Estamos en una semana muy importante para acercarnos a una solución de la crisis, no decisiva porque el fin habrá de escribirse cuando el pueblo, el “soberano” como gustaba repetir el gobierno anterior, hable en las urnas. Será entonces cuando sin demagogia, sin mensajes sesgados ni discursos confrontativos los electores den el mandato a las nuevas autoridades.
La cercanía de la jornada electoral, el hastío de los hondureños por la situación que sobrepasa los cien días y las presiones del exterior, hacen pensar que nos hallamos en el comienzo del fin. Las conversaciones mantenidas en secreto han ablandado el terreno y, muy política y diplomáticamente, se habla de un “razonable optimismo”.
El ágil, prudente y confidencial cabildeo ha abierto puertas, ha ampliado la visión de la Organización de Estados Americanos, OEA, cuyos miembros, aunque mantienen el Plan Arias, ya han expresado la posibilidad de un distanciamiento y de modificaciones “absolutamente factibles”.
Ojalá los adelantados de la comisión de cancilleres que llegará a nuestro país en las próximas horas presenten bases firmes, propuestas factibles y racionales para que el diálogo y la negociación conduzcan a un entendimiento entre hondureños a fin de superar una división tan profunda, que “es el mayor obstáculo para la gobernabilidad y la institucionalidad de la nación”, según expresa el semanario católico Fides.
El hastío, el cansancio, la frustración y el desencanto de iniciativas anteriores para hallar una solución exigen nuevas perspectivas, otros elementos como materia de negociación que están ahí y que fueron desestimados por quienes mantuvieron, interesadamente, una única versión y con ella realizaron la interpretación teatral. Cien días después hay otros caminos, otros personajes, pero sobre el hartazgo del pueblo, que es quien más directamente sufre las consecuencias, los dirigentes han aprendido y practican con la mayor destreza aquello de “nadar y guardar la ropa”. Se cuidan muy bien las espaldas, lo que no puede hacer el desempleado o el empleado de bajo salario que observa con tristeza la disminución del poder adquisitivo de sueldo para el alimento, la ropa, la educación de los hijos, el pago de la renta, etc.
Sin demagogias ni triunfalismos busquemos la salida, pues la situación es responsabilidad, en mayor o menor grado, de todos, producto de las acciones y de las omisiones, de problemas endémicos y de escasa visión, de intereses bastardos y de injerencias ajenas.
A partir de este reconocimiento, fortalezcamos las bases para que no tengamos más ediciones de lo mismo o parecido, pues las consecuencias son demoledoras y el resarcimiento o desquite debe aún desaparecer del discurso y de la mente de muchos.
La exigencia está en calles y plazas. No hay que hacerse los locos, mirar para otro lado y alimentar la incoherencia. Ha llegado el momento en que las partes se pongan a pensar en el sufrimiento del pueblo.
(La Prensa, San Pedro Sula/Honduras)