En noviembre del año 2007, René fue arrestado por primera vez. Tenía 16 años. Su pecado: Un mascón de futbol nocturno en una cancha de su colonia.
Conocía a René toda su vida. Es hijo de una señora que fue empleada de mis vecinos, así que creció junto con mi hijo hasta llegar a los 12 años, cuando se mudaron a San Martín. Cuando le pasó lo mismo por segunda vez -esta vez combinado con una tremenda paliza a manos de los policías-, me dijo: Me tratan como pandillero, así que me voy a hacer pandillero. Y al próximo policía que me toca, lo voy a matar…
Me impactó tanto lo que me dijo el bicho que escribí una columna titulada “Botan con una mano lo que construye la otra”. Mi conclusión, en noviembre del 2007: “Urge revisar los códigos para poder soltar a los inocentes sin tenerlos tres noches en bartolinas. Urge borrar la concepción policíaca de cuotas de detenciones que cada patrulla debe cumplir para quedar bien. Pero lo que más urge es una cosa mucho más de fondo. Hay que volver a la presunción de inocencia. Hoy tenemos presunción de culpa. Los bichos tienen que probar su inocencia. No puede ser que los policías y fiscales vean a cada joven y a cada pobre como presunto maleante. Si no, vamos a seguir produciendo pandilleros.”
Y así pasó. René se hizo pandillero. Terminó en el centro de detención juvenil de Tonacatepeque. Se echó 7 años, se portó bien, sacó su bachillerato en la cárcel, no se metió en problemas. Hace medio año le dieron libertad condicional. Va cada 15 días al juzgado para firmar. Con su antecedente, no ha encontrado trabajo.
El otro día que lo vi, René me cuenta que ya no duerme en la dirección donde está registrado. “Me vinieron a buscar para matarme.” – “¿Quiénes, los de la pandilla? No aceptan que te calmaste?” Se ríe, como si hubiera dicho una estupidez: “No, hombre… son policías. Tienen la lista de los que salimos, con direccione y foto, y matan uno tras otro. Tengo que ir clandestino. Nunca duermo en casa. Si me encuentran en casa, me matan a mi, a mi compañera y hasta a mi hija. Y vos leés en el diario: hombres vestidos de negro, fuertemente armados, sacaron a dos personas de su casa, y encontraron los cadáveres en un predio…”
¿Cuáles son la opciones que tiene René? ¿Tiene opción de reinserción? Lo convirtieron en pandillero a puras patadas. Lo tuvieron en Tonaca siete años – y ahora lo obligan a vivir en la clandestinidad. ¿Cómo va a vivir clandestino sin volver a delinquir? ¿Cuál reinserción?
René tiene orgullo. Le sobra. Por orgullo, por ver lesionada su dignidad, se metió en la pandilla. Y ahora no va a ir pidiendo limosnas a una iglesia o un ONG. O le dan una salida digna, o seguirá luchando contra lo que llama “el sistema”. ¿Puede ganar esta lucha? No, tiene absolutamente claro que no puede ganar. Ni siquiera puede definir lo que significaría “ganar”. Pero seguirá luchando. Sabe que se va a hundir. Terminará muerto o preso otra vez.
No sé cómo ayudarle a René. No hay nada que puedo hacer. No se va a separar de la pandilla mientras el resto del mundo le persigue para matarlo o le dan sermones, pero no le abren las puertas de reinserción.
René está convencido que “el sistema” ha decidido eliminarlo. Lo dice con tristeza, pero también con coraje. Y aunque trato de convencerle que sí hay salidas, estoy convencido que no está equivocado. El gobierno ha quemado todos los puentes que podrían marcar salidas. La violencia se ha vuelto un circuito cerrado. Violencia produciendo más violencia.
Esta es la carta más triste que me ha tocado escribir en años. Saludos,
(Mas!/El Diario de Hoy)