Sin
pensar mucho, le contesté: Tregua no, diálogo sí. Primero, una nueva
tregua no me parece factible, porque la opinión pública no la permite,
luego de que el gobierno, de el FMLN, el fiscal general, los medios y
también la derecha se han dedicado a culpar la tregua del 2012/2013 (y
no su rompimiento por parte del gobierno y del FMLN) por el aumento de
la violencia en 2014/2015.
Segundo: Incluso si fuera factible, una
nueva tregua ya no sería la solución al problema. Ya no estamos en el
año 2011/2012, cuando el motor de la violencia era la guerra entre la MS
y la 18. En aquel entonces, si uno quería parar la escalada de la
violencia y crear una situación más calmada en los barrios para poder
entrar con programas de prevención e inversión social, tenía todo el
sentido del mundo gestionar una tregua entre las pandillas. Esto se hizo
en marzo del 2012 y tuvo éxito durante los 15 meses que el gobierno de
Funes lo permitió.
Hoy, como resultado del cambio radical de
las políticas de seguridad, apostando todo al enfrentamiento, el motor
de la violencia ya no es el conflicto entre las pandillas, sino el
conflicto entre el Estado y todas las pandillas. Ya no depende de la
relación entre MS y 18 si el próximo mes va a terminar con 500, con 700 o
con 900 homicidios, sino depende de las decisiones
estratégicas-políticas del gobierno y tácticas-operativas de los
aparatos de Seguridad e Inteligencia. Y obviamente también depende de
las decisiones que toman los nuevos jefes de las pandillas, que
asumieron el mando después de que el liderazgo de la tregua fue
neutralizado y aislado en el penal de Zacatecoluca.
En el 2012/13, las ranflas históricas de
las diferentes pandillas, que por decisión del gobierno Funes en marzo
2012 pudieron retomar el mando y control de sus estructuras nacionales
para implementar la tregua, se convirtieron en interlocutores difíciles,
pero sorprendentemente racionales y congruentes para los mediadores. En
permanente discusión con ellos (y entre ellos) se logró llegar a
acuerdos que efectivamente redujeron el grado de conflictividad entre
las pandillas, pero también entre pandillas y población y con las
autoridades. Estos éxitos parciales (pero concretos y sorprendentemente
sólidos) fueron posibles por una razón: este grupo de jefes históricos
de las pandillas discutió los problemas del presente con una visión de
futuro, que de una manera tal vez no muy clara y concreta, pero
suficiente fuerte vislumbraba una superación de la violencia y una
inserción en la sociedad productiva del país. Por muy difusa que esta
visión hay sido, es por ella que se logró avanzar en lo concreto y
cotidiano, incluso, en algunos lugares, reduciendo la extorsión.
Resulta absurdo que el único lugar en el
mundo de las pandillas, donde esta visión de alguna manera ha
sobrevivido, es en las celdas subterráneas de máxima seguridad de
“Zacatraz”, donde el gobierno ha concentrado, bajo estrictas medidas de
aislamiento a todos los protagonistas del proceso de la tregua. Este
aislamiento incluso raya con ilegalidad: Durante los meses de agosto,
septiembre y buena parte de octubre del 2015 el gobierno no les permitió
a los internos en Zacatecoluca ni siquiera las visitas de sus abogados y
de los delegados de la Cruz Roja Internacional.
Los pandilleros que hoy han tomado el
control y el mando en las cárceles regulares y en los barrios, en su
gran mayoría, o nunca compartieron esta visión que llevó a la tregua, o
hoy la consideran fracasada en una situación que perciben como “de
guerra”. Con un gobierno que les declaró la guerra sin cuartel, a estos
cabecillas mucho más jóvenes, inexpertos y radicales les cuesta mantener
viva la visión de que hay que construir una salida alternativa a la
escalada de violencia. Ellos toman todos los días decisiones que igual
que las del gobierno y de la PNC abonan a más violencia.
Y del lado del Estado, ¿quién toma la
decisiones? Todo indica que las reales decisiones que inciden sobre vida
o muerte (estas decisiones de las cuales depende si vamos a cerrar un
mes con 900 muertos o “solamente” con 600) no las toman los funcionarios
que están sujetos a debate y escrutinio público. No parece que las toma
el ministro de Seguridad Benito Lara o el Comisionada Presidencial de
Seguridad Hato Hasbún – y mucho menos el presidente. Mucho indica que
estas decisiones se toman en cuartos cerrados y aislados de las
estructuras de inteligencia, mezcladas con líneas de mando partidarios.
Estas dos líneas se cruzan en personas como Manuel Melgar, el ex
ministro de Seguridad de Funes y ahora secretario privado del
presidente, o Eduardo Linares, el ex jefe de Inteligencia de Funes y
actual gobernador de San Salvador.
Entonces, le dije a mi amigo: Incluso si
se pudiera, ¿entre quiénes habrá que gestionar una tregua? ¿Entre estos
operadores ocultos del gobierno del FMLN y los liderazgos atomizados y
ahora mucho más anárquicos que las pandillas? Difícil de imaginar. Y
tampoco me puedo imaginar quienes podrían mediar entre estos dos mundos,
luego de que el gobierno ha puesto casi al margen de la ley a todos los
que estuvimos actuando como mediadores…
-Por la gran p…, me dijo mi amigo, entonces no hay nada que hacer, solo seguir matándonos… o mejor irnos al carajo.
No sé. La verdad es que no sé. Hay que
tratar de retomar el diálogo, aunque no sé de qué forma – pero debe
haber una forma. Me gustaría ir a Zacatraz y encarar a los cabecillas
ahí recluidos, para sondear si hay hilos que todavía se podrían retomar
para tejer un nuevo diálogo. Lo haría mañana, y sé que alguien como
monseñor Fabio Colindres y otras personalidades gran prestigio me
acompañaran. Pero el gobierno no lo va a permitir. Ni siquiera permite
el intento, el sondeo. Mucho menos, si el sondeo fuera positivo,
permitiría que gente como el “Diablito”, el “Sirra”, el “Muerto de Las
Palmas” o el “Chino 3 Colas” nuevamente tomaran iniciativas para
intervenir en las decisiones y actitudes de sus pandillas. Si para el
gobierno su gran logro es haberlos aislado y neutralizado – en esto
existe una extraña coincidencia con la política de los gobiernos de
ARENA, que también estaban convencidos que por más aislados y jodidos
tenían a estos líderes, menos peligrosos se harían las pandillas. Esto
fue mentira cuando lo dijeron René Figueroa y Rodrigo Ávila, y es
mentira ahora que lo dicen Hato Hasbún o Benito Lara.