Érase una vez un país muy pero muy pequeño, que tenía más territorio en el agua que en su propia tierra, de hecho era cinco vez más grande en el agua. La gente que vivía en este pequeño país tenía grandes problemas, eran muchos: les falta el agua potable, les faltaba bosques, les faltaba comida (la tenían que traer de países vecinos), les falta espacio. Lo único que tenían por montones era gente, que durante muchos años fue el orgullo nacional, eran incansables trabajadores, eran dedicados, tenían amplias y orgullosas sonrisas.
Ese paisito perdió mucho de su encanto, durante años estuvo sumergido en una guerra civil que no dejó a nadie ver más allá de dicha guerra; llegó la paz y con los años se llegó a convertir en uno de los lugares más violentos del mundo, donde los jóvenes se matan por montón y donde le tienes que pedir permiso al hijo de tu vecina para llegar tarde a tu casa.
En este paisito, de vez en cuando hay elecciones, a mi criterio demasiado seguido; en estas elecciones se elegían gobernantes que prometían manos duras con la delincuencia, luego manos amigas y treguas, luego se reunieron los grandes sabios a tratar de encontrar soluciones, trajeron sabios desde Nueva York para buscar alternativos. Y en este mar de preocupaciones y desesperanza, no pensamos en el mar. Lo entiendo, pero lo que necesitamos son soluciones de desarrollo y la costa tiene soluciones.
Surgieron otra vez las voces que en campaña prometen seguir con los cambios, traer nuevas ideas, nos dicen que juntos podemos, que son la diferencia, pero ninguno ve al mar. Ahí donde van a parar todos los desechos, toda la podredumbre y las excretas del país, la contaminación, la basura, la suciedad y las enfermedades. En el paisito donde se escuchan voces como la de la ministra de Medio Ambiente que grita por las nubes la necesidad de regular el tema del agua, desde su ministerio están haciendo esfuerzos por restaurar los bosques de manglar, por ahí tenemos que caminar.
Pero en la campaña de nuestros flamantes alcaldes y diputados no se escucha a ninguno que mire al mar. Hay mejores y peores, hay verdes, rojos, celestes, tricolores y hasta con un trébol. Pero ninguno ve al mar.
Mientras en nuestro paisito donde vivimos hacinados no veamos el mar y nuestros candidatos no se detengan a ver al mar, difícilmente podemos utilizar uno de los recursos más valiosos que tenemos. Mientras los diputados de Ahuachapán no caminen por Bola de Monte, los de Sonsonate por Barra Ciega, los de La Libertad bajen a Boca Poza, en La Paz se metan a la Zorra, en Usulután caminen hasta punta San Juan o visiten Ceiba Doblada, y en La Unión platiquen con la gente que vive alrededor del manglar del Tamarindo, hasta entonces habremos comenzado a ver el mar, el mar de posibilidades que tiene El Salvador. La costa los espera.
Publicado originalmente en El Diario de Hoy 20 de febrero de 2015