Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, 3 agosto 2019
Estimados consejeros:
Nadie le dio sepultura, ni siquiera se firmó un acta de defunción. No hubo obituarios ni esquelas en ningún periódico. Pero el “Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Convivencia” murió el 1 de junio 2019, día de la toma del poder del nuevo presidente. Simplemente dejó de actuar, dejó de pronunciarse, dejó de mencionarse. O sea, dejó de existir.
Nadie le dio sepultura, ni siquiera se firmó un acta de defunción. No hubo obituarios ni esquelas en ningún periódico. Pero el “Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Convivencia” murió el 1 de junio 2019, día de la toma del poder del nuevo presidente. Simplemente dejó de actuar, dejó de pronunciarse, dejó de mencionarse. O sea, dejó de existir.
En el imaginario popular y en el mundo paralelo de la propaganda oficialista de los años pasados, este Consejo fue una auténtica expresión de la sociedad civil; fue la forma en qué amplios sectores de la sociedad participaron en la formulación de las políticas públicas de seguridad del gobierno, plasmadas en el Plan El Salvador Seguro.
Pero un Consejo realmente ciudadano e independiente del gobierno de turno, expresión de la pluralidad de nuestra sociedad, no se muere el día que cambia el gobierno. Si el Consejo hubiera sido, como mil veces afirmaron sus destacados miembros, una entidad de la sociedad civil y no un anexo del gobierno, hoy estaría dando consejos al nuevo gobierno – y si no los acepta, criticando sus políticas de seguridad no consensuadas. Si el Consejo hubiera sido autónomo y no un comité de aplauso del gobierno que lo creó y lo manejó a su antojo desde Casa Presidencial, dispondríamos hoy de un interlocutor válido y legítimo que a nombre de todos nosotros exigiría al gobierno un diálogo serio y abierto sobre las políticas de seguridad.
Si el Consejo que nos presentaron como ciudadano e independiente no hubiera sido una farsa del gobierno Sánchez Cerén, hoy tuviéramos voces autorizados cuestionado la militarización de la seguridad pública promovida, sin discusión ninguna, por el gobierno Bukele; así como las medidas de emergencia que decretaron en Centros Penales, a pesar de los objeciones de los jueces de vigilancia. Pero con muy pocas excepciones, los integrantes del difunto Consejo mantienen silencio. Bueno, el mismo silencio que mantuvieron cuando el gabinete de seguridad del gobierno del FMLN, dirigido por puros comisionados policiales, empleó modelos operativos que llevaron a sangrientos enfrentamientos o incluso a ejecuciones 'extralegales'. Cuando los miembros de este Consejo mantuvieron silencio en el 2015, año de máxima conflictividad de la guerra contra las pandillas, ya podíamos concluir que no hubo independencia del gobierno.
Así que ahora, cuando más se lo necesitaría, no hay ni sombra de un Consejo. De todos modos, esta administración nueva no estaría dispuesto a reconocer como interlocutor a un Consejo Ciudadano independiente. Pero no importa, el valor de un Consejo Ciudadano, si realmente lo es, no reside en al aval del gobierno de turno, sino reside precisamente en su independencia y autonomía, en su representatividad; en su capacidad de articular propuestas y de ejercer el escrutinio a las actuaciones del gobierno; y por ende, en su credibilidad ante la opinión pública.
Bueno, de todos modos, el Consejo, como fue una dependencia de Casa Presidencial, murió con el gobierno saliente. Con los secretarios de la presidencia idos, ya no hubo quien lo convocara. Y el PNUD, que durante años hizo las veces de la secretaría ejecutiva del Consejo, todavía está esperando instrucciones de la nueva Casa Presidencial. O tal vez ya les dijeron que ya no tienen uso para el Consejo. Sus miembros ni siquiera han tenido capacidad de reunirse una sola vez luego del 1 de junio, para hacer un balance de su gestión y firmar su acta de defunción...
Hay que reconocer que hubo gente de buenas intenciones en este Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana, pero también muchos oportunistas y charlatanes. Con esta carta, por lo menos, su Consejo tiene su obituario. Misa no puedo ofrecer. Terminó una farsa.