Pero la falta de eficiencia de una manifestación no es razón para no unirse a ella. He marchado contra los bombardeos de los Estados Unidos en Vietnam, contra los despliegues de cohetes nucleares en Alemania, contra la invasión soviética en Checoslovaquia, a pesar de que sabía perfectamente que las potencias mundiales no nos iban a hacer caso. Hay un sentido de rebeldía que nos hace protestar, manifestarnos, marchar, por más que se trate de causas perdidas. Hay un sentido de lucha que nos hace unirnos en la calle, aunque seamos minoría, y tratar de contagiar a los pasivos.
Mañana mi sentido de rebeldía me hará
darle la espalda a esta marcha. No marcharé con este gobierno que me miente:
Dice que tiene una estrategia contra la violencia, pero sólo tiene una
estrategia publicitaria. Dice que promueve el diálogo para unir la sociedad en
un esfuerzo común por construir la paz social, pero detrás de la cortina de
humo del diálogo está regresando a la fracasadas políticas de mano dura.
Si esta marcha del 26 de marzo hubiera
salido de la frustración de las comunidades que viven en miedo y marginación,
yo marcharía en primera fila, exigiendo al gobierno que al fin redefina sus
prioridades y asuma su responsabilidad por la seguridad de sus ciudadanos. Si
esta marcha fuera de verdad una movilización de los ciudadanos para demandar al
gobierno que concentre todos sus recursos en la transformación de los barrios,
donde diariamente se genera la marginación y la violencia, yo fuera su
incansable activista.
Las pandillas, su control territorial, su poder, su base social, y la violencia que expresan, nacen en el vacío que el Estado ha dejado en los territorios abandonados por los servicios básicos que el Estado. Barrios, cantones, comunidades que no tienen acceso a educación de calidad, a atención médica digna, a oportunidades de empleo, a protección de la vulnerabilidad ante desastres naturales y epidemias… se convierten en guetos. Y en los guetos nace y se reproduce la violencia.
Las pandillas, su control territorial, su poder, su base social, y la violencia que expresan, nacen en el vacío que el Estado ha dejado en los territorios abandonados por los servicios básicos que el Estado. Barrios, cantones, comunidades que no tienen acceso a educación de calidad, a atención médica digna, a oportunidades de empleo, a protección de la vulnerabilidad ante desastres naturales y epidemias… se convierten en guetos. Y en los guetos nace y se reproduce la violencia.
El día que se movilicen los afectados y otros que tomen conciencia de este peligroso vacío, valdrá la pena marchar. Si un movimiento de este tipo es auténtico y logra convocar a toda la sociedad, iglesias, empresa privada, profesionales, para unir esfuerzos por atacar el problema de la violencia desde sus raíces, tal vez incluso el gobierno, si es responsable, se suma.
Pero mañana la cosa es al revés: Nos
convocan, por todos los medios posibles, a sumarnos al gobierno. Se montan con
todo el peso del poder y los recursos gubernamentales encima de un Consejo
Ciudadano, convirtiéndolo en Consejo Presidencial, y encima de la idea, al
inicio buena, aunque tal vez ingenua, de una movilización ciudadana – y la
convierten en marcha oficialista. Decretan un día de asueto, presionan a
empleados públicos y alumnos a marchar. Movilizan la maquinaria de publicidad
con cancioncitas y anuncios promocionales.
Esto no se vale. Por esto, #NoMarchoConElGobierno.
(Observador Político, El Diario de Hoy)