede, callarlos.