jueves, 1 de enero de 2009

El tesoro recuperado

Conocí a Ingrid Betancourt a los pocos días de ser liberada por el Ejército colombiano, tras haber padecido un secuestro de más de seis años. El encuentro se produjo en París, en la sede de la Embajada de España en Francia. Ingrid, eufórica y exultante aún, seguía conmocionada por lo vivido esos primeros días de julio. Tenía, todavía, el deseo en un lugar y la conciencia en otro. El shock sufrido hacía comprensible su estado. La carga emocional de sus palabras, su recuerdo constante a los que quedaron en la selva –“no hay un segundo que pase, ni de día ni de noche, que no estemos pensando en cómo vamos a traer pronto a los que quedaron en manos de la FARC para devolverlos a sus familias y que gocen, como estoy haciendo yo hoy, de la libertad”–, era un alegato a los derechos fundamentales del ser humano, que ella acababa de recuperar.


Posiblemente este artículo podría tener otro protagonista. Son muchos los personajes que, dentro y fuera de España, me han emocionado en 2008 con sus historias singulares, pero elegí el caso Betancourt por su contundente carga simbólica. Ingrid encarna la lucha por la libertad, la democracia, la dignidad, el compromiso, la solidaridad y el reproche severo al recorte de los derechos humanos.

Ingrid Betancourt (en la foto, durante su reciente visita a Madrid) fue raptada, siendo candidata a la presidencia de Colombia, junto a su asesora Clara Rojas, el 23 de febrero de 2002, cuando se proponía cumplir un compromiso adquirido con el alcalde de San Vicente del Caguán, a pesar de que el acceso a la zona era, en ese momento, peligroso.

Durante los más de 2.300 días de secuestro, Ingrid soportó todo tipo de vicisitudes y situaciones extremas que la marcaron física y psíquicamente. Hasta en cinco ocasiones intentó, sin éxito, escapar de sus raptores. Fue castigada y condenada por ello –¿acaso existe mayor castigo y condena que la privación de libertad?– a llevar cadenas… y humillada con reiteración. A pesar de todo, sus ganas de vivir, sus valores, su fe en el ser humano libre y digno, su ilusión por volver con los suyos, le insuflaron la fuerza suficiente para resistir y para, finalmente, vencer.

Su liberación la celebró el mundo entero. También nosotros, en España…, y en reconocimiento a esa actitud recibe ahora galardones diversos, como el de la Legión de Honor otorgada por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, o el último Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.

Betancourt dedica sus premios a “los que sufrieron, a los que no volvieron y a los que siguen cautivos”. La Fundación Príncipe de Asturias justificó el reconocimiento a Ingrid Betancourt porque “personifica a todos aquellos que en el mundo están privados de libertad por la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la violencia terrorista, la corrupción y el narcotráfico”.

Ese día en París regalé a Ingrid Betancourt un ejemplar de La Divina Comedia: era, creí, la mejor expresión literaria de la historia de lo que está siendo su propio recorrido actual: la posibilidad de disfrutar de su paso al paraíso, tras dejar atrás el infierno y el purgatorio.

Es verdad que pude regalarle, en cambio, la joya de Cervantes para que hubiera releído la cita de Don Quitote a Sancho: “La libertad, querido Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad se puede y debe aventurar la vida”.

Pero ésa es una reflexión y un credo que Ingrid Betancourt conoce bien, porque la ha defendido con su propia carne y su propia dignidad: Ingrid Betancourt aventuró su vida, se la eclipsaron por más de seis años, y la recuperó con convicción y entereza admirables, convirtiéndose, desde entonces, en un ejemplo para todos.

(José Luis Rodríguez Zapatero es presidente del gobierno español. Escribe sobre Ingrid Betancourt, quien encabeza la lista de personajes del año 2008 del periodico El País.)