Aquí se camina en el centro de la ciudad. Miles de gente en las plazas, las calles, los parques. Músicos en una esquina. Teatreros en otra. Niños dándoles semillas a las miles de palomas. Turistas tomando fotos. Son las 10 de la noche y la gente sigue paseando.
La mañana siguiente tomo el bus al barrio
de las universidades. Tomo el bus. Pago un poco más de $0.50. Los estudiantes
usan pases mensuales que cuestan como $15. Primera sorpresa: hay paradas de
buses cada 2 cuadras. A nadie se le ocurre pedir que el bus pare en media
cuadra. No hay musicón. Los buses son limpios, cómodos, no se suben vendedores,
nadie parece tener miedo. Van estudiantes, pero también señores trajeados con
sus maletines de ejecutivo.
El bus corre por una avenida de 6
carriles. No hay carril especial para los buses. El recorrido, que es como ir
del Salvador del Mundo a Santa Tecla, me toma menos de 10 minutos. Camino hacia
el campus universitario. Miles de estudiantes, cafetines, comedores, risas. Las
mujeres me parecen guapas, pero luego me doy cuenta que simplemente están
vestidas y arregladas con gusto. Todas. Hay dos universidades a la par: la
estatal y una privada. No puedo distinguir los estudiantes de una y otra,
visten igual, no hay distintivos de clase social.
Para regresar tomo el tren, que conecta
las universidades con el centro. El tren pasa por las calles, como si fuera
tranvía. También conecta con ciudades vecinos, como si alguien va de San
Salvador a San Martín o Apopa. Me cuentan que el sistema de trenes pasó
abandonado por décadas, pero recién volvieron a reactivarlo, sin grandes
construcciones e inversiones. En el tren hago una encuesta: van estudiantes,
empleados, banqueros, ejecutivos. Muchos dejan su carro, moto o bicicleta en la
estación, van en tren a la U
o la oficina, y los recogen en la tarde.
o la oficina, y los recogen en la tarde.
El tren me deja en una colonia, cerca del
centro, donde antiguas bodegas han sido convertidas en museos, galerías,
teatros, restaurantes. De ahí camino al centro, pasando por otra colonia llena
de bares, cafés, restaurantes. Camino la última parte con un grupo guiado por
un arquitecto que explica la historia de este barrio, sus casas antiguas, sus
construcciones modernas. Llegando al centro, ceno en un restaurante que conocí
hace 30 años, cuando las andanzas de la guerra me llevaron a esta ciudad. La
decoración, la comida, el ambiente – todo igualito. Luego me cuentan que es
como un monumento histórico. Comida típica y barata. Los comensales:
pensionados, estudiantes, empleados, vendedores, policías, turistas. Regreso a
este lugar casi todos los días. Nunca me encontré al ex presidente y premio
Nobel, que dicen que llega ahí caminando como todos los demás. Cuando conté a
mis amigos aquí de las caravanas de Funes, me vieron con cara de incrédulos.
Igual cuando les conté del Sitramss. Seguramente piensan que soy un exagerado…
Mañana, como casi todos los sábados, es
día de “Enamórate de la ciudad”. Habrán espectáculos en cada parque: en uno jazz, en otro la
sinfónica, en el tercero danza o teatro. Las calles que conectan los parques se
llenarán de ventas de artesanía, cuadros de pintura, juegos infantiles, ventas
de dulces. Todo gratis. Todo al aire libre. También los museos, teatros y hasta
las iglesias ofrecen exposiciones o shows. Caminaré hasta el cansancio.
No he viajado lejos. Aquí no más en
Centroamérica, está San José, la capital de Costa Rica. Otra ciudad es posible.
Me tomó una semana de desintoxicarme del stress que vivimos los salvadoreños a
diario: de elecciones, pleitos, asaltos, operaciones policiales, Sitramss,
Funes…
Hay
mucho trabajo por hacer. Saludos, Paolo Lüers
PS: Claro que los ticos no ven su ciudad
así de ideal. También se quejan de desorden, corrupción, inseguridad. Nada es
perfecto. La mía es la vista de un viajero que viene de donde asustan. Sin
embargo, no es casualidad que el dicho nacional tico es: “¡Pura vida!”
(Mas!/El Diario de Hoy}