Mejor les cuento lo que voy a hacer hoy.
Hoy, Jueves Santo, en el preciso momento que ustedes lean estas líneas, voy a
estar en un barrio de estos que han sido escenario de matanzas durante años. No
voy a decir adónde, porque los líderes de la comunidad que me invitaron no
quieren que la manera especial cómo quieren celebrar Semana Santa se convierta
en un show mediático. Quieren dar un paso simbólico, pero irreversible, hacía
la reconciliación entre vecinos. Invitaron a monseñor Fabio Colindres a que
celebre en su comunidad, el lavatorio de pies
- parte de la liturgia del Jueves Santo de la Iglesia Católica: En todo el
mundo, los obispos lavan los pies a 12 pobres, como señal de humildad.
El papa Francisco celebró su primer
Jueves Santo como pontífice, el año pasado, en una cárcel de la ciudad de Roma:
lavó y besó los pies a 12 convictos. Y monseñor Fabio Colindres hizo su suyo el
mismo día: fue a Mariona para lavar y besar los pies a 12 convictos que purgan
penas en los diferentes cárceles del país, entre ellos varios pandilleros
condenados por asesinatos.
Me consta que este gesto, que tuve el
privilegio de presenciar a invitación personal de uno de los convictos
seleccionados, tuvo un enorme impacto en muchos pandilleros. Entre ellos, el
lavatorio de Mariona del Jueves Santo del 2013 se convirtió en leyenda urbana.
Caló profundamente la palabra del obispo: Ustedes, condenados por su pecados,
siguen siendo hijos de Dios. Ustedes, los más marginados, pueden escoger el
bien sobre el mal y tendrán nuestro apoyo...
Caló tanto este mensaje entre la gente de
un barrio, que decidieron invitar a Fabio Colindres a celebrar este Jueves
Santo el lavatorio con ellos, lavándoles los pies a 12 de ellos, incluyendo
pandilleros y familiares de víctimas de la guerra entre pandillas.
Así que este jueves, más allá del turismo
religioso de Semana Santa que nos lleva a ver las procesiones en Panchimalco,
las cofradías en Izalco, las alfombras en el centro de San Salvador, yo tengo
el honor de presenciar, como testigo y cronista, esta ceremonia muy privada,
pero genuinamente cristiana. Seré testigo de lo que entiendo como gesto de
reconciliación, como expresión de que la gente, que tiene años de vivir con el
miedo, ha decidido superarlo y buscar formas de rehacer el tejido social. Todos
sabemos que la terrible epidemia de la violencia que estamos viviendo tiene que
ver con la destrucción del tejido social: familia, vecindario, escuela,
parroquia, comunidad, barrio... Y si lo pensáramos bien -lo que normalmente no
hacemos los que no estamos directamente afectados por la desintegración y sus
fatales consecuencias- sabríamos que la reparación del tejido social sólo
funciona de abajo hacia arriba. El estado, el gobierno, las políticas
nacionales, las cúpulas empresariales y eclesiales pueden crear condiciones
favorables o desfavorables para la rehabilitación de las familias y las
comunidades – pero los cabos sueltos del tejido a reparar están en los
municipios, en los barrios. Las pueden captar y volver a atar los líderes
comunales, los empresarios locales, los pastores y los padres, los profesores
de la escuelita - y los pandilleros que buscan la reinserción de su gente en su
comunidad y la inserción en la vida productiva.
Por esto lo que este Jueves Santo está
pasando en un barrio remoto de uno de los municipios marginales es tan
trascendente. Por esto lo comento en esta columna, en este día de vacación.
Vacación es vida playera, conchas y cervezas - me encanta igual que a ustedes,
pero también es Semana Santa y nos obliga a reflexionar. Lo que yo estaré
presenciando hoy, antes de dedicarme a disfrutar de mis vacaciones, puede
llamarse un acto simbólico. Los escépticos pueden decir: ¿Qué cambiará en este
país y su clima de inseguridad si un cura le lava los pies a unos pobres
diablos?
Bueno, por lo menos en el barrio donde se
lleva a cabo esta ceremonia las cosas van a cambiar. Ya cambiaron, para que
puedan juntar victimas y victimarios en una ceremonia. Y los cambios reales no
provienen de presidentes, por más que ellos hablen del cambio. Provienen de los
pobres diablos.
(El Diario de Hoy)