En aquellos tiempos, difíciles de visualizar, preInternet, escribías artículos en los diarios y no tenías ni idea si la gente los leía, mucho menos si gustaban. Hoy puedes contabilizar cuántas visitas has tenido, cómo te han valorado -de uno a cinco- y ver la opinión que la gente tiene de tus artículos y de ti. Tiende a oscilar entre los halagos más exagerados y los insultos más bestias.
A mí me divierte. Y me instruye. He constatado, por ejemplo, que lo que más interesa, con diferencia, es el fútbol. He escrito este último mes y medio sobre el islam, el Papa, los indignados, el feminismo según Muamar el Gadafi, los iPhone y las Blackberry (¿quién decidió y cómo, por cierto, que la Blackberry era hembra y el iPhone, macho?), y sobre José Mourinho. Con muchísima diferencia, la columna más leída, valorada, enviada y comentada fue la que hice sobre el Stalin (o el Cantinflas, no lo tengo muy claro) del Real Madrid.
Nada que ver conmigo. Repasando las listas de los best sellers en elpais.com veo que los primeros puestos - no importa que Trípoli caiga o que un fenómeno de la naturaleza amenace con acabar con la Costa Este de Estados Unidos- los ocupan casi infaliblemente historias escritas por mis admirables compañeros de la sección de deportes.
A veces me pregunto por qué me molesto en escribir sobre otros temas. ¿Qué valor agregado aporto a la gente que me paga? Este domingo me publican en El País Semanal una historia que me costó sangre, sudor y un importante desgaste cerebral sobre el décimo aniversario del 11-S. Pero sé que solo le va a interesar a una pequeña fracción del número de lectores que se detuvieron a leer mi columnilla, escrita a la carrera, sobre Mourinho.
Pero bueno, esto de la interactividad me ha dado lecciones más allá del terreno profesional. Me ha hecho más fuerte como persona. Antes repartía hostias y no las recibía. Ahora las recibo también. Me parece justo. Y me ha obligado a endurecer la piel. Por ejemplo, un tipo llamado Andrés Calamaro (creo que es un cantante pero yo -siendo más de Pitbull, Jay-Z y Notorious B.I.G.- no conozco su obra) aseveró en la web tras una historia que hice sobre Maradona que yo tenía "una triste vida sexual". No me dolió. Acepté el comentario con resignación cristiana. Lo que me enfurece es que sigo, casi un año después, sin saber quién fue la cretina que me delató.
(El autor es columnista de El País/Madrid)
A mí me divierte. Y me instruye. He constatado, por ejemplo, que lo que más interesa, con diferencia, es el fútbol. He escrito este último mes y medio sobre el islam, el Papa, los indignados, el feminismo según Muamar el Gadafi, los iPhone y las Blackberry (¿quién decidió y cómo, por cierto, que la Blackberry era hembra y el iPhone, macho?), y sobre José Mourinho. Con muchísima diferencia, la columna más leída, valorada, enviada y comentada fue la que hice sobre el Stalin (o el Cantinflas, no lo tengo muy claro) del Real Madrid.
Nada que ver conmigo. Repasando las listas de los best sellers en elpais.com veo que los primeros puestos - no importa que Trípoli caiga o que un fenómeno de la naturaleza amenace con acabar con la Costa Este de Estados Unidos- los ocupan casi infaliblemente historias escritas por mis admirables compañeros de la sección de deportes.
A veces me pregunto por qué me molesto en escribir sobre otros temas. ¿Qué valor agregado aporto a la gente que me paga? Este domingo me publican en El País Semanal una historia que me costó sangre, sudor y un importante desgaste cerebral sobre el décimo aniversario del 11-S. Pero sé que solo le va a interesar a una pequeña fracción del número de lectores que se detuvieron a leer mi columnilla, escrita a la carrera, sobre Mourinho.
Pero bueno, esto de la interactividad me ha dado lecciones más allá del terreno profesional. Me ha hecho más fuerte como persona. Antes repartía hostias y no las recibía. Ahora las recibo también. Me parece justo. Y me ha obligado a endurecer la piel. Por ejemplo, un tipo llamado Andrés Calamaro (creo que es un cantante pero yo -siendo más de Pitbull, Jay-Z y Notorious B.I.G.- no conozco su obra) aseveró en la web tras una historia que hice sobre Maradona que yo tenía "una triste vida sexual". No me dolió. Acepté el comentario con resignación cristiana. Lo que me enfurece es que sigo, casi un año después, sin saber quién fue la cretina que me delató.
(El autor es columnista de El País/Madrid)