jueves, 17 de abril de 2014

Columna transversal: Los cabos sueltos

¿Qué pongo en una columna que se publicará el Jueves Santo? No pueden ser los temas usuales de estos días: la renovación de ARENA; la composición gobierno del FMLN en la era post-Funes; la decadencia del régimen chavista; el futuro de la tregua entre las pandillas... Nadie va a leer sobre esto en Semana Santa.
Mejor les cuento lo que voy a hacer hoy. Hoy, Jueves Santo, en el preciso momento que ustedes lean estas líneas, voy a estar en un barrio de estos que han sido escenario de matanzas durante años. No voy a decir adónde, porque los líderes de la comunidad que me invitaron no quieren que la manera especial cómo quieren celebrar Semana Santa se convierta en un show mediático. Quieren dar un paso simbólico, pero irreversible, hacía la reconciliación entre vecinos. Invitaron a monseñor Fabio Colindres a que celebre en su comunidad, el lavatorio de pies - parte de la liturgia del Jueves Santo de la Iglesia Católica: En todo el mundo, los obispos lavan los pies a 12 pobres, como señal de humildad.

El papa Francisco celebró su primer Jueves Santo como pontífice, el año pasado, en una cárcel de la ciudad de Roma: lavó y besó los pies a 12 convictos. Y monseñor Fabio Colindres hizo su suyo el mismo día: fue a Mariona para lavar y besar los pies a 12 convictos que purgan penas en los diferentes cárceles del país, entre ellos varios pandilleros condenados por asesinatos.

Me consta que este gesto, que tuve el privilegio de presenciar a invitación personal de uno de los convictos seleccionados, tuvo un enorme impacto en muchos pandilleros. Entre ellos, el lavatorio de Mariona del Jueves Santo del 2013 se convirtió en leyenda urbana. Caló profundamente la palabra del obispo: Ustedes, condenados por su pecados, siguen siendo hijos de Dios. Ustedes, los más marginados, pueden escoger el bien sobre el mal y tendrán nuestro apoyo...

Caló tanto este mensaje entre la gente de un barrio, que decidieron invitar a Fabio Colindres a celebrar este Jueves Santo el lavatorio con ellos, lavándoles los pies a 12 de ellos, incluyendo pandilleros y familiares de víctimas de la guerra entre pandillas.

Así que este jueves, más allá del turismo religioso de Semana Santa que nos lleva a ver las procesiones en Panchimalco, las cofradías en Izalco, las alfombras en el centro de San Salvador, yo tengo el honor de presenciar, como testigo y cronista, esta ceremonia muy privada, pero genuinamente cristiana. Seré testigo de lo que entiendo como gesto de reconciliación, como expresión de que la gente, que tiene años de vivir con el miedo, ha decidido superarlo y buscar formas de rehacer el tejido social. Todos sabemos que la terrible epidemia de la violencia que estamos viviendo tiene que ver con la destrucción del tejido social: familia, vecindario, escuela, parroquia, comunidad, barrio... Y si lo pensáramos bien -lo que normalmente no hacemos los que no estamos directamente afectados por la desintegración y sus fatales consecuencias- sabríamos que la reparación del tejido social sólo funciona de abajo hacia arriba. El estado, el gobierno, las políticas nacionales, las cúpulas empresariales y eclesiales pueden crear condiciones favorables o desfavorables para la rehabilitación de las familias y las comunidades – pero los cabos sueltos del tejido a reparar están en los municipios, en los barrios. Las pueden captar y volver a atar los líderes comunales, los empresarios locales, los pastores y los padres, los profesores de la escuelita - y los pandilleros que buscan la reinserción de su gente en su comunidad y la inserción en la vida productiva.

Por esto lo que este Jueves Santo está pasando en un barrio remoto de uno de los municipios marginales es tan trascendente. Por esto lo comento en esta columna, en este día de vacación. Vacación es vida playera, conchas y cervezas - me encanta igual que a ustedes, pero también es Semana Santa y nos obliga a reflexionar. Lo que yo estaré presenciando hoy, antes de dedicarme a disfrutar de mis vacaciones, puede llamarse un acto simbólico. Los escépticos pueden decir: ¿Qué cambiará en este país y su clima de inseguridad si un cura le lava los pies a unos pobres diablos?

Bueno, por lo menos en el barrio donde se lleva a cabo esta ceremonia las cosas van a cambiar. Ya cambiaron, para que puedan juntar victimas y victimarios en una ceremonia. Y los cambios reales no provienen de presidentes, por más que ellos hablen del cambio. Provienen de los pobres diablos.
(El Diario de Hoy)