jueves, 8 de octubre de 2009

Columna Transversal: Orgullo nacional, vergüenza nacional

Muchos en El Salvador no saben que el país tiene una Compañía Nacional de Danza de alto nivel artístico y profesional. No lo saben, porque esta compañía, surgida de la Escuela Nacional de Danza, es relativamente nueva y por falta de recursos (o sea de apoyo del Estado) sólo ha podido presentarse al público en pocas ocasiones. Los que han visto bailar a las muchachas y los muchachos de la Compañía se sienten orgullosos de ellos. Hay una sed insaciable de cosas de las cuales sentirnos orgullosos los salvadoreños. Queremos que estas la cosas buenas nuestras se vean en el exterior. Ya no queremos que en el mundo, cuando escuchen el nombre de nuestro país, piensen en la mara Salvatrucha y se acuerden de imágenes de decapitados. Exportemos arte en vez de violencia. Proyectemos al mundo creatividad en vez de nuestra ya probada capacidad de destrucción.

Afortunadamente, en el exterior ya se conoce y reconoce la extraordinaria calidad de la Compañía Nacional de Danza de El Salvador. Tan así que con sus últimas producciones fue invitada a una gira en España, México, Costa Rica, Argentina y Estados Unidos. Esta gira ha sido un éxito tan grande que ahora invitaron a la Compañía al Festival Internacional Cervantino Callejero en México, DF. No es el exclusivo Cervantino de Guanajuato, pero sí es un festival internacional de gran prestigio que se celebra paralelamente.

Resulta que el pasado martes los bailarines salvadoreños y su director, Francisco Centeno, salieron para México para representar a nuestro país, pero sin ningún apoyo de la Secretaría de Cultura, de la cual la Compañía Nacional de Danza depende. No es un grupo privado, es la compañía nacional -o sea estatal- de danza.

La Compañía sigue existiendo a pesar del gobierno. Sigue entrenándose, sigue armando obras, y sigue representando el arte salvadoreño en el exterior por pura terquedad. A las uñas. Ante la indiferencia e ineficacia del gobierno, los bailarines decidieron no suspender su participación en el festival internacional en México. Estarán allí, representando a El Salvador como país creativo, exclusivamente por la entrega y el sacrificio de unos artistas que no se rinden. En El Salvador, son más patriotas los artistas que los que administran la patria. El mundo al revés...

La Secretaría de Cultura de la Presidencia, como heredera de Concultura, debería haberse apropiado de estos nuevos embajadores que pueden cambiar la manera como el mundo ve a los salvadoreños. Parece que no le interesa. No les pagó los boletos – los consiguieron por su parte, porque afortunadamente fuera del gobierno hay quienes reconocen el duro trabajo y el nivel artístico alcanzado por nuestros bailarines. El Estado mandó a la Compañía de Danza del Estado a representarlo, pero sin un cinco de viáticos. Nuestros artistas van a México sin saber cómo mantenerse, cómo financiar sus gastos de producción - decididos a presentarse de cualquier manera. Por suerte, como artistas están acostumbrados a aguantar hambre.

Ya sabemos que los fondos son limitados. Perfecto. Pero la falta total de apoyo a la Compañía no se explica por falta de fondos, se explica por falta de interés. Un gobierno que no tiene fondos, puede invertir su trabajo, sus relaciones, su capacidad de gestión para hacer posible que un proyecto tan exitoso como la Compañía Nacional de Danza pueda desarrollarse, producir y proyectarse al país y al mundo. Y si todo esto no funciona, sus funcionarios por lo menos pueden expresar a los artistas apoyo moral, desearles éxitos, ir a despedirlos antes del viaje. Nada de eso. La frialdad, la indiferencia.

El peligro es que al regreso de México, independientemente del grado de éxito artístico en el festival, la Compañía Nacional de Danza se empiece a desintegrar, por falta de apoyo. A menos que haya un cambio y una clara definición en la política de la Secretaría. Si no, el director de la Compañía y creador de este exitoso proyecto, el coreógrafo costarricense Francisco Centeno, algún día se va a cansar de la indiferencia por parte de las autoridades (in)competentes e irse adónde aprecien y apoyen su trabajo.

(El Diario de Hoy)