Es la misma encrucijada que El Salvador
enfrentó en los años 70. Todos los espacios de oposición, crítica, libre expresión
se cerraron, uno tras otro, y de manera violenta: universidades, comunidades
cristianas, sindicatos, radios, periódicos independientes. Y por más que el
gobierno reprimía, mataba, torturaba, los opositores no se dejaron callar.
Cerraban la universidad, y los estudiantes se fueran a las calles. Mataban a
dirigentes sindicales, y los obreros se fueron a las calles. Primero
pacíficamente, pero al ser reprimidos, comenzaron a organizar su autodefensa y
armarse. Primero de piedras, luego de pistolas, al fin de fusiles...
La decisión entre paz y guerra estaba en
manos de los gobernantes y los coroneles. Podían seguir reprimiendo - y habrá
guerra. O podían dialogar y volver a abrir espacios de expresión, crítica y
oposición - y habrá paz. Ya sabemos qué decisión tomaron los militares
salvadoreños. Ya sabemos adónde nos llevó. Ya sabemos cuánto nos costó.
La misma situación existe ahora en
Venezuela. El gobierno chavista, dominado por militares y paramilitares, está
cerrando los espacios democráticos, los estudiantes van a la calle, son
reprimidos, reciben el apoyo de toda la oposición democrática. Maduro tiene que
decidir si permite a sus paramilitares y milicianos chavistas de seguir usando
las armas contra los estudiantes – o si busca el diálogo con la oposición. Pero
con la oposición no puede negociar, si no está dispuesto a desarmar a sus
milicias, liberar a los presos políticos, y abrir espacio para la construcción
de un gobierno de transición.
La única alternativa, si los chavistas no
están dispuestos a este camino pacífico de transición, es aumentar más la
represión y convertirse en una dictadura militar abierta – y hacerle la guerra
a su propio pueblo. Si existe amenaza de guerra en Venezuela, emana del
chavismo, no de la oposición. En Venezuela, todas las armas están en manos de
los chavistas: en la Fuerza Armada controlada por ellos, en la Guardia Nacional
controlada por ellos, en las milicias construidas por ellos, en las bandas
paramilitares financiados y dirigidos por los chavistas.
La oposición venezolana ha tomado una
posición clara: Sumarse a las movilizaciones de los estudiantes en las calles,
pero llamando a la no violencia. El gobierno de Maduro ha tratado de dividir a
la oposición, ofreciendo a una parte del liderazgo cárcel - y a otros diálogo.
Incluso algunas cabezas calientes de la oposición han caído en esta trampa
tratando de armar ahora un pleito sobre el “verdadero liderazgo” de la
oposición. Todo esto es infructuoso, porque el “verdadero liderazgo” de la
oposición es plural y ha desarrollado una división de trabajo muy inteligente.
Leopoldo López, hoy buscado por la policía de Maduro, tiene un papel específico
como organizador y movilizador muy cercano al liderazgo de los estudiantes.
Maria Corina Machado, la diputada a la cual quieren quitar su fuero para
perseguirla, tiene otro papel importante como vocera de la oposición. Y
Henrique Capriles, el gobernador de Miranda y ex-candidato a la presidencia,
tiene otro papel, más de estadista de la alternativa democrática. Leopoldo
López y Maria Corina Machado han sido cruciales para movilizar a la oposición.
Esta ha sido la tarea de ellos, no de Capriles. El gobernador ha sido la voz de
la razón, llamando a estudiantes y opositores a mantener pacífica su protesta,
a no caer en la trampa de la provocación violenta, y a no perder de vista los
profundos problemas económicos y de inseguridad del país. Pero con la misma
firmeza que llama a la no violencia, Capriles ha expresado su total solidaridad
con Leopoldo López, con los estudiantes detenidos, y con los medios de
comunicación censurados.
Desde que conocí a Henrique Capriles y
Leopoldo López, en varios viajes periodísticos a Venezuela a partir del 2008,
he dicho que “juntos estos dos líderes son invencibles”. Al principio diciendo
esto
casi me costó la amistad con ellos, porque se encontraban en una fuerte
disputa de liderazgo. Pero luego la dinámica de la unidad opositora los
convirtió en socios y al final en amigos. Leopoldo López se convirtió en el
primer activista de la campaña presidencial de Capriles. Y hoy Capriles es el
primero que defiende a Leopoldo López a la hora que Maduro lo quiere convertir
en preso político.
Nadie va a dividir a estos dos hombres y
así a la Unidad Democrática venezolana. Están condenados a mantener la unidad –
y lo saben perfectamente. No hay ruptura de la unidad opositora. Lo que hay son
visiones y papeles diferentes dentro de la unidad. Esto la hace tan fuerte y
tan amplia.
Muchos pensaban que Capriles no iba a
respaldar a los estudiantes en las calles, pero termina llenando el vacío que
deja Leopoldo López, quien se pasó a la clandestinidad para evitar su captura,
y llama a movilizarse en las calles: “Marcharemos en contra de la violencia, la
escasez, el desabastecimiento y a favor de quienes sufren porque no consiguen
alimentos, ni medicinas. Dejemos solos a los violentos. A la protesta pacífica
y legítima hay que ponerle foco, es obvio que el Gobierno no lo quiere”, dijo
Capriles en conferencia de prensa.
Ninguno de los líderes de la oposición
apuesta a la violencia. Pero tampoco aceptan el chantaje del gobierno. Así como
en los años 70 en El Salvador, en Venezuela hoy la decisión de ir a la paz o a
la guerra está en manos de los gobernantes. Si la izquierda salvadoreña se
niega a entender esto, está traicionando su propia historia.
(El Diario de Hoy)