Nunca me imaginaba tener un obispo católico como amigo. En mi experiencia limitada, o eran santos o eran pomposos – y ambos no se prestan para forjar amistades. A usted lo vine a conocer en las docenas de visitas a las cárceles que hicimos juntos. Ahí es donde se descubre el carácter de un hombre: en situaciones extremas como estas de sumergirse a este submundo, donde se mezclan las leyes de los reos con la cultura y los códigos de los pandilleros, la culpa con la lucha por mantener la dignidad humana, la violencia brutal con la hermandad.
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Nada de esto que conocemos como “la
tregua” hubiera sido posible sin la firmeza ética de usted y su capacidad de
comunicarla a los pandilleros sin arrogancia, sin menosprecio, pero de manera
extremadamente exigente. Nunca lo vi hacerles promesas ni dando pajas, siempre
lo vi sacarles compromisos, gestos de buena voluntad. Usted les facilita
reconectarse con la humanidad dentro de ellos y en los demás.
Esta total ausencia de oportunismo que
usted muestra en el trato con estos hombres, que no estaban acostumbrados que
alguien les hablara con sinceridad y les escuchara con genuino interés, le ganó
el incondicional respeto por parte de estos hombres que en su vida no han
respetado nada, solo sus leyes internos, marcados por machismo, imposición y
violencia.
Me da risa que un personaje como el pobre
Padre Antonio Rodríguez tuvo la osadía de ofrecerse a los pandilleros como sustituto
de usted, ofreciéndoles sus servicios de intermediario con el gobierno. Este
tipo no entiende que en este negocio nada funciona con chanchullos o pactos. O
funciona con confianza, con respeto y con palabra – o no funciona. Usted que
nunca les ofreció nada, se ganó la confianza de todos los pandilleros del país.
Y al padre Antonio, que ofrece favores y privilegios, nadie le hace caso,
porque sus posiciones cambian según las ocurrencias de un ministro o la
oportunidad de conseguir un financiamiento...
Entiendo porqué usted ha mantenido, en
todos estos últimos meses, un perfil tan bajo, casi invisible, sin ir a
entrevistas, incluso sin reaccionar a todas las acusaciones que le han hecho.
Entiendo que no quiso que su protagonismo provoque celos y divisiones dentro de
la iglesia. Pero dentro de las cárceles y dentro de los barrios, su palabra
vale oro. Es un capital para el país.
La otra calidad es la distancia que
guarda de cualquier pleito político. Luego de dos años de trabajo conjunto no
tengo ni idea si usted es de izquierda o derecha. Nunca hablamos de esto.
Hay otros obispos que hablan cada domingo
de política, y que cuando hablan del problema de las pandillas, usan palabras
grandilocuentes como “el diálogo nacional”, “la reconciliación”. Pero ninguno
de ellos se ha sentado con los más odiados, los más jodidos y los que más joden
en esta sociedad. Usted sí. Habla con empresarios exactamente igual que con los
reos y sus madres.
Yo que siempre me he mantenido a gran
distancia de religiones e iglesias, veo que usted como obispo juega un rol que
difícilmente lo pueden jugar otros. Yo, ciertamente no. Tampoco ningún
político. Tampoco un Mijango, por más crucial que sea su aporte.
Un reo anónimo me lo puso así: “Don Fabio
es un hombre de la palabra, igual que nosotros...” Y aunque la palabra del cura
y la palabra del pandillero ciertamente son muy distintas, algo tendrán en
común. Tal vez la convicción de que la palabra vale y que hay que hacerla
valer.
No tengo idea de cómo son sus relaciones
con el nuevo gobierno, pero ellos van a necesitar que usted siga haciendo lo
que está haciendo.
Saludos, Paolo
(Más!/EDH)