Los alemanes no sólo se deshicieron de
sus reyes e imperadores, sino al fin también de su exagerado respeto por las
autoridades. Los ciudadanos ya no quieren ser súbditos y exigen que las
autoridades se ganen su respeto. No todos los presidentes lo logran, y al
último los ciudadanos lo obligaron a renunciar. A pesar de la poca importancia
de la institución presidencial, no toleraron en Palacio a alguien que se
aprovechaba de su cargo para beneficio privado. Mucho menos para beneficio
financiero. Cuando el presidente Christian Wulff, muy estrechamente aliado con
la poderosa canciller Angela Merkel, tuvo que reconocer que como funcionario
público había aceptado que amigos personales le pagaran lujosos viajes y le
facilitaran créditos preferenciales para adquirir casas, hasta su propio
partido lo dejó caer como una papa caliente. Bajo la presión permanente de la
prensa y la opinión pública, el presidente renunció.
Ahora, medio año después, los medios
siguen mencionándolo, pero ahora ya como figura tragicómica. Las últimas
noticias de él dan cuenta de una de sus últimas hazañas. Wulff encargó a un
pintor (obviamente de baja categoría) a producir pinturas oficiales de los 10
hombres que hasta la fecha han ejercido este cargo ceremonioso, incluyendo él.
Poco después tuvo que renunciar. Y cuando su sucesor, el actual presidente
Joachim Gauck, asumió el cargo, encontró en el Palacio Bellevue, sede de la
presidencia en Berlin, una galería de retratos espantosos. Para más joder,
estaban colgados en la mera entrada, visible para cada invitado. El nuevo
presidente, con prudencia, encargó a una comisión de expertos que le
aconsejaran sobre qué hacer con estas obras impresentables pero que costaron al
arco público unos $160 mil. Familiares de los presidentes retratados empezaron
a demandar la remoción de la galería espantosa. La decisión sabia del nuevo
presidente: quitarlos de donde
todo el mundo los veía - y colgarlos en una sala donde nadie entra.
Saludos desde Alemania de Paolo Lüers
(Más!/EDH)