martes, 26 de mayo de 2009

Los herederos

Estoy empezando a sospechar que el problema de fondo es que los altos funcionarios del Gobierno sólo ven Globovisión. Se estacionaron y pasan todo el día y toda la noche con las pupilas atadas a esa señal.

Ravell los tiene locos.

Deberían mirar también otros canales. Eso no hace daño. Más bien, puede oxigenarlos, flexibilizar el febril fanatismo que parecen tener por Globovisión. Si de vez en cuando lo intentaran, se permitieran asomarse a otro canal, quizás entenderían la infinita complejidad con la que Clodosvaldo Russián ha resumido el debate: "En los medios de comunicación social existe un exceso de libertad de expresión".

Basta con revisar alguna de las cosas que han aparecido en la pantalla del canal 8 para entender a cabalidad lo que acertadamente sentencia el contralor general. Una vez, una noche, apareció el Presidente en un programa, muerto de risa, diciendo que iba a sodomizar a la oposición en las próximas elecciones. Así parecía asumir la relación política con el otro: tú te agachas y yo te cojo. No lo nieguen. La imagen le puede producir pánico a cualquiera.

Hay que ver de todo. Sería saludable que observaran uno de los canales de Televisión Española que se transmiten por cable. Son, igualmente, canales públicos. Ahí podrán mirar, diariamente y sin ningún tipo de sobresalto, a Mariano Rajoy, un derechista con de mayúscula, líder de la oposición en España, descargándose al presidente Zapatero como le da la gana. Lo reta, lo denuncia, lo regaña, lo azuza...No hay aspavientos. No es un traidor a la patria. No hay censura oficial: todo lo contrario, ese es el espacio oficial de todos los ciudadanos españoles donde, por tanto, Rajoy tiene un lugar. Ahí reside una de las condiciones fundamentales para medir la democracia de un país: la pluralidad, el ejercicio político y social de la diferencia. Ser uno mismo sin ser culpable.

Pero, en Venezuela, los periodistas que, con todo su derecho, han decidido plegarse al Gobierno y convertirse en voces oficiales del poder, pretenden anular el derecho de los otros, sentenciando que todo aquel que no se sume a su bando es casi un delincuente, no tiene ética, está al servicio de una causa política y no de la verdad. Todo periodista que no sea devoto del Gobierno, por definición, deja de ser periodista. La revolución es una iglesia. La verdad es un dogma de fe.

El debate sobre la comunicación y los medios no pasa solo por analizar el papel político de los canales, las emisoras de radio y los periódicos, sino también por una discusión sobre la necesaria democratización de los espacios públicos de la comunicación que han sido tomados por el grupo que ahora detenta el poder en el país. Que lo hagan a nombre del pueblo, no tiene ninguna importancia. Podrían hacerlo también a nombre de la lechuga rosada, a nombre de María Lionza o a nombre del dios de Kavanayen. Se trata de una clase dominante que se apropia de lo público y le impone su agenda al resto de la sociedad. Es una nueva élite que desea controlarlo todo, incluso las distintas versiones que pueden existir sobre la realidad, sobre lo que ocurre. También Pinochet hizo lo que hizo a nombre del pueblo. También en Cuba sólo hay una única información para proteger y salvar al pueblo.

Serguey Dovlátov, en su novela El compromiso, retrata de manera cruda, y llena de un cinismo peculiar, la vida de un periodista al servicio del partido en la Unión Soviética. "Lo mejor del pueblo pasó a la clandestinidad", es una de sus conclusiones. Y lo mejor del pueblo siempre también es la diversidad, las distintas maneras y formas que ­cotidianamente­ se explayan y cuentan la vida colectiva. Lo mejor del pueblo también es la combustión diaria, el desordenado y maravilloso intercambio de signos y de símbolos que van tejiendo un país. Así es la vida sin uniformes.

Veo a Vanessa Davies, en el canal del Estado, ansiosa, tensa, convocando a un alerta nacional. Se refiere a la próxima visita al país de Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza, Enrique Krauze y otros intelectuales del continente. Habla como si fueran una amenaza bélica. Ellos son los malos. Creen en la propiedad privada. Critican a Chávez. Cuidado. Son herejes. Vienen a hacernos daño. Y no puedo, entonces, dejar de pensar en el imperio, en las raras paradojas de la historia. Cuando por fin el imperio se liberó de Bush, resulta que aquí están sus herederos: nuestras voces oficiales. Son igualitos. Piensan de la misma manera. Vigilan.

Persiguen a los distintos. Inventan armas de destrucción masiva donde solo hay ideas desnudas, diferentes.

(El Nacional, Venezuela)